Vielka se despertó con el alma aún encadenada a la noche anterior, una noche que resonaba como un eco en su mente. El recuerdo del encuentro entre Artemio y Alfonso era una llama encendida, un torbellino de imágenes y palabras que removían lo más profundo de su ser. Cada fibra de su cuerpo anhelaba estabilidad, pero la pasión y la inestabilidad de su relación clandestina con Alfonso, que llevaba ya dos meses, le provocaban una adicción inevitable y peligrosa.
Esa mañana, mientras preparaba el desayuno y ayudaba a su hijo Javier a vestirse, cada movimiento la llevaba a un esfuerzo interno por retomar la rutina y borrar las dudas que la asaltaban. Era experta en esconder sus emociones, y ni siquiera Margarita, su amiga más cercana, debía percibir algo extraño. Afortunadamente, Margarita vivia en la felicidad de la solteria y los encuentros casuales, por lo que le sería más fácil esconder su desestabilidad.
Cuando Margarita llegó a media mañana para pasar el día, la dinámica parecía la de siempre: risas y charlas superficiales. Vielka observaba cómo su amiga la miraba con la misma expresión atenta, inquisitiva, siempre tan perspicaz.
—¿Todo bien, Vielka? —preguntó Margarita, mientras ambas preparaban un plato en la cocina.
—Sí, claro. Solo un poco cansada —respondió, aparentando normalidad.
Margarita no parecía convencida y estudió a Vielka con una mirada que la hacía sentirse vulnerable. Vielka desviaba la conversación hábilmente hacia trivialidades, sin apartarse un centímetro de su máscara de perfección. Ni Margarita ni nadie podría saber la verdad. Lo último que necesitaba era que alguien descubriera los encuentros furtivos, las miradas compartidas y los secretos peligrosos que Alfonso y ella compartían.
La tarde avanzaba lentamente, y Vielka trataba de involucrarse en las actividades con Javier. Sabía que las risas de su hijo y los momentos de calma eran su única válvula de escape. Pero cada vez que miraba a su amiga, sentía que Margarita veía algo en su interior, algo que ella intentaba ocultar desesperadamente. En esos momentos de tensión, Vielka no podía evitar recordar sus últimas semanas con Alfonso: las citas secretas, los encuentros en habitaciones de hotel apartadas, y el riesgo constante de ser descubiertos.
Después de la partida de Margarita, la casa quedó en silencio. Vielka sentía el peso de sus pensamientos y el eco de la mirada inquisitiva de su amiga. ¿Hasta cuándo podría sostener esta vida de secretos y mentiras? Sabía que su relación con Alfonso estaba en una línea peligrosa, y que aunque amaba a Artemio y la vida perfecta que había construido, el deseo de Alfonso era un fuego que no podía apagar.
Se sentó en el borde de la cama y miró el cuarto de sus hijos. Las preguntas resonaban en su cabeza: ¿podría seguir manteniendo ambos mundos? ¿Era posible amar la seguridad y el peligro con la misma intensidad? En su corazón, comprendía que no podía vivir sin la estabilidad que Artemio le ofrecía. Era un esposo fiel, un buen padre y su apoyo constante. Pero, al mismo tiempo, sabía que jamás podría desprenderse de Alfonso, de la intensidad y el deseo que él le despertaba.
El tiempo con Artemio era un refugio de paz y amor, algo que había construido cuidadosamente, pero Alfonso era la personificación de una parte de ella que había creído extinguida y que la hacía sentir más viva que nunca . Recordaba sus besos, sus caricias, la adrenalina que corría por sus venas cada vez que estaban juntos. Esa relación secreta había pasado a convertirse en una necesidad. Los últimos dos meses la habían marcado profundamente, y aunque intentara convencerse de que era solo una fase, en su corazón sabía que no podría salir de esto tan fácilmente.
Cuando finalmente se metió en la cama junto a Artemio, sintió el peso de la mentira que cargaba consigo. Él la abrazó, y ella se aferró a él con la esperanza de que su calidez borrara el vacío que la invadía. Sin embargo, incluso en los brazos de su esposo, sentía que faltaba algo, algo que solo Alfonso podía darle.
Mientras Artemio dormía, Vielka permaneció despierta, mirando el techo, sumida en una mezcla de culpa y deseo. Se prometió que pondría fin a todo esto, que buscaría una salida antes de que fuera demasiado tarde, pero el pensamiento de dejar de ver a Alfonso le parecía imposible. Sabía que estaba jugando con fuego, pero la tentación de mantener esa dualidad en su vida era una fuerza que no podía resistir.
Finalmente, la madrugada la encontró despierta, el corazón dividido entre la paz de su hogar y el deseo de una vida que sabía peligrosa. Aunque Artemio y sus hijos representaban todo lo que amaba, Alfonso le recordaba una vida que nunca había dejado atrás del todo.
Editado: 23.11.2024