Los recuerdos de Vielka Esparza del periodo entre 2006 y 2008 eran un torbellino de emociones intensas y noches interminables. A sus dieciocho años, comenzó a adentrarse en un mundo que le ofrecía una adrenalina que su vida cotidiana no podía darle.
La primera vez que Vielka entró a un antro de ambiente diferente fue gracias a su amiga Loreto, hija de una familia medianamente involucrada en el narcotráfico. Era una noche de verano de 2006, y la música retumbaba en las paredes del club. Vielka, con su larga melena oscura y su vestido ajustado, se movía con la seguridad de quien sabe que todos los ojos están puestos en ella. Loreto la tomó de la mano y la guió entre la multitud hacia una mesa reservada.
"Este es nuestro mundo ahora," le dijo Loreto con una sonrisa pícara. Para Loreto, esa vida era normal, una extensión de su rutina. Para Vielka, sin embargo, era una nueva frontera que explorar.
Fue en una de esas noches de 2006 cuando Vielka se topó por primera vez con Alfonso Carrera. El club estaba lleno de humo y luces intermitentes, la música era un pulso constante que se sentía en el pecho. Alfonso, con sus 33 años, estaba apoyado en la barra, observando la multitud con una sonrisa ladeada. Sus ojos se encontraron con los de Vielka, y en ese momento, el resto del mundo dejó de existir.
"¿Quién es ese?" preguntó Vielka, sin apartar la mirada de Alfonso.
"Alfonso Carrera," respondió Loreto con un tono de advertencia. "Es el hermano menor de la familia más poderosa del narcotráfico. Ten cuidado."
Pero Vielka no quería tener cuidado. Quería sentir, experimentar, vivir. Y Alfonso era la personificación de todo lo que deseaba y temía al mismo tiempo.
Esa noche, Alfonso y Vielka se acercaron lentamente, como dos imanes irresistiblemente atraídos el uno hacia el otro. Las primeras palabras fueron triviales, pero la química era innegable. Los besos llegaron pronto, seguidos de caricias furtivas en rincones oscuros del club. Desde entonces, comenzaron una relación ocasional, llena de pasión y peligro.
Durante los siguientes dos años, Vielka vivió una doble vida. En el día, era la estudiante modelo, con excelentes calificaciones y una sonrisa para sus padres. Por la noche, se convertía en la amante de Alfonso, dejándose llevar por la intensidad de su relación. Las fiestas se sucedían una tras otra, cada vez más salvajes, cada vez más peligrosas.
Antonio, hijo de empresarios, y Artemio, estudiante de ingeniería, eran pretendientes constantes en la vida de Vielka, ofreciendo estabilidad y tranquilidad. Antonio era predecible y seguro, mientras que Artemio, le ofrecía una paz que Alfonso nunca podría darle. Sin embargo, ninguno de ellos podía competir con la intensidad que Vielka sentía cuando estaba con Alfonso.
En una de esas noches de 2008, Alfonso organizó una fiesta en una lujosa mansión en las afueras de la ciudad. La música, el alcohol y las drogas fluían libremente, y la casa estaba llena de jóvenes buscando diversión. Vielka estaba allí, rodeada de amigas y amigos, disfrutando del caos a su alrededor.
De repente, la fiesta fue interrumpida por las sirenas y las luces azules de las fuerzas federales. Alfonso, siempre preparado para lo peor, reunió a Vielka y a tres de sus amigos más cercanos, y salieron corriendo por la puerta trasera. Vielka, con el corazón en la garganta, seguía a Alfonso, sintiendo el peso de la situación sobre sus hombros.
"¡Vamos, rápido!" gritó Alfonso, su voz firme a pesar del peligro.
Corrieron a través del jardín y se adentraron en el bosque cercano, intentando escapar de los federales que los perseguían. El grupo se detuvo en un claro, y Alfonso sacó un arma, su expresión cambiando a una de determinación fría.
"Esto se va a poner feo," dijo, mirando a Vielka a los ojos. "Quédate detrás de mí."
Los federales aparecieron poco después, apuntando sus armas al grupo. Alfonso levantó la suya y gritó: "Si quieren venir por mí, háganlo. Pero piensen en los civiles que matarán en el proceso."
Hubo un momento de tensa incertidumbre, pero finalmente, los federales retrocedieron. Vielka sintió un alivio temporal, pero también una claridad brutal sobre la realidad de la vida junto a Alfonso.
Esa noche, mientras se escondían en una cabaña abandonada, Vielka tomó una decisión. La adrenalina y el peligro ya no podían competir con el miedo por su vida y la preocupación por sus seres queridos. Con lágrimas en los ojos, miró a Alfonso y supo que debía alejarse.
"Alfonso," susurró, su voz quebrada. "No puedo seguir así. Te amo, pero no puedo vivir con este miedo constante."
Alfonso la miró con tristeza, sabiendo que no podía retenerla. "Lo entiendo, Vielka. Sé que esto es mucho para ti."
Al amanecer, Vielka se despidió de Alfonso y de la vida que había conocido en esos dos años. Con el corazón roto pero la determinación de empezar de nuevo, dejó atrás el peligro y la pasión, llevando consigo los recuerdos de una época que siempre anhelaría, pero que sabía que debía dejar atrás.