Entre el fuego y la calma

Solo placer

Vielka ajustó el tirante de su vestido y se miró en el espejo por última vez. Su reflejo le devolvía la imagen de una mujer segura, exitosa y dueña de sí misma. No había margen para dudas en esa imagen, aunque en su interior la tensión creciera. Artemio, su esposo, había confirmado hacía menos de 45 minutos que asistiría al evento y, aunque algo nerviosa, mantuvo su mejor poker face. Justo entonces, Artemio entró en el dormitorio y la abrazó por detrás, mirándola a los ojos a través del espejo. Al verla, esbozó una sonrisa suave y llena de admiración.

—Estás deslumbrante, Vielka —dijo él, besándole el hombro y pasando su mano suavemente—. Me siento el hombre más afortunado por ir contigo esta noche.

Ella sonrió, sintiendo la calidez de su esposo, ocultando, como tantas otras veces, el torbellino que se arremolinaba en su mente. La lista de invitados no le había dejado duda: Alfonso estaría allí. Y, como si eso no fuera suficiente, un mensaje reciente suyo insinuaba un encuentro furtivo después del evento. Vielka sintió una mezcla de temor y emoción a la vez; algo en ella todavía respondía a esa chispa prohibida, a esa parte de su vida que se negaba a extinguir.

—Gracias, amor —respondió ella, mirándolo con afecto—. Esta noche será especial, estoy segura.

Artemio suspiró levemente, como si el peso de la velada también recayera sobre él.

—Para ser honesto, preferiría quedarme en casa. Pero uno de mis clientes importantes estará en el evento. Es un proyecto grande y necesito dar la cara. No puedo darme el lujo de perder esta oportunidad.

Vielka mantuvo la compostura, reprimiendo sus propios pensamientos mientras le tomaba la mano y le sonreía, casi como si en ese instante pudiera transmitirle un poco de la seguridad que ella misma fingía.

—Tranquilo, me tienes a mí para acompañarte. Todo saldrá bien —respondió, acariciando su mano—. Y estoy aquí para apoyarte en todo.

Artemio asintió, devolviéndole una sonrisa agradecida. Luego, como en un impulso, le dio un beso en la frente y murmuró:

—Y no cualquiera puede presumir de ir con la empresaria del año.

Ambos se dirigieron a la puerta, preparados para enfrentar la velada, cada uno ocultando sus propios miedos e inseguridades.

El evento estaba en su apogeo. Las luces, la música de fondo y el brillo de los asistentes llenaban el gran salón con una atmósfera sofisticada. Vielka se mantuvo firme y en control, sonriendo a cada empresario que se le acercaba, exhibiendo su mejor versión profesional. Sin embargo, no podía ignorar el peso de una mirada que la atravesaba desde el otro lado del salón. Alfonso estaba allí, mirándola con una intensidad abrasadora, como si no hubiera nadie más en el lugar.

Mientras hablaba con un inversor, sentía los ojos de Alfonso clavados en ella, cada movimiento suyo era evaluado, cada sonrisa suya parecía estar destinada a él, aunque Artemio permaneciera a su lado, ajeno a esa tensión silenciosa. Finalmente, su esposo se excusó un momento para hablar con un cliente, dejándola sola en la barra, con una breve promesa de volver enseguida.

En ese momento, Alfonso aprovechó para acercarse, con una expresión de triunfo en el rostro y una seguridad que solo aumentaba el nudo en el estómago de Vielka.

—Vielka, ni siquiera sé cómo saludarte sin imaginarme besándote —murmuró él, sus ojos oscuros llenos de deseo y desafío.

Ella sostuvo su copa de vino con firmeza y giró levemente el rostro hacia él, manteniendo la expresión controlada, pero su corazón latía desbocado.

—Alfonso, esta no es ni la hora ni el lugar —contestó, tratando de sonar neutral, aunque sentía que se desmoronaba por dentro.

Alfonso sonrió, un gesto lleno de arrogancia y desdén, pero también con un toque de tristeza que rara vez mostraba.

—¿Entonces cuándo? Porque desde que llegaste, he estado buscando una excusa para sacarte de aquí —murmuró, observando el entorno con discreción—. No tienes idea de lo que es verte al lado de ese hombre, como si fueras una completa desconocida para mí.

Vielka respiró profundamente, esforzándose por mantenerse inquebrantable, aunque su interior ardiera bajo la intensidad de esas palabras.

—Ese hombre es mi esposo, Alfonso —le contestó con firmeza, pero sin atreverse a mirarlo directamente.

Alfonso soltó una risa baja, amarga, como si le doliera tanto como a ella.

—¿Y él es tu seguridad? Porque te aseguro que nadie más puede darte lo que yo te doy.

Ella lo miró finalmente, sintiendo el peso de su mirada atraparla. Había una historia, una pasión innegable, pero sobre todo había un peligro del cual ella misma intentaba convencerse que estaba alejada.

—¿Y qué es lo que me das tú, Alfonso? —le respondió, con voz suave pero firme—. Lo nuestro siempre ha sido un acuerdo de ganar-ganar. Solo placer, nada más. Lo sabes.

Alfonso no contestó de inmediato. Sus ojos reflejaban algo que lo traicionaba, algo más que puro deseo, una mezcla de nostalgia y orgullo. Finalmente, él se inclinó hacia ella, acercándose lo suficiente para que solo ella escuchara.

—Tú sabes que no es verdad —susurró—. No sabes cómo arde verte así, pero con el. No soporto verte en sus brazos, como si le pertenecieras.

En ese momento, como una ironía del destino, Artemio regresó a su lado, ajeno al intercambio que acababa de presenciarse. Vielka se volvió hacia él, aferrándose a su papel de esposa devota y dueña de sí misma.

—Amor, quiero presentarte a alguien —dijo, con una sonrisa que ocultaba la tormenta en su interior—. El es el señor Alfonso Carrera, uno de mis clientes más importantes.

Artemio extendió la mano con amabilidad, sin advertir la mirada fija y dura de Alfonso, quien le devolvió el saludo con una sonrisa enigmática, alargando un poco más de lo necesario el contacto.

—Un placer, Alfonso. Vielka siempre habla de sus grandes clientes con entusiasmo. Ahora veo por qué —dijo Artemio, cordial pero con una ligera curiosidad en los ojos.




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