La lluvia golpea suavemente contra las ventanas de mi oficina, creando un ritmo monótono que acompaña mis pensamientos. Es 2024 y aquí estoy, Alfonso Carrera, líder de una organización que alguna vez soñé abandonar. Pero el destino, caprichoso y cruel, me mantuvo atado a esta vida. Con un whisky en la mano, observo el horizonte recordando aquellos días llenos de pasión y peligro.
Vielka. Su nombre aún resuena en mi mente como una melodía que nunca se olvida. La conocí en 2006, en uno de esos antros llenos de música estridente y humo espeso. Ella era un soplo de aire fresco en mi mundo oscuro, una combinación de inocencia y rebeldía que me cautivó al instante. Tenía solo dieciséis años, pero su mirada era la de una mujer que buscaba más de lo que su vida cotidiana podía ofrecerle.
En aquellos días, todo era más simple. Las noches eran largas y las mañanas borrosas, pero cada segundo con Vielka valía la pena. Recuerdo la primera vez que la besé, cómo sus labios temblaban ligeramente al encontrarse con los míos. Fue en uno de esos rincones oscuros del club, lejos de las miradas curiosas. Desde ese momento, supe que estaba perdido. La intensidad de nuestros encuentros era adictiva, una droga de la cual nunca quería desintoxicarme.
Sin embargo, la vida no siempre sigue el camino que uno desea. En 2008, una redada federal nos obligó a enfrentarnos a la realidad. Corrimos juntos, como tantas veces antes, pero esa noche algo cambió en ella. La vi romperse, y supe que no podría seguir a mi lado. La dejé ir, con el corazón destrozado y la certeza de que nunca encontraría a alguien como ella.
Los años pasaron, y aunque intenté seguir adelante, el fantasma de Vielka nunca me abandonó. La vi casarse con Artemio, un hombre que le ofreció la estabilidad que yo nunca pude darle. Vi cómo construyó una familia, cómo prosperó en su empresa de mercadotecnia. Y aunque mi vida siguió su curso, siempre hubo una parte de mí que anhelaba volver a esos días de juventud y locura.
Hoy, sentado en mi oficina, recuerdo la letra de esa canción que tanto me marcó. "En tu boda voy a desearte lo mejor, aunque me duela en el corazón." Sí, Vielka, siempre te desearé lo mejor, aunque duela más de lo que puedo soportar. A veces me pregunto si aún piensas en mí, si recuerdas nuestras noches juntos, los besos furtivos, las promesas susurradas en la oscuridad.
He tenido tres matrimonios fallidos, y cada uno más complicado que el anterior. Las mujeres con las que me casé eran las típicas buchonas, interesadas solo en el dinero y el poder que mi posición les ofrecía. Belleza deslumbrante, siempre vestidas con ropa de diseñador, maquilladas como si cada día fuera una pasarela. Pero detrás de esa fachada de lujo y glamour, sus corazones eran fríos, movidos únicamente por la avaricia.
Cada esposa esperaba que yo siguiera enriqueciendo su vida de lujos, que les comprara más joyas, autos deportivos, viajes a lugares exóticos. Nunca entendieron que mi mundo no era solo dinero y poder, sino sombras y peligro. Con cada divorcio, se fue un poco más de mi esperanza de encontrar la paz que Vielka me hizo sentir alguna vez. Estas mujeres nunca buscaban el amor verdadero, solo buscaban lo que yo podía proporcionarles materialmente.
Hace dos días, recibí un mensaje inesperado. Loreto, esa amiga común que siempre estuvo en el medio de todo, me envió una foto de Vielka y Artemio en su aniversario. Doce años juntos, una eternidad en mi mundo caótico. La imagen me golpeó como un puñetazo en el estómago, recordándome lo que perdí. La letra de "Dos Días" de Tito Doble P resuena en mi cabeza: "Han pasado dos días desde que no estás y no sé cómo vivir con este dolor." Esas palabras encapsulan perfectamente mis sentimientos hacia Vielka. Han pasado más de dos días, han pasado años, y todavía no sé cómo vivir sin ella.
Mi teléfono suena, interrumpiendo mis pensamientos. Es uno de mis hombres, informándome sobre un negocio pendiente. Suspiro y dejo el vaso de whisky en el escritorio, sintiendo el peso de mi realidad. Soy Alfonso Carrera, el líder de una organización poderosa, pero sin el amor que una vez dio sentido a mi vida.
Cierro los ojos por un momento, permitiéndome un último recuerdo de Vielka. La veo sonreír, sus ojos brillando con esa chispa que siempre me enloqueció. En mi mente, aún somos esos jóvenes inconscientes, corriendo juntos hacia un futuro incierto. Pero al abrir los ojos, la realidad me golpea de nuevo. Estoy solo, atrapado en una vida que elegí, pero que me costó lo que más amaba.
Salgo de mi oficina y me dirijo hacia el coche. La noche es fría y la lluvia no cesa. Conduzco por las calles de la ciudad, recordando cada momento con Vielka, cada risa, cada lágrima. La vida sigue, implacable, pero los recuerdos son eternos. Y aunque nunca lo sepa, Vielka siempre será parte de mí, el amor perdido que marcó mi camino y definió mi destino.
El silencio se prolongó, cargado de significados no dichos. Ambos sabían que era mejor no hablar, no remover el pasado. Sin intercambiar más palabras, Vielka asintió levemente y siguió su camino hacia el ascensor, sintiendo la mirada de Alfonso clavada en su espalda.