Entre dos casas

Capítulo 15 – Ecos silenciados de Pilar

El sonido del reloj colgado en la pared parecía más fuerte aquella noche. Pilar se había quedado sola en casa después de que Malek partiera a la casa de mirian y Adel. La rutina era clara: . Ella nunca noto algo diferente o extraño Pero últimamente, había una sombra en su tiempo con malek. Algo que le oprimía el pecho.

Se sentó en la alfombra de su rincón de oración, cerró los ojos y trató de respirar con calma. No era enojo. Era esa sensación difusa de que algo se le escapaba entre los dedos. Malek era un hombre justo, piadoso, siempre atento. Pero desde que Bilal apareció, su serenidad tenía grietas. Y esas grietas, Pilar también las sentía.

Recordó la última conversación con él.

—Es un proceso que no quiero apresurar —le dijo Malek con voz grave—. Bilal está haciendo las cosas bien esta vez. Adel necesita entender quién es. No se trata de rivalidades, sino de verdades.

Y ella lo había entendido. Sí. Pero lo que nadie parecía ver, era que ella también estaba ahí. Acompañando, sosteniendo, escuchando.

Se recostó sobre el almohadón, dejando que sus pensamientos fluyeran como agua suelta.

A veces, siento que estoy compartiendo una casa con un hombre que dejó de quererme de la misma manera que vive conmigo. No por amor, sino por historia. Y aunque estoy segura que nunca me dejará y que me quiere a su manera temo, me duele sentirme en segundo plano.

No era inseguridad. Pilar no era de las que dudaban de su valor. Pero sí percibía algo sutil en la mirada de Malek cuando hablaba de Mirian, una admiración que ella no sabía interpretar.

Suspiró y se cubrió con la manta. Pensó en Bilal. En cómo su sola presencia había agitado todo. No porque hiciera algo incorrecto, sino porque era un recordatorio vivo de lo que ella no era parte:

La historia anterior. El amor anterior. El hijo que no era suyo. estaba haciendo estragos en malek

Me duele por ellos, sí pero también me duele por mí. Porque nadie me ha preguntado cómo me siento con todo esto. y puede que se escuche egoísta pero quisiera que vieram que aunque no estoy afectada directamente en este problema a mi tambien me afectado y a mis niños de una u otra manera

Ella era el pilar, irónicamente. La que no se quebraba. La que estaba para sostener el equilibrio, incluso cuando nadie reparaba en que también podía temblar.

Se levantó, tomó su diario y escribió:

No quiero competir con fantasmas. Pero sí necesito que alguien vea que existo. Que estoy aquí, con mi fe, con mi amor, con mis silencios. Que también tengo un corazón que puede sentirse desplazado. No busco protagonismo. Solo un lugar digno en esta historia que también estoy viviendo.

Terminó su oración nocturna con lágrimas suaves, casi imperceptibles.

Y aunque no lo decía en voz alta, su súplica aquella noche fue clara:

Oh Allah, Tú que conoces lo oculto en los corazones haz que me vean. No como la otra esposa. No como la mujer paciente. Sino como la compañera que también necesita ser abrazada por la verdad, la justicia y el afecto.

Porque hasta los pilares, si no se cuidan, también pueden resquebrajarse.

Esa misma noche, en casa de Mirian…

Adel ya dormía. Su respiración suave marcaba el ritmo apacible de una casa que, por unas horas, encontraba descanso. El silencio que se había instalado no era incómodo, sino cálido, como el abrazo que dejan los días vividos con amor.

Malek y Mirian estaban sentados en el salón. La luz tenue jugaba con las sombras en las paredes mientras compartían una taza de té de canela. Al principio, hablaron de cosas simples: los deberes de Adel, su nuevo juego de construcción favorito, una charla que Mirian había dado esa semana sobre la resiliencia en tiempos de cambio. Pero había algo en el aire, una brisa emocional que empujaba a ambos hacia una conversación más profunda.

Mirian lo miró con suavidad, como si buscara en su rostro respuestas que aún no se atrevían a nombrar.

—¿Cómo te sientes con todo esto? —preguntó finalmente.

Malek asintió con calma. Su voz, aunque baja, llevaba firmeza:

—Tranquilo confiado. ¿Y tú?

—Por el momento… también tranquila —respondió ella sin dudar—. Cuando volví a ver a Bilal, temí que algo se removiera en mí, pero no. Mi corazón está aquí, contigo con Adel.

Malek entrelazó sus dedos y bajó la mirada un instante antes de hablar.

—Tu respuesta viene de claridad. Pero mi pregunta viene de miedo. De inseguridad, tal vez.

Ella lo miró con ternura, pero no interrumpió. Le dio el espacio para que continuara.

—Te amo, Mirian. Y sé que Allah nos unió porque así debía ser. Pero soy humano. Y los humanos sentimos. Pienso en Bilal rondándote ahora por nuestro hijo —hizo una pausa—. Y aunque amo a Adel como si fuera de mi sangre, sé que no lo es. Eso despierta algo en mí que no sé cómo gestionar. No es celos. Es vulnerabilidad.

Mirian se mantuvo en silencio, sus ojos fijos en los de Malek.

—Eres hermosa —continuó él—. No sólo porque eres mi esposa. Recuerdo cuando llegaste a Margarita… la mezquita entera hablaba de ti. Hombres de todas las edades te miraban como si fueras una aparición. Y aquí estás. Conmigo. A veces siento que no merezco tener dos mujeres tan maravillosas. Pero algo bueno debí haber hecho para que Allah me bendijera así.

Su voz se quebró apenas.

—Pilar es confort. Calidez. Sostén. Tú eres amor, reto, motivación. Ambas son mi equilibrio. Y aunque llevamos pocos años juntos, no recuerdo cómo era mi vida antes de ustedes. No imagino un futuro sin ti ni sin ella.

Miró hacia el pasillo donde dormía Adel.

—Y la llegada de Bilal ha sacudido mi rutina. Mi paz. No porque tema que tome mi lugar, sino porque me recordó que hay cosas que nunca voy a poder controlar. Como la historia que ustedes dos comparten. Como el vínculo de sangre que los une a través de Adel.




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