Entre dos casas

Capítulo 5 – Mirian y el niño que sabía escuchar

Mirian vivía en un apartamento pequeño a unas cuadras de la mezquita, en una zona modesta pero tranquila. Las paredes estaban adornadas con versos del Corán caligrafiados a mano, y en una esquina del salón, una biblioteca cuidadosamente ordenada hablaba de años de estudio, soledad y búsqueda. asi quiso verlo ella ya que trajo en su maleta todo lo que ella llamaba su casa y que podia acomodar en todos sus viajes en caso de no tener que regresar nunca de donde sea que haya salido.

Adel, su hijo de nueve años, era un niño silencioso, de ojos atentos y andar pausado. Tenía la costumbre de observar antes de hablar, de preguntar sin interrumpir, y de escribir lo que no se atrevía a decir. Desde que su padre se había ido —más por cobardía que por conflicto—, Adel se había convertido en el pequeño hombre de la casa. No por imposición, sino por una sensibilidad innata que lo hacía entender las cosas antes de tiempo.

Los viernes por la tarde, después de la oración, Malik solía quedarse en la mezquita para compartir con algunos hermanos, responder preguntas y organizar actividades. Ese viernes, al salir, se encontró con Mirian y Adel sentados en una de las bancas del patio, repasando un hadiz que el niño intentaba memorizar.

—¿Sabes lo que significa este hadiz, Adel? —preguntó Malik con suavidad, deteniéndose junto a ellos.
—Sí, sheij. Significa que lo que hacemos en secreto, Allah lo conoce mejor que lo que mostramos.
—Muy bien dicho —respondió Malik, sorprendido por la claridad del niño—. Tu madre te ha enseñado bien.
Mirian sonrió, con ese gesto suyo que parecía agradecer sin palabras.

Pilar los observaba a cierta distancia. Había ido a recoger a los gemelos, que jugaban con otros niños bajo la sombra de un almendro. Mirian se veía serena, en control, maternal sin ser asfixiante. Malik, por su parte, lucía una expresión más suave de lo habitual. No era coquetería ni intención oculta. Era presencia. Genuino interés.

Esa noche, Pilar se animó a escribirle a Mirian. Un mensaje breve, sincero:

"Salam, hermana. Me preguntaba si tú y Adel querrían venir a tomar un té en casa el domingo. Me encantaría conocerte mejor. Los niños podrían jugar juntos.

La respuesta no tardó:

"Wa alaykum salam, Pilar. Sería un honor. Adel ama conocer nuevos amigos. Gracias por tu dulzura.

El domingo llegó, y con él, algo nuevo para Pilar. Había horneado panecillos de canela, preparado un té negro con cardamomo y dispuesto el patio con cojines y libros para los niños. Mirian llegó puntual, vestida con una túnica sencilla y un pañuelo verde oliva que resaltaba su serenidad.

La conversación entre ambas fue tímida al principio, como suele suceder entre mujeres que se respetan pero no se conocen. Hablaron de la comunidad, de los hijos, de los retos de la crianza en tiempos modernos.

Luego, Pilar se atrevió a preguntar:

—¿Cómo ha sido para ti, criar sola? ¿No te sientes cansada a veces?

Mirian bajó la mirada, tomó un sorbo de té, y respondió:

—Sí. Cansada y bendecida al mismo tiempo. Adel me salvó de perderme. Cuando su padre se fue, no sabía cómo empezar de nuevo. Pero me recordé a mí misma que Allah nunca abandona. Solo nos redirige.

Pilar asintió, sintiendo cómo las palabras de Mirian no eran solo frases bellas, sino verdad vivida.

—¿Y tú, Pilar? —preguntó Mirian con dulzura—. ¿Estás feliz?

Pilar no supo qué responder al instante. Miró hacia donde jugaban los niños. Luego dijo:

—Estoy en paz. Pero últimamente me pregunto si eso es lo mismo que estar viva por dentro.

No hubo juicio en los ojos de Mirian. Solo escucha. Y eso, para Pilar, fue un regalo inesperado.

Esa tarde marcó el inicio de una amistad callada. De mujer a mujer. No rivalidad. No sospecha. Solo dos almas que empezaban a mirarse sin máscaras.

Malik llegó más tarde ese día. Encontró a las mujeres conversando en la cocina mientras los niños dibujaban en el salón. Saludó con la naturalidad de quien no esperaba nada fuera de lugar. Pero al verlas reír por algo que solo ellas entendían, sintió algo distinto en el ambiente. Una armonía nueva.

Mirian se despidió al caer la tarde. Adel abrazó a Pilar con la timidez de quien agradece sin palabras.

Esa noche, frente al espejo, Pilar volvió a quitarse el velo con lentitud. Esta vez, no para buscar diferencias, sino para reconocerse. Algo en ella estaba despertando. Y ya no sentía miedo.

Solo curiosidad por lo que vendría después.

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