El sol apenas asomaba sobre el horizonte cuando Alfonso Carrera se despertó. A su lado, su esposa, una mujer de belleza incomparable, dormía plácidamente. Su rostro, sereno y perfecto, contrastaba con el torbellino de pensamientos que siempre ocupaban la mente de Alfonso. Él la miró por un momento, apreciando su belleza, pero sin sentir el amor profundo que debería acompañar esa admiración.
Su rutina diaria comenzaba con una hora de ejercicio en su gimnasio privado. Sus músculos bien definidos y su resistencia eran un reflejo de su disciplina y de su necesidad de mantenerse siempre listo para cualquier eventualidad. Mientras levantaba pesas y corría en la cinta, sus auriculares resonaban con el ritmo intenso de "AMG" de Peso Pluma, una canción que le inyectaba energía y lo mantenía enfocado. Las letras crudas y la música vibrante coincidían perfectamente con el mundo en el que vivía, alimentando su determinación y su mentalidad de guerrero.
El desayuno con sus hijos era un momento que Alfonso no se perdía por nada del mundo. A pesar de su vida turbulenta, sus hijos eran su mayor orgullo y los amaba profundamente. Se preocupaba por su bienestar y educación, asegurándose de que tuvieran una vida lo más normal posible dentro de la realidad de ser parte de la familia Carrera. Las madres de sus hijos, aunque hermosas y adecuadas para su posición, no ocupaban un lugar especial en su corazón. Para Alfonso, fueron compañeras de vida más que verdaderas parejas.
Después del desayuno, el día se dividía entre sus negocios legales y los sucios. Los legales incluían su cadena de restaurantes y varias inversiones en bienes raíces. Alfonso disfrutaba la legitimidad de estos negocios, donde podía usar su inteligencia y habilidades empresariales sin el constante riesgo de la ilegalidad. Las reuniones con sus socios y gerentes eran metódicas y estratégicas, cada decisión calculada para maximizar las ganancias y mantener una fachada intachable.
Sin embargo, la verdadera esencia de Alfonso se revelaba en sus tratos con el cartel. Las decisiones sobre la guerra con otro cartel eran las más difíciles, pero también las que más lo hacían sentir vivo. La adrenalina de planificar movimientos, anticipar ataques y ejecutar estrategias complejas lo llenaban de una oscura satisfacción. Sabía que cada decisión podía costar vidas, incluidas las de sus propios hombres, pero esa era la naturaleza del juego. Alfonso aceptaba esta realidad sin remordimientos, porque así había nacido y así planeaba morir.
Por la tarde, Alfonso solía encontrarse con sus lugartenientes para discutir los detalles más crudos de sus operaciones. La violencia y el peligro constante eran parte de su vida diaria, y aunque a veces sentía una sombra oscura envolver su alma, no cambiaría su destino por nada. Esa oscuridad, esa constante amenaza, era lo que le daba un sentido de propósito y una extraña sensación de pertenencia.
El amor por sus hijos era lo que mantenía un atisbo de humanidad en Alfonso. Los momentos que pasaba con ellos eran sagrados, y se esforzaba por ser un buen padre, aunque su vida estuviera marcada por la violencia. Los amoríos de una noche y las relaciones más estables con otras mujeres eran un escape, un recordatorio de que, a pesar de su poder y riqueza, aún era un hombre con deseos y necesidades.
Cuando la noche caía y el silencio llenaba la casa, Alfonso se encontraba solo con sus pensamientos. Su esposa, hermosa y complaciente, no lograba llenar el vacío que sentía. En esos momentos, su mente siempre volvía a Vielka. La imagen de ella, con su sonrisa y su mirada llena de vida, era un fantasma que lo atormentaba. A pesar de los años, el recuerdo de sus besos y caricias seguía tan vivo como el primer día.
Acostado en su cama, Alfonso cerraba los ojos y permitía que los recuerdos de Vielka lo invadieran. Era un deseo insaciable, una necesidad que nunca se apagaba. Sabía que nunca podría tenerla de nuevo, que sus caminos habían tomado direcciones opuestas, pero esa certeza no aliviaba el anhelo que sentía.
Después de unos minutos de esa tortuosa remembranza, Alfonso se levantaba de la cama y se dirigía a su oficina privada. Allí, encendía su computadora y se sumergía en el mundo digital, buscando cualquier rastro de Vielka en las redes sociales. Revisaba las cuentas de ella, de Artemio, su esposo, y de las revistas donde Vielka había aparecido con sus logros empresariales. Cada foto, cada artículo era un recordatorio de la vida que ella había construido sin él.
Observaba sus ojos, esa mirada que alguna vez había estado llena de deseo y peligro, ahora irradiando éxito y satisfacción. Su sonrisa, antes traviesa y desafiante, ahora era serena y orgullosa. Alfonso se preguntaba si ella sería la misma si hubiera permanecido a su lado, en un mundo de violencia y constante amenaza.
El contraste entre la vida que Vielka llevaba ahora y la que podría haber tenido con él era abrumador. Alfonso sabía que ella nunca podría haber alcanzado tal estabilidad y felicidad en su mundo. Y aunque odiaba admitirlo, se daba cuenta de que, al final, dejarla ir había sido lo mejor para ella.
Así, Alfonso terminaba su día, con el alma pesada de nostalgia y un deseo insatisfecho que nunca lo abandonaría. Cerraba la computadora y se dirigía a la cama, sabiendo que esos recuerdos y pensamientos volverían a perseguirlo cada noche, recordándole siempre lo que había perdido y lo que nunca podría recuperar.