Entre el fuego y la calma

Rutinas paralelas

El sol apenas se levantaba cuando Alfonso Carrera ya estaba en pie. A las 5:00 a.m., el líder de uno de los cárteles más poderosos de México estaba en su gimnasio privado, comenzando su rutina diaria de ejercicios. Los pesados golpes en el saco de boxeo resonaban en la sala, cada golpe un reflejo de la disciplina y control que mantenía sobre su vida.

Después de una hora de entrenamiento intenso, se duchó rápidamente y se vistió con uno de sus trajes impecables. Se miró en el espejo, ajustando la corbata, asegurándose de que cada detalle estuviera perfecto. Sabía que la imagen que proyectaba era tan importante como las acciones que tomaba.

Al bajar al comedor, encontró a su esposa Camila esperando. Lucía impecable, como siempre, con su cabello perfectamente peinado y un vestido elegante que realzaba su figura.

—Buenos días—dijo Alfonso, inclinándose para besarla en la mejilla.

—Buenos días, cariño —respondió Camila, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Hoy tengo una cita en el spa y luego una reunión con las chicas del club. Necesito que me des dinero para unas compras.

Alfonso asintió, acostumbrado a las demandas constantes de Camila. Sacó un fajo de billetes del maletín y se lo entregó sin decir una palabra. Camila sonrió, satisfecha, y lo guardó en su bolso de diseñador.

—Gracias,guapo. Nos vemos esta noche —dijo, levantándose y besándolo en los labios antes de salir.

Alfonso observó cómo su esposa se iba, y luego se dirigió a su despacho. Tenía una reunión importante con sus lugartenientes para discutir los movimientos del cártel rival y las nuevas rutas de tráfico que planeaban asegurar.

La sala de reuniones estaba oscura y llena de humo de cigarro cuando Alfonso entró. Sus hombres se levantaron al verlo, y él les hizo un gesto para que se sentaran.

—Tenemos que movernos rápido —dijo Alfonso, abriendo un mapa sobre la mesa—. El cártel rival ha estado muy activo en esta zona. Necesitamos asegurarla antes de que ellos lo hagan.

La discusión fue intensa, con estrategias y planes trazados con precisión. Alfonso escuchaba atentamente, tomando notas y dando órdenes. Sabía que cada decisión debía ser calculada al milímetro para mantener su dominio y evitar bajas innecesarias.

Después de varias horas, la reunión llegó a su fin. Alfonso salió del edificio y se dirigió a su coche. Era la 1:00 p.m., y tenía una cita mucho más personal que atender. Condujo hasta un discreto hotel en el centro de la ciudad, donde había reservado una habitación para su encuentro con Vielka.

Vielka no tardo en aparecer, sonrió, y Alfonso sintió cómo toda la tensión del día se desvanecía al estar con ella. La besó profundamente, dejando que el deseo y la pasión guiaran sus movimientos. Sabía que estos momentos eran fugaces, pero cada segundo valía la pena.

—Te he extrañado —murmuró Alfonso, sus labios recorriendo su cuello.

—Yo también —susurró Vielka, cerrando los ojos y dejándose llevar.

Se despojaron de la ropa con urgencia, sus cuerpos encontrándose en una danza de pasión y deseo. Los minutos se transformaron en horas mientras se entregaban el uno al otro, olvidando el mundo exterior. Alfonso adoraba a Vielka con cada caricia, cada beso, como si quisiera compensar todo el tiempo que no podían estar juntos.

—Eres increíble —dijo Alfonso, sus ojos llenos de admiración mientras la miraba.

—Tú también —respondió Vielka, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza.

Las palabras se volvieron susurros y los susurros en gemidos mientras se perdían en el placer. Cada encuentro con Vielka era una explosión de emociones, una liberación del deseo contenido. Alfonso sentía que podía ser él mismo con ella, sin restricciones, sin miedo.

Después de lo que parecieron momentos eternos de pasión, ambos quedaron exhaustos, sus cuerpos entrelazados en la cama. Alfonso la miró con una mezcla de satisfacción y deseo, acariciando su rostro con ternura.

—Hasta la próxima —dijo, besándola una última vez con intensidad.

Vielka sonrió, sabiendo que esos momentos eran un escape perfecto de su vida cotidiana. Se levantó y comenzó a arreglarse el cabello y la ropa, asegurándose de que no quedara rastro de su encuentro. Alfonso la observaba, sus ojos llenos de una promesa de más encuentros furtivos.

—Hasta la próxima —respondió ella, con una sonrisa que ocultaba un torbellino de emociones.

Alfonso la vio salir y luego se quedó un momento en la habitación, sintiendo cómo la realidad volvía a instalarse en su mente. Sabía que tenía que volver a su vida, a su rol de líder del cártel, pero esos momentos con Vielka eran su escape, su refugio en medio del caos.

Condujo de regreso a su oficina, donde lo esperaban más reuniones y decisiones. Sabía que cada movimiento debía ser calculado, cada palabra medida. El resto de la tarde pasó en un torbellino de llamadas y reuniones, con Alfonso manteniendo el control absoluto sobre sus negocios.

Al caer la noche, regresó a casa. Encontró a Camila en el salón, mostrando sus últimas compras a una amiga. Ella levantó la vista cuando él entró y le sonrió.

—Hola, amor. ¿Cómo te fue hoy? —preguntó, aunque su tono indicaba que la pregunta era más por cortesía que por interés real.

—Bien, como siempre —respondió Alfonso, dándole un beso en la mejilla.

Camila siguió conversando con su amiga, y Alfonso se dirigió a su despacho, donde revisó los informes del día y planificó los movimientos del cártel para el día siguiente. Sabía que su vida era un delicado equilibrio entre el poder y el riesgo, y que cualquier error podría ser fatal.

Antes de ir a la cama, pasó por las habitación de sus hijos, y la besó en la frente mientras dormía. Ese pequeño momento de paz le recordaba por qué hacía todo lo que hacía. Cerró la puerta con cuidado y se dirigió a su habitación.

Camila ya estaba en la cama, leyendo una revista de moda. Alfonso se metió en la cama a su lado, sintiendo cómo el cansancio del día lo golpeaba.




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