Entre el fuego y la calma

Al reloj de la rutina

Vielka llega a casa justo a tiempo para que su alarma suene a las 6:30 a.m. Siente cómo su cuerpo sigue vibrando con el eco de la noche anterior, el cansancio mezclado con una chispa de adrenalina. La luz del amanecer apenas comienza a colarse por las ventanas, bañando el espacio en una calma que contrasta con el torbellino en su mente. Se mueve con cuidado, intentando no hacer ruido.

Artemio sigue durmiendo, ajeno a su ausencia de toda la noche. Vielka observa su respiración tranquila y por un momento siente una punzada de culpa, pero la desplaza rápidamente y se enfoca en su rutina, como si nada hubiera ocurrido. Se dirige al cuarto de los niños. María sigue dormida en su cuna, con el rostro sereno y angelical, mientras que Javier, ya despierto, la espera con su osito de peluche. Vielka sonríe al verlo y lo ayuda a empezar el día, escondiendo cualquier rastro de su propia desvelada y ajustándose a la normalidad de su hogar, trata de enterrar los recuerdos de la noche en el mismo lugar donde guarda sus secretos. Su vida sigue, perfectamente diseñada, y ella está decidida a que nada perturbe la armonía que ha construido, aunque aún sienta la adrenalina latiendo bajo la superficie.

El día comienza con la misma coreografía de siempre. Ayuda a Javier con su desayuno, revisa la tarea, cambia el pañal de María. A las 7:30 a.m., ya están en el comedor, la rutina diaria de familia perfectamente orquestada. Artemio le da un beso en la mejilla antes de partir a la oficina, y ella se prepara para el ajetreo de su propia jornada.

En el coche, mientras conduce con Javier en el asiento trasero, su hijo charla animadamente, su voz llenando el silencio de la mañana.

"Mamá, ¿sabes que hoy vamos a hacer una obra en la escuela?", dice Javier con entusiasmo. "Soy un árbol, ¡tengo que quedarme bien quieto todo el tiempo!"

Vielka sonríe por el espejo retrovisor, esforzándose por concentrarse en sus palabras. "¿Un árbol? ¡Qué bien, mi amor! Seguro serás el mejor árbol de todos."

Javier se ríe, orgulloso de su papel, pero Vielka nota que su risa parece lejana, ahogada por el peso de sus propios pensamientos. Los recuerdos de la noche anterior vuelven, intensos, y aunque trata de contenerlos, Alfonso, con su mirada cargada de historia, se filtra en su mente. Siente de nuevo esa chispa, la adrenalina que había olvidado, el eco de un deseo que parecía extinguido.

"Mamá, ¿me estás escuchando?" La voz de Javier la saca de sus pensamientos.

"Perdón, cielo, estoy pensando en... en la reunión que tengo más tarde." Sonríe con esfuerzo, intentando que su hijo no perciba la distracción en sus ojos.

"¿Es con gente importante?" pregunta Javier con curiosidad, mirándola a través del espejo.

"Sí, sí lo es," responde ella, pero en su mente las reuniones se mezclan con escenas del pasado, la intensidad de aquella noche reviviendo en ella como un destello que Artemio nunca ha logrado despertar.

A medida que avanza la mañana, Vielka se sumerge en su trabajo. Las campañas publicitarias, las reuniones, la agenda llena... todo parece estar bajo control. En una junta, escucha a uno de sus empleados hablar sobre la estrategia del próximo trimestre, pero su mente se desvía, recordando el roce de la mano de Alfonso, la intensidad de su mirada.

Vielka asiente, tratando de centrarse en el momento, de mantener la fachada de profesional impecable. Pero el eco de la pasión aún resuena en su interior, despertando esa parte de ella que sigue anhelando lo prohibido.

En un intento desesperado por calmar su mente, se retira de la oficina decidida a sacar todo ejercitándose, Vielka se coloca los auriculares en el gimnasio, sube el volumen de su música al máximo y se deja llevar por el ritmo intenso de la caminadora. Inicia su entrenamiento con una mezcla de determinación y necesidad de soltar esa energía reprimida, de dejar atrás la tensión que carga en el pecho. Su lista de reproducción comienza, y entonces escucha los primeros acordes de Criminal de Britney Spears. Siente cómo una oleada de emociones intensas la envuelve, como si el destino se burlara de ella trayendo justo esa canción que inevitablemente le recuerda a Alfonso.

Mientras corre al ritmo de la música, las palabras “This type of love isn't rational, it's physical” retumban en sus oídos, y no puede evitar que su mente viaje a aquellos días donde el peligro y el deseo se entrelazaban en una mezcla embriagante. Cada palabra parece despertar esa chispa que siempre ha tratado de ocultar; su pulso se acelera, y el gimnasio desaparece por un instante, reemplazado por imágenes de miradas furtivas, encuentros a escondidas y la adrenalina de sentirse viva, con Alfonso.

Sin embargo, esa chispa de adrenalina viene acompañada de una punzada de culpa, un recordatorio incómodo de que ha elegido un camino diferente. Intenta centrarse de nuevo en su entrenamiento, en la rutina que la ayuda a canalizar toda esa intensidad en algo saludable. Pero justo en el momento en que recupera la calma, una canción inesperada comienza a sonar en su lista de reproducción: Amantes de una Noche de Bad Bunny. Al escuchar las primeras notas, el ritmo y las letras, ese fuego que intentaba apagar vuelve a encenderse, y su mente regresa a ese lugar prohibido. Es como si la canción fuera un recordatorio involuntario de lo que su vida era antes de la estabilidad.

Mientras la canción sigue, el ritmo seductor y las palabras cargadas de deseo invaden su espacio, y su entrenamiento pasa a un segundo plano. Las imágenes de su vida pasada, el deseo, la atracción prohibida, la chispa de lo que vivió en los brazos de Alfonso, todo se mezcla con la melodía y la letra, intensificando ese anhelo que creía controlado. En medio de este torbellino de emociones, sigue corriendo, intentando liberarse de esos recuerdos.

Al terminar su rutina, Vielka se toma un momento para recuperar el aliento, respirando profundamente como si con cada exhalación pudiera deshacerse de las sombras de su pasado. Pero la intensidad sigue ahí, un calor que la consume desde dentro y que ni el esfuerzo físico ha logrado extinguir. Sabe que el recuerdo de Alfonso la seguirá, que el deseo permanece, escondido en las esquinas de su vida perfecta.




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