El despertador sonó a las 6:30 a.m., como siempre. Vielka se levantó lentamente, sintiendo el peso del sueño de la noche anterior aún sobre sus hombros. Miró a Artemio, quien seguía dormido, y suspiró, tratando de sacudirse las imágenes de Alfonso de su mente.
Se dirigió al cuarto de sus hijos. María dormía en su cuna, mientras que Javier ya estaba despierto, jugueteando con su osito de peluche. Vielka forzó una sonrisa y comenzó la rutina matutina, ayudando a Javier a vestirse y a cepillarse los dientes. Cambió el pañal de María y la vistió con un conjunto adorable. A las 7:30 a.m., estaban todos en el comedor para un desayuno rápido antes de salir.
Mientras comían, los pensamientos de Vielka volvían insistentemente a Alfonso. Recordaba su mirada intensa, la sensación de sus labios en los suyos en el sueño. Sacudió la cabeza, tratando de enfocarse en la conversación de Javier sobre su día en la escuela. Artemio le dio un beso en la mejilla antes de irse al trabajo, y Vielka sintió una punzada de culpa.
Después de dejar a Javier en la escuela y a María en la guardería, Vielka se dirigió a su oficina. Intentó sumergirse en los pendientes del día, revisando campañas publicitarias y reuniéndose con su equipo. Pero cada tanto, su mente la traicionaba y se encontraba pensando en Alfonso. En la intensidad de sus encuentros, en el reciente encuentro en la oficina de Villalobos.
A media mañana, ya no pudo soportarlo más. Tomó su teléfono y marcó el número de Margarita, su mejor amiga. Margarita contestó al tercer timbre.
—Hola, Vielka, ¿cómo estás?
Vielka suspiró profundamente. —Necesito hablar contigo. ¿Tienes un momento?
—Claro, ¿qué pasa? —respondió Margarita, notando la urgencia en la voz de su amiga.
Vielka tomó aire y comenzó a contarle todo. Le habló de su historia con Alfonso, de cómo había sido su amor intenso y peligroso, de su reciente encuentro en la oficina de Villalobos y del sueño erótico que había tenido la noche anterior. Le confesó la culpa que sentía y la desesperación que la estaba consumiendo.
Margarita escuchó en silencio, dejando que Vielka descargara sus emociones. Cuando terminó, su amiga le respondió con una voz suave pero firme.
—Vielka, entiendo que esto te haya removido muchas cosas. Pero tienes que pensar en lo que podrías perder. Tienes una familia maravillosa, un esposo que te ama y dos hijos que dependen de ti. Alfonso es el pasado. No puedes dejar que un encuentro y un sueño destruyan todo lo que has construido.
Vielka sintió una lágrima rodar por su mejilla. —Lo sé, Margarita. Es solo que... la necesidad y la desesperación son tan fuertes a veces.
—Lo sé, amiga —respondió Margarita con comprensión—. Pero tienes que ser fuerte. Aleja esos pensamientos. Enfócate en tu familia, en tu trabajo, en las cosas que te hacen feliz ahora. Alfonso no es parte de tu vida actual y no debería serlo.
—Tienes razón —asintió Vielka—. Es solo que me cuesta tanto no pensar en él.
—¿Sabes qué? Vamos a buscar algo que te haga recordar por qué lo dejaste —dijo Margarita con determinación—. Vamos a stalkear sus redes sociales.
Vielka se quedó en silencio por un momento, luego asintió lentamente. —Está bien, pero no sé si lo encontraré directamente. Alfonso no es de los que comparten mucho en redes.
—No te preocupes —respondió Margarita—. Vamos a buscar a su esposa. Seguro que Loreto tiene algo.
Vielka y Margarita se sumergieron en las redes sociales, buscando pistas. Encontraron el perfil de Loreto y, después de unos minutos, hallaron fotos recientes de una fiesta en la que estaba Alfonso con su esposa.
—Mira esto —dijo Margarita, mostrando una foto de Alfonso y su esposa sonriendo para la cámara—. Parece feliz, ¿verdad?
Vielka observó la foto con detenimiento. Alfonso sonreía, pero había algo en su expresión que no le parecía del todo auténtico. —Sí, parece feliz. Pero no sé, hay algo en sus ojos...
Margarita asintió. —Lo sé. Pero también recuerda que ha tenido dos matrimonios fallidos. Es inestable, Vielka. Esa inestabilidad es una de las razones por las que lo dejaste, ¿recuerdas?
Vielka suspiró. —Sí, lo recuerdo. Sus dos divorcios, las peleas constantes, el peligro que siempre lo rodeaba... No era una vida para mí.
—Exactamente. Tienes una vida estable ahora, con Artemio y tus hijos. No arriesgues todo por un recuerdo —le aconsejó Margarita—. Olvida a Alfonso y enfócate en lo que tienes.
Vielka tomó las palabras de su amiga como un ancla. —Gracias, Margarita. Necesitaba escucharlo.
El resto del día, Vielka intentó seguir el consejo de Margarita. Se sumergió en su trabajo, tratando de mantener su mente ocupada. A las 2:00 p.m., recogió a María de la guardería y luego a Javier de la escuela. Volvieron a casa y la rutina familiar la ayudó a centrar sus pensamientos.
Se aseguró de que Javier hiciera su tarea mientras jugaba con María, y se sintió reconfortada al ver crecer a sus hijos felices y saludables. Preparó la cena y, mientras cocinaba, se sorprendió a sí misma sonriendo al escuchar las risas de sus hijos desde la sala.
Esa noche, durante la cena familiar, Vielka se dio cuenta de cuánto apreciaba esos momentos. La conversación con Artemio fluyó con facilidad, ambos compartiendo detalles de su día y hablando de los planes para el fin de semana.
—¿Cómo te fue en el trabajo hoy, amor? —preguntó Artemio, sirviéndose más ensalada.
—Fue un día bastante ocupado —respondió Vielka, sonriendo—. Pero logré avanzar en varias campañas importantes. ¿Y tú?
—Igual, muchos proyectos nuevos entrando —dijo Artemio—. Pero lo mejor del día siempre es volver a casa y estar con ustedes.
Javier, con su entusiasmo infantil, interrumpió—. ¡Mamá, hoy en la escuela hicimos un dibujo de nuestra familia!
—¿En serio? —dijo Vielka, sus ojos iluminándose—. ¿Puedo verlo?
Javier corrió a buscar su mochila y regresó con el dibujo. En él, había representado a todos con colores vibrantes y sonrisas radiantes. Vielka sintió una calidez inundarla al ver cómo su hijo percibía a su familia.