La vida pareció calmarse. Después del torbellino de emociones, silencios y reencuentros, la casa recuperó su ritmo: los platos del desayuno, la mochila desordenada, los pasos pequeños corriendo por el pasillo.
Mirian empezó a dejar los documentos en un cajón, el correo en una bandeja, y las preguntas en pausa. Se había permitido llorar, sí, pero también algo en ella se estaba reorganizando. No era resignación. Era aceptación. Ese tipo de madurez que llega sin anunciarse, como el aroma del café por la mañana: inesperado, pero preciso.
En una tarde cualquiera, mientras Adel dormía una siesta pesada, Pilar apareció en la casa de mirian con una bolsa de mercado y una sonrisa suave.
—Compré duraznos. Son los preferidos de los gemelos, pero también pensé en Adel —dijo, dejándolos sobre la mesa.
—Gracias —respondió Mirian, sin tensión.
Hubo un instante de conversación sin palabras. Ya no se necesitaban explicaciones para compartir el espacio. Había un respeto claro, casi sagrado. No era amistad, no aún. Pero sí un pacto tácito: cuidar del otro sin invadir, sostener sin exigir.
Más tarde, Malek llegó con una caja de cartón. Nada ostentoso. Adentro, juguetes que habían sido de unos niños que emigraron hacia algún tiempo: un avión de metal, unas canicas, una cuerda. Se los mostró a Adel con un entusiasmo sencillo.
—. Ahora son tuyos. Pero con una condición —le dijo.
—¿Cuál?
—Que los cuides como cuidas a los dibujos que haces.
Adel asintió, solemne.
—Yo cuido bien. Lo prometo.
Mirian lo observaba desde la puerta. Y no solo vio a su hijo. Vio a Malek. No como esposo. Como hombre. Como alguien que, a su modo, también estaba sanando sus historias inconclusas.
Esa noche, en su habitación, Mirian hojeaba su cuaderno de notas. Al final de una página, había escrito tiempo atrás: Todo lo que está quieto también está cambiando. Sonrió al ver esa frase. Tenía sentido ahora.
Mientras tanto, en otro lugar de la isla, una carta llegaba a manos de alguien que no había sido nombrado en meses. La letra era firme. Masculina. Vieja, pero clara:
Me han dicho que mi hijo está en Margarita.
No quiero hacer daño. Solo quiero saber si hay lugar para mí en su historia.
No busco justicia. Solo saber por qué Mirian quiere tener la custodia total.
Era la primera vez que ese nombre volvía a sonar en años. Un nombre que Adel aún no recordaba.
Pero pronto lo haría.