La jornada de Vielka comenzó temprano en la oficina, con una agenda cargada de reuniones y tareas importantes que marcarían el ritmo de su día. La empresa de marketing había crecido significativamente en los últimos meses, y su papel como líder la mantenía en constante movimiento, organizando proyectos, supervisando equipos y asegurando que cada detalle estuviera en su lugar.
La primera reunión del día fue con Adán y Mariana, dos de sus colaboradores más cercanos. Adán era el director creativo, un joven talentoso y apasionado que entendía la visión de Vielka y siempre buscaba superarse. Mariana, por su parte, era su mano derecha en logística y operaciones, alguien en quien confiaba plenamente para que todo avanzara con fluidez.
—¿Listos para revisar el proyecto de la nueva campaña? —preguntó Vielka al entrar a la sala de juntas, con una sonrisa segura que reflejaba su entusiasmo.
Adán y Mariana asintieron, y rápidamente comenzaron a repasar los elementos clave de la estrategia. Vielka escuchaba con atención, aportando ideas y ajustando detalles. Su presencia era decidida pero cercana, y siempre se tomaba el tiempo para reconocer el trabajo de su equipo.
—Adán, me encanta lo que has hecho con los conceptos visuales. La imagen que has propuesto le da una identidad única a la campaña. Mariana, tú asegúrate de coordinar con logística para que las primeras muestras estén listas antes de la fecha de lanzamiento. Esto tiene que ser perfecto.
La conversación fluía entre ellos, con risas y comentarios entusiastas. Vielka se sentía en su elemento, enfocada y comprometida con hacer que todo saliera según lo planeado. Después de revisar los detalles del proyecto, la conversación se extendió hacia otros temas pendientes.
—Vamos a necesitar más manos en este proyecto —dijo Mariana, mirando los informes—. Si queremos cumplir con los tiempos de entrega, creo que deberíamos contratar más personal temporal para cubrir las áreas de diseño y producción.
—Buena idea —asintió Vielka—. También he estado pensando en comprar más equipo. La demanda está creciendo, y necesitamos estar a la altura. Mariana, encárgate de los presupuestos y ve qué necesitamos. Adán, tú supervisa los nuevos diseños que lleguen. Este es el momento de hacer las cosas en grande.
El equipo estaba motivado, y Vielka lo sentía. Su liderazgo y visión mantenían a todos enfocados en dar lo mejor de sí mismos. Entre reuniones y llamadas, la mañana pasó rápidamente, y al llegar la tarde, Vielka apenas tuvo un respiro. Revisó reportes financieros, discutió estrategias de expansión y atendió una serie de correos que esperaban su respuesta.
Mientras daba los últimos toques a un informe, su asistente tocó a la puerta, trayendo consigo una taza de café. Vielka sonrió, agradecida por el gesto, y tomó un sorbo mientras revisaba los planes de contratación y ampliación de la infraestructura. Había tantas cosas por hacer, y el éxito de la empresa dependía de su capacidad para planificar y ejecutar con precisión.
Al caer la tarde, Vielka sintió el agotamiento, pero también una satisfacción profunda. Estaba haciendo exactamente lo que quería hacer, construyendo algo propio y viéndolo prosperar. Observó la oficina a su alrededor: el equipo trabajando intensamente, las ideas fluyendo, el ambiente vibrante y lleno de posibilidades. Aunque su vida estaba llena de responsabilidades, cada momento de trabajo le daba sentido y propósito.
Luego de un largo día, cerró su computadora, se despidió de su equipo y, antes de salir, pasó brevemente por el escritorio de Mariana.
—Gracias por tu apoyo hoy, Mariana. Asegurémonos de que todo esté listo para la próxima fase —dijo con una sonrisa.
Mariana asintió, agradecida por la confianza que Vielka depositaba en ella.
Finalmente, salió de la oficina y se dirigió a casa, donde la esperaba una nueva conversación con Artemio sobre sus diferencias en cuanto al trabajo y el hogar. Pero, por ahora, disfrutaba de la satisfacción de una jornada productiva y llena de logros, sabiendo que, al final, este esfuerzo era una parte esencial de su felicidad.
Al llegar a casa, Artemio la recibió en la barra de la cocina con una copa de vino. Después de preguntarle cómo había estado su día, agregó:
—He estado pensando… realmente podrías dejar de trabajar tanto. Podemos vivir de mi dinero sin problemas. Podrías dedicarte más a la casa, a los niños… No necesitas sobresalir más de lo que ya haces.
Vielka respiró hondo antes de responder. No era la primera vez que escuchaba esa sugerencia, una que, a sus ojos, parecía cada vez más fuera de lugar.
—Artemio, sabes que eso me haría infeliz —dijo, intentando sonar serena—. Sí, podría estar en casa todo el día, y claro, adoro a nuestros hijos. Pero mi vida sería aún más monótona. No quiero ser solo “la mujer del hogar”. Necesito retos, metas que alcanzar. Sin ellos, terminaría sintiéndome vacía.
Hubo un breve silencio al otro lado de la línea. Sabía que él no lo entendía del todo, y a veces, dudaba que alguna vez lo haría. Artemio suspiró, resignado, y ella supo que no insistiría más por el momento. Sin embargo, apenas llegó a casa, la discusión se retomó.
—Entiendo que no quieras dejar el trabajo, Vielka, pero ¿realmente necesitas involucrarte tanto? —insistió Artemio, mientras ella guardaba sus cosas y se sentaba junto a él en la sala—. Ser la representante del sector empresarial, atender a todas esas reuniones… No necesitamos ese dinero. Podrías dedicarte más a nosotros, a cuidar de la casa, a tener una vida más… tranquila.
—¿Tranquila? —Vielka soltó una leve risa, no burlona, sino incrédula—. ¿Y vivir una vida de absoluto tedio? No puedo, Artemio. Lo que hago no es solo por el dinero. Me motiva sentirme útil, marcar una diferencia. No es solo trabajo; es algo que me apasiona.
Artemio frunció el ceño y cambió de postura, impaciente.
—No entiendo por qué esa pasión no la puedes tener aquí, en el hogar. Tienes hijos y un esposo que te necesitan más que esos proyectos y reuniones, ¿no es suficiente razón?
Editado: 23.11.2024