El sol del viernes comenzaba a declinar. El patio de la mezquita estaba más lleno de lo habitual. Algunos hermanos hablaban en voz baja. Otros, simplemente esperaban. No era por la clase,. Era por algo más raro, más íntimo. Una figura desconocida, pero evidentemente musulmana, había preguntado por el sheij.
Bilal.
Aún con su kufiyya gris, bien arreglado y una sobriedad que llamaba la atención, se mantenía de pie junto al portón de madera, saludando con educación a todo el que lo miraba con suspicacia.
Cuando Malek salió por el zaguán lateral, el murmullo se detuvo.
Vestía su túnica blanca, sobria, impecable. El kufi gris perla se posaba en su cabeza como una corona sin arrogancia. No se sorprendió al verlo. Solo caminó hacia él con paso firme y ojos tranquilos.
—As-salāmu ʿalaykum —saludó Malek, con voz firme.
—Wa ʿalaykum as-salām wa raḥmatullāhi wa barakātuh —respondió Bilal, sin vacilar.
Los dos hombres se observaron por un breve instante. Nadie alzó la voz. Nadie movió un músculo.
—¿Podemos hablar? —preguntó Bilal, mirando de reojo a los curiosos—. En privado.
Malek asintió. Señaló con la mano una pequeña habitación lateral, la misma donde se ofrecían consejos matrimoniales o acompañamientos espirituales.
Adentro, el silencio se sentó entre ellos.
—Supongo que sabes quién soy —dijo Bilal.
—Sí —respondió Malek—. Eres el padre biológico de Adel.
—Y tú el hombre que ha aparecido en su vida mientras yo desaparecía —agregó Bilal con sinceridad amarga—. No vengo a desafiarte. Pero me enteré hace poco que Mirian pidió la custodia completa. Sin buscarme, sin llamarme, sin darme oportunidad.
Malek no respondió de inmediato. Se quedó observando a Bilal como si quisiera entender no solo sus palabras, sino su intención.
—¿Y por qué no volviste antes?
—Porque no era el hombre que debía ser —respondió, sin excusas—. Pero ahora soy otro. He vuelto a rezar. He buscado conocimiento. He perdido años de mi hijo. No quiero perder mas.
Malek suspiró. No de fastidio, sino con paciencia. Se recostó un poco en la silla.
—El Islam no se opone a que un padre rectifique. Pero también enseña que la confianza se gana no se exige.
—¿Ella no te habló de mí?
—Lo hizo. Dijo que fuiste parte de su pasado. Que fuiste su prueba. Y que ahora su vida es esta.
—¿Y tú? —preguntó Bilal, mirándolo por primera vez con algo de filo—. ¿No te incomoda que yo exista?
La sonrisa de Malek fue sutil. Tranquila.
—Claro que sí. Pero no temo a los hombres. Solo temo a Allah. Y sé que cada alma tiene su decreto. Si estás aquí por tu hijo, te escucharé. Pero si estás aquí por Mirian este no es tu lugar.
Bilal bajó la mirada.
—No he venido por ella pero no puedo negar que verla despertó algo. Lo admito. Aunque sé que no puedo cruzar esa línea.
Malek se irguió.
—Bien. Entonces, empieza por hacer lo correcto: ver a Adel como se ve a una semilla, no como un trofeo. ¿Puedes acompañarlo sin romper lo que se ha construido en su corazón?
Bilal asintió.
—Lo intentaré. Pero quiero que él sepa quién soy.
—Lo sabe. A su ritmo. No al tuyo. Y lo verás conmigo cerca. Para protegerlo, no para controlarlo.
Cuando salieron de la habitación, el murmullo del patio aumentó. Varios hombres los miraban. Uno de ellos, joven, se acercó a Malek.
—Sheij ¿todo está bien?
—Todo está en manos de Allah —respondió Malek, sonriendo.
Bilal, en cambio, sintió el peso de los ojos ajenos. Y por primera vez en mucho tiempo, entendió lo que había perdido: el honor de estar presente.
Esa noche, Adel cenó entre risas con los gemelos. Malek le contó que había visto a Bilal.
—¿Y qué dijo? —preguntó el niño, con algo de tensión.
—Que quiere conocerte. Le dije que puedes verlo si tú quieres. Pero que no puede tocar lo que tú has construido. Ni cambiar lo que sientes.
Adel se quedó pensativo.
—¿Tú vas a estar si lo veo?
—Siempre —respondió Malek, tomándole la mano—. Los leones no abandonan a su manada.
Adel sonrió. Y entre el ruido de los platos y la charla, un nuevo capítulo comenzaba a escribirse en la historia de esa familia tejida con fe, paciencia y destino
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