Entre dos casas

Capítulo 8 – Donde el alma dice sí

Después de aquella conversación en la mezquita, Mirian no volvió a tocar el tema durante casi un mes Volcó su atención al trabajo con las mujeres, a sus clases de tajwid, y a las niñas que la buscaban para aprender las letras árabes. Cada gesto, cada sonrisa, la ayudaban a mantenerse firme. Pero por dentro, algo se removía con fuerza.

Esa noche, después de rezar ‘isha, cerró su puerta, apagó el teléfono, y extendió la alfombra.

No pidió señales extrañas. Solo pidió claridad.

Oh Allah, si esto es bueno para mi din, mi vida presente y mi vida futura, facilítalo. Y si no lo es, aléjalo de mí… y aléjame de ello.

Lo hizo tres noches seguidas. Y en la cuarta, mientras tomaba té en silencio, se dio cuenta de que ya no sentía ansiedad. Ni culpa. Solo una extraña calma. Como si su alma hubiese dicho antes que sus labios.

Fue Pilar quien abrió la puerta aquella tarde. Mirian estaba de pie, con el rostro ligeramente encendido por el sol.

—¿Tienes un momento?

Pilar asintió. Sentadas frente a frente, sin testigos, sin apuro, se miraron como dos mujeres que habían compartido muchas más cosas que el tiempo podía explicar.

—Haré esto —dijo Mirian—. Pero bajo una condición.

Pilar arqueó una ceja.

—Que ninguna de las dos pierda su casa. Que nuestras rutinas no se mezclen sin acuerdo. Que Adel nunca se sienta dividido. Y que si alguna vez siento que esto nos daña más de lo que nos une… podamos hablarlo.

—Acepto —dijo Pilar sin dudar—. Pero te aseguro algo: no lo haría si no creyera que tú eres alguien con quien se puede construir.

Y así, con un apretón de manos y un par de ojos humedecidos, se selló el comienzo.

Cuando Malik se enteró, no pudo hablar de inmediato. Se apoyó en la baranda del pasillo, mirando al jardín como si el mundo hubiera cambiado de sitio.

—¿Estás segura? —le preguntó a Mirian, días después, en presencia de Pilar.

—Sí. Pero necesito que entiendas algo: no quiero ser una sombra de lo que ya tienes. Ni una carga. Solo quiero ser una parte sana, una parte útil… una parte tranquila.

Malik la miró con una mezcla de gratitud y ternura.

—Y eso es todo lo que quiero ofrecerte. Nada más… y nada menos.

La comunidad lo recibió con sorpresa. No fue escándalo, pero sí hubo murmullos. Algunos lo vieron como un paso valiente. Otros, con recelo. Pero la postura de Pilar —clara, respetuosa, sin titubeos— apagó muchas lenguas.

—No soy una víctima ni una mártir —dijo Pilar durante una reunión con otras mujeres—. Estoy eligiendo esto con conciencia. Porque sé que no todas las segundas esposas destruyen. Algunas, edifican.

Adel fue el único que no necesitó explicación. Cuando le dijeron que Mirian sería parte de la familia de malek, sonrió.

—¿viviremos juntos?

—No, mi amor —respondió Pilar con ternura—. ustedes tendrán su casa. Pero seremos una familia que vive en dos lugares.

—¿Entonces tengo dos casas? —preguntó.

—Si tú quieres, sí.

Y eso bastó.

La boda fue sencilla. Como ellos. Se celebró en un pequeño jardín junto a la mezquita. Los hombres de un lado, las mujeres de otro. Sin ostentaciones, sin discursos grandilocuentes. Solo la certeza de que algo bendito estaba ocurriendo.

Pilar eligió el vestido de Mirian. Un tono crema, con bordados discretos. Le dijo: “Quiero que te sientas tú, no otra mujer vestida para gustar.

Malik llegó acompañado de su amigo mas fiel. Vestía blanco. Sus ojos no dejaban de buscar entre los rostros. Hasta que la vio. Y entonces bajó la mirada, como quien agradece lo que no merece.

El contrato se firmó con testigos justos. El imam bendijo la unión. Y luego, sin música ni exageraciones, se compartió comida con todos los asistentes. Entre risas contenidas, dulces de dátiles y palabras que acariciaban más que hablaban, el sol comenzó a ponerse.

Mirian y Malik no se tomaron de la mano. No hicieron falta gestos públicos. Solo compartieron una mirada larga, tranquila, en la que se leían cosas que el idioma no podía traducir.

Esa noche, en su nuevo hogar —modesto, acogedor, con alfombras claras y estanterías llenas de libros— Mirian abrió una caja. Dentro, guardaba un cuaderno. Escribió:

“Hoy no siento euforia. Siento paz. Siento que he dicho sí a un camino nuevo. Que no me define ser segunda, sino ser elegida. Por Allah, por mí misma, por un hombre que respeta, y una mujer que no compite, sino comparte.”

En casa de Pilar, Adel y los gemelos ya dormían. Pilar preparó té y se sentó a repasar unos libros para la clase del lunes. Miró la ventana.

—Que Allah nos ayude a sostener lo que hemos comenzado —susurró.

Y el viento, como si entendiera, pasó leve, acariciando la cortina.

Y así, sin ruido, sin épica comenzó su nueva vida.

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