Entre el fuego y la calma

Estrategia

Desde el momento en que Alfonso volvió a tener entre sus brazos a Vielka, supo que no podía dejarla ir otra vez. La mujer que había logrado desarmarlo, capaz de reavivar una intensidad que ni el poder ni el dinero le proporcionaban, había despertado en él una necesidad incontrolable de recordarle quién era él y lo que habían significado el uno para el otro. Ella había decidido alejarse hacía años, pero él estaba decidido a demostrarle que el deseo que compartieron seguía tan vivo como siempre.

Observaba las luces de la ciudad desde su oficina y, en su mente, el plan comenzaba a tomar forma. No se trataba de perseguirla o de confrontarla directamente; él sabía que para doblegar a Vielka debía ser sutil, que tenía que volver a entrar en su vida de manera imperceptible, sin que ella pudiera detenerlo. Solo así podría mantenerla al límite de sus emociones, hasta que ese deseo reprimido en ella se volviera imposible de ignorar.

"Voy a estar en todos lados, en cada rincón de su vida. Quiero que sienta lo mismo que yo, esa necesidad imposible de apagar" pensaba mientras daba instrucciones.

Alfonso convocó a su círculo de confianza en una discreta reunión a puerta cerrada. Reunió a sus hombres más leales, aquellos que sabían guardar secretos y que lo seguirían en cualquier empresa, por arriesgada que fuera. Entre ellos estaba Raúl, su mano derecha y el encargado de su seguridad; Natalia, su informante de contactos sociales, quien tenía acceso a los círculos más exclusivos de la ciudad; y Gonzalo, el encargado de comunicaciones, quien era experto en enviar mensajes y pistas sin dejar rastros.

"Quiero que consigan acceso a cada evento y reunión de la que ella forme parte," dijo Alfonso, su voz baja y controlada, cada palabra cargada de intenciones. "Pero no quiero que me acerque a ella directamente. Quiero que sienta mi presencia sin verme, que empiece a notar las coincidencias, que no pueda sacarme de su mente."

Raúl, siempre profesional y discreto, asintió con una leve sonrisa. "¿Algún límite, jefe?"

"Solo el que ella ponga. Si se muestra dispuesta a abrir una puerta, la abriremos," respondió Alfonso, mientras un destello de determinación cruzaba sus ojos. "Quiero que todo parezca una coincidencia, que no quede ningún rastro que ella pueda señalar como una invasión."

En los primeros días, Alfonso y su equipo se encargaron de preparar el terreno. Natalia investigó cada uno de los eventos empresariales a los que Vielka asistiría en las próximas semanas y se encargó de enviar discretas invitaciones a Alfonso, asegurándose de que él estuviera registrado como invitado sin levantar sospechas. Aunque él no asistió a ninguno de estos eventos en persona, su presencia quedó reflejada en listas de invitados, documentos que quedarían en manos de organizadores, y rumores que Natalia se encargó de alimentar: "Sí, Alfonso Carrera es uno de los invitados…"

A medida que el plan avanzaba, Natalia se encargaba de hacerle llegar a Alfonso detalles que alimentaban sus esperanzas. Había notado, en cada evento social o reunión empresarial de alto perfil, un detalle que resultaba intrigante: Artemio, el esposo de Vielka, nunca estaba presente. Aunque él era un hombre de negocios bien conocido, Natalia había confirmado que siempre encontraba alguna excusa para no asistir. A través de sus contactos, Natalia se enteraba de que, mientras Vielka asistía sola, Artemio se mantenía al margen, más enfocado en sus propios compromisos laborales.

“Esto podría jugar a tu favor, Alfonso,” le dijo Natalia una tarde, mientras compartían la información en la oficina privada de Alfonso. "Parece que Vielka mantiene su vida social y profesional sin él. Él nunca está a su lado cuando debería estarlo."

Alfonso sonrió, complacido por el dato. "Tal vez la vida perfecta de Vielka no es tan perfecta después de todo," pensó. La idea de que su rival no estuviera realmente a la altura, de que hubiera fisuras en esa relación, encendía en Alfonso un rayo de esperanza. Sabía que, en el fondo, Vielka necesitaba una chispa que Artemio, tan distante y desconectado, parecía incapaz de proporcionarle. La idea de que ella estuviera sola en esos eventos, vulnerable a los recuerdos, alimentaba sus deseos y lo impulsaba a redoblar la intensidad de su estrategia.

Alfonso estaba dispuesto a mantener el suspenso y no aparecer personalmente. Sabía que la clave estaba en su paciencia y en el trabajo meticuloso de su equipo. Así, instruyó a Gonzalo para que organizara una "casualidad" aún más calculada: le pidió que se encargara de enviarle una lista de canciones anónima, aquellas canciones que alguna vez compartieron en su tiempo juntos. Sin explicaciones, sin remitente, solo una lista enviada por correo en la madrugada, como si fuera un mensaje del destino.

Mientras Alfonso seguía a distancia cada reacción de Vielka, sus sentimientos se intensificaban. Sabía que ella luchaba por no caer en ese juego, que estaba intentando mantenerse fiel a su vida segura y estable. Pero también sabía que había logrado lo que se había propuesto: instalarse en su mente, provocando una intriga que la mantenía al límite de sus emociones.




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