Alfonso sabía que su plan de alejar a Vielka de Artemio estaba funcionando pero para hacer realidad su deseo de una vida con Vielka, primero tendría que deshacerse de Camila. Era una tarea más complicada de lo que a simple vista podría parecer. No se trataba solo de la resistencia de ella o del impacto social que tendría en su círculo; el desafío real radicaba en las consecuencias para el cartel. Camila no era solo su esposa; pertenecía a una de las familias más poderosas dentro de la organización. La familia Montemayor, de donde ella provenía, había sido uno de sus mayores aliados, y el matrimonio entre ambos había fortalecido las conexiones de poder y permitido a ambas familias escalar en el entramado del cartel.
Aun así, Alfonso estaba decidido a intentar que fuera ella misma quien pidiera la separación. Pensaba que si intensificaba su indiferencia y desapego hacia ella, Camila terminaría harta y buscaría alejarse de él por voluntad propia. Sin embargo, sabía que esto requería un delicado equilibrio. Si Camila llegaba a sospechar que había otra mujer involucrada, podría reaccionar de forma impredecible, y eso no solo complicaría sus planes, sino que podría poner en peligro a Vielka.
La primera fase de su plan fue mostrarle a Camila, cada vez más abiertamente, que él no tenía el menor interés en su compañía. En las cenas de negocios y eventos sociales, Alfonso se limitaba a responder con monosílabos, a veces hasta evitando mirarla directamente. Si ella intentaba hablarle o hacer algún comentario, él simplemente asentía con indiferencia, sin dar lugar a una conversación real. A veces, cuando estaban en casa, y ella intentaba acercarse para pasar un tiempo juntos, Alfonso encontraba cualquier excusa para salir de la habitación o "recordar" asuntos importantes en su agenda.
Una noche, mientras cenaban en silencio en el comedor de su mansión, Camila, cansada de la indiferencia de Alfonso, dejó de cortar su filete y lo miró fijamente.
—¿Hasta cuándo piensas seguir así, Alfonso? —preguntó, con un tono de voz que mezclaba molestia e incredulidad.
Alfonso levantó la vista del plato, y la miró con una expresión fría y vacía.
—¿Así cómo, Camila? —respondió con una voz desinteresada, casi como si hablara con alguien que le resultaba completamente ajeno.
Ella suspiró, dejando caer el cuchillo y el tenedor sobre el plato. Parecía casi resignada, pero una chispa de enfado brillaba en sus ojos.
—No sé qué te pasa últimamente, pero pareciera que no quieres estar aquí. Apenas hablas conmigo, y cuando lo haces, es como si estuvieras a miles de kilómetros —dijo ella, intentando controlar el tono de su voz—. ¿Hay algo que deba saber?
Alfonso mantuvo la mirada en ella un instante, meditando sus palabras con precisión. Sabía que una reacción demasiado evasiva o defensiva solo avivaría sus sospechas.
—Tengo muchos asuntos en la cabeza, Camila. Son tiempos difíciles, y necesito concentración —respondió con frialdad, como si su explicación fuera más una excusa vaga que una verdadera confesión.
Camila lo observó en silencio, con una expresión de escepticismo y decepción. Desde el principio había sabido que Alfonso era un hombre complicado, pero ahora sentía que algo escapaba a su control. Decidió, entonces, intentar una táctica diferente: mantener su posición inquebrantable, y recordarle sutilmente que ella era la mujer que había estado a su lado en los momentos más duros.
—Bueno, espero que recuerdes quién ha estado contigo siempre, en los tiempos buenos y en los malos —comentó con un tono que sonaba más a advertencia que a afecto—. No todas las mujeres tendrían el valor de quedarse contigo en esta vida. Pero yo lo hice.
Alfonso apenas reaccionó a sus palabras. Sabía que sus intentos de aferrarse a él solo reflejaban su verdadero apego, no hacia él, sino hacia lo que significaba ser su esposa. Le dio una pequeña sonrisa de cortesía, y asintió sin emoción alguna.
—No lo olvido, Camila. Pero estar conmigo no debería ser una carga. Si eso es lo que sientes, puedes tomarte el tiempo que necesites —respondió en un tono cortante, claramente dejándola entrever que su presencia no le resultaba indispensable.
Camila sintió el desprecio en cada palabra. Quiso responder con furia, pero se contuvo, optando por darle un largo trago a su copa de vino. Alfonso miró hacia otro lado, claramente dándole a entender que la conversación había terminado para él.
Camila había comenzado a notar ciertos cambios en el comportamiento de su esposo Alfonso y esta conversación le dio la razón; Aunque en el pasado Alfonso había tenido relaciones extramaritales, ella siempre las consideró sin importancia, encuentros carnales y fugaces que no amenazaban su posición como la esposa del jefe del cartel. Sin embargo, en los últimos meses, algo era diferente. Alfonso estaba cada vez más ausente, y la indiferencia que mostraba hacia ella tenía un trasfondo distinto. Camila comenzó a sospechar que la razón de su frialdad no era un desliz cualquiera, sino una mujer que significaba algo más para él, lo que le regresó a su mente a Vielka, y siempre había sido alguien que despertaba su desconfianza; la seguridad y ambición de esa mujer la hacían sentir que representaba una amenaza mucho mayor que cualquier amante ocasional. En algún lugar de su instinto, Camila temía que Vielka tuviera la capacidad de desestabilizar la vida que había construido junto a Alfonso.
Determinar la realidad detrás de sus sospechas se convirtió en una obsesión para Camila. Decidió entonces actuar sutilmente, usando su influencia y sus contactos para obtener más información sobre Vielka y sus posibles encuentros con Alfonso. Sabía que no podía hacer preguntas demasiado evidentes; así que se limitó a comentar su inquietud con algunas esposas de sus aliados y confidentes. Sin embargo, los detalles que conseguía eran siempre vagos o simplemente rumores de una aventura juvenil.
Editado: 26.11.2024