Entre el fuego y la calma

Sueños

Vielka se encontraba en un lujoso salón, la música suave y las luces tenues creando un ambiente íntimo. Llevaba un vestido rojo ajustado que resaltaba sus curvas, y su corazón latía con fuerza al ver a Alfonso acercándose. Su mirada, intensa y seductora, la hacía sentirse como si fuera la única mujer en el mundo.

Sin decir una palabra, Alfonso la tomó de la mano y la guió hacia una habitación adyacente. Al cerrar la puerta detrás de ellos, el ambiente cambió, se volvió más cargado de deseo y anticipación. Alfonso la acercó a él, sus labios rozando suavemente los de ella antes de profundizar en un beso apasionado. Sus manos exploraban cada rincón de su cuerpo, arrancándole suspiros y gemidos de placer.

Las caricias se volvieron más intensas, más urgentes. Vielka sentía cada toque, cada beso, como una descarga eléctrica. Sus cuerpos se entrelazaban en una danza de pasión descontrolada, hasta que finalmente alcanzaron el clímax juntos, sus nombres escapando de sus labios en un susurro entrecortado.

De repente, Vielka se despertó, jadeando ligeramente. El sueño había sido tan vívido, tan real, que le tomó un momento darse cuenta de dónde estaba. Giró la cabeza y vio a Artemio, su esposo, durmiendo plácidamente a su lado. Su respiración era tranquila, ajena a la tormenta de emociones que acababa de experimentar su esposa.

Con el corazón aún latiendo con fuerza y la mente llena de imágenes de Alfonso, Vielka se acercó a Artemio y lo despertó suavemente. "Amor," susurró, "¿estás despierto?"

Artemio abrió los ojos, algo sorprendido. "Sí, ¿qué pasa?"

Sin decir más, Vielka lo besó apasionadamente, tratando de canalizar las emociones que aún la embargaban. Artemio, aunque algo desconcertado al principio, respondió a su beso. Pronto, la habitación se llenó de susurros y suspiros, mientras sus cuerpos se unían en un intento desesperado de borrar la culpa y el deseo que el sueño había despertado.

Pero mientras hacían el amor, Vielka no podía evitar que su mente volviera a Alfonso, a la intensidad de su sueño. Cada toque de Artemio, aunque lleno de amor, no lograba borrar la sombra de Alfonso en su mente. Cuando finalmente terminaron, Vielka se quedó recostada junto a su esposo, sintiendo que, a pesar de sus esfuerzos, la culpa y la nostalgia seguían ahí, inamovibles.

Alfonso estaba en una habitación oscura, la única luz provenía de la luna que se filtraba a través de las cortinas. Allí, en el centro de la habitación, estaba Vielka, desnuda y radiante. Su piel brillaba con un resplandor que parecía venir de otro mundo. Alfonso se acercó lentamente, devorándola con la mirada.

Sin una palabra, la tomó en sus brazos y la besó con una ferocidad que solo el deseo reprimido podía alimentar. Sus labios se movían con hambre sobre los de ella, mientras sus manos exploraban cada centímetro de su cuerpo. Los gemidos de Vielka eran música para sus oídos, encendiendo aún más su deseo.

La llevó hasta la cama, donde se fundieron en una tormenta de placer. Los movimientos eran intensos, llenos de una pasión desenfrenada. Cada toque, cada beso, cada caricia los llevaba más cerca del éxtasis. Finalmente, llegaron al clímax juntos, sus cuerpos temblando y sus almas conectadas en un momento de pura entrega.

Alfonso se despertó bruscamente, su respiración agitada y su cuerpo cubierto de sudor. Miró a su alrededor, tomando conciencia de su entorno. A su lado, su esposa actual dormía profundamente, su rostro sereno y tranquilo. Alfonso se quedó mirándola por un momento, sintiendo una punzada de culpa mezclada con el persistente deseo por Vielka.

Se giró hacia su esposa y la despertó suavemente. "Cariño," murmuró, "necesito estar contigo."

Ella abrió los ojos lentamente, sonriendo con suavidad. "Claro, mi amor," respondió, acariciando su rostro.

Alfonso la besó con una pasión renovada, intentando borrar las imágenes de Vielka de su mente. Su esposa respondió con igual intensidad, y pronto sus cuerpos se movían juntos en un ritmo familiar y apasionado. Sin embargo, en el fondo de su mente, Alfonso no podía dejar de pensar en Vielka, en el sueño que había tenido.

A pesar de sus esfuerzos, cada caricia, cada beso, cada susurro de su esposa le recordaba que la conexión que una vez tuvo con Vielka era única e irrepetible. Cuando finalmente terminaron, Alfonso se quedó mirando al techo, sintiendo que la culpa y la nostalgia aún lo perseguían, inamovibles.

Intentó encontrar consuelo en los brazos de su esposa, pero la sombra de Vielka permanecía, recordándole que algunos amores dejan cicatrices que el tiempo y la distancia no pueden borrar




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