Vielka se despertó sobresaltada, con el cuerpo cubierto de sudor y el corazón latiendo con fuerza. El sueño había sido tan vívido, tan real, que le tomó varios segundos darse cuenta de que estaba en su propia cama, junto a su esposo Artemio. Cerró los ojos con fuerza, tratando de disipar las imágenes que seguían rondando en su mente: la mirada intensa de Alfonso, el calor de sus manos sobre su piel, la pasión desbordante que siempre acompañaba sus encuentros.
Era la tercera noche consecutiva que soñaba con él, y cada vez el deseo se hacía más insoportable. Durante el día, las imágenes volvían a su mente, distrayéndola en momentos inoportunos. En las reuniones de trabajo, mientras revisaba documentos, incluso mientras jugaba con sus hijos, Alfonso estaba ahí, en el fondo de su mente, consumiendo cada pensamiento, cada deseo.
Se levantó de la cama con cuidado de no despertar a Artemio y se dirigió al baño. Abrió el grifo del lavamanos y dejó que el agua fría corriera sobre sus manos, esperando que el frío la ayudara a despejar su mente. Pero nada parecía funcionar. Sus pensamientos volvían a Alfonso una y otra vez, como una obsesión que no podía controlar.
Miró su reflejo en el espejo y vio a una mujer agotada, con ojeras profundas y una expresión de frustración en el rostro. "¿Qué me está pasando?" se preguntó en voz baja, casi esperando una respuesta que nunca llegó. Sabía que su vida con Artemio era buena, que tenía una familia maravillosa y un trabajo exitoso. Pero todo eso parecía desvanecerse cuando pensaba en Alfonso. Él representaba un deseo incontrolable, una pasión que no podía encontrar en ningún otro lugar.
Intentó concentrarse en su rutina diaria, pero cada tarea se volvía una tortura. Las reuniones eran un caos en su mente, las palabras de sus colegas se mezclaban y perdían sentido. Los correos electrónicos se acumulaban sin respuesta, y las decisiones que antes tomaba con facilidad ahora parecían imposibles de manejar. Sentía que vivía en una especie de neblina, desconectada de todo y de todos, incapaz de enfocarse en nada más que en el deseo ardiente que la consumía.
Durante el almuerzo, sus amigas notaron su distracción. Margarita, su confidente más cercana, la miró con preocupación.
—Vielka, ¿estás bien? Pareces agotada —dijo, intentando captar su atención.
Vielka forzó una sonrisa, tratando de parecer despreocupada. —Sí, solo he tenido mucho trabajo últimamente.
Pero Margarita no se dejó engañar. —Sabes que puedes contarme lo que sea. ¿Hay algo que te esté molestando?
Vielka bajó la mirada, incapaz de sostener la de su amiga. —Es complicado, Margarita. No sé ni por dónde empezar.
Margarita tomó su mano, ofreciéndole un gesto de apoyo silencioso. —Empieza por donde quieras. Estoy aquí para escucharte.
Vielka tomó aire y comenzó a hablar, sintiendo que cada palabra era una confesión dolorosa. Le habló de los sueños, de los pensamientos constantes, del deseo que la consumía. Margarita la escuchó en silencio, asimilando cada palabra con una mezcla de comprensión y preocupación.
—Vielka, entiendo que esto sea difícil para ti, pero no puedes dejar que te destruya. Tienes una familia, un esposo que te ama, una vida que has construido con esfuerzo. No puedes tirarlo todo por la borda por un deseo pasajero —dijo Margarita con suavidad, pero con firmeza.
—No es pasajero, Margarita. Es algo que me consume, que no puedo controlar. No sé qué hacer —respondió Vielka, con lágrimas en los ojos.
Esa noche, mientras intentaba dormir, los pensamientos sobre Alfonso volvieron con más fuerza. Se imaginó en sus brazos, sintiendo su respiración contra su piel, perdiéndose en su mirada intensa. Cada vez que cerraba los ojos, lo veía ahí, esperándola, llamándola. Y cada vez que los abría, la realidad la golpeaba con una fuerza brutal, recordándole que no podía tenerlo.
Los días pasaban y Vielka se sentía más desconectada de su vida. Sus hijos, su esposo, su trabajo, todo parecía desvanecerse en comparación con el deseo abrumador que sentía por Alfonso. Sabía que estaba perdiendo el control, que su obsesión estaba afectando cada aspecto de su vida, pero no podía detenerlo. Era como un fuego que la consumía por dentro, y nada parecía capaz de apagarlo.
Editado: 23.11.2024