Era una tarde soleada y el jardín de Vielka y Artemio estaba decorado con globos de colores pastel y guirnaldas que colgaban entre los árboles, creando un ambiente festivo y alegre. Pequeñas mesas redondas con manteles blancos estaban dispuestas alrededor del jardín, y una mesa principal, decorada con una delicada torta en forma de castillo y flores rosadas, ocupaba el centro de atención. Los invitados comenzaron a llegar y a saludar a los anfitriones con sonrisas y regalos para María, quien esa tarde cumplía dos años. Vielka y Artemio, impecablemente vestidos, recibían a cada invitado con calidez, irradiando una imagen de pareja estable y feliz.
Vielka sonreía, agradeciendo los buenos deseos y comentarios de los invitados, aunque en su mente se hallaba atrapada en pensamientos contradictorios. Por un lado, estaba feliz de estar rodeada de personas cercanas para celebrar a su hija; por otro, sentía una desconexión con el ambiente y la vida que había construido con Artemio. Mientras tanto, él mantenía su presencia habitual: cálido, atento y siempre dispuesto a ocuparse de los detalles para que todo saliera perfecto. No podía negar que tenía un esposo devoto, pero había una parte de ella que comenzaba a buscar algo más, un sentimiento que recientemente Alfonso le había reavivado.
En medio de las risas y los juegos de los niños, Margarita y Loreto, las mejores amigas de Vielka, llegaron a la fiesta, cada una por su lado. Ambas mujeres se saludaron cortésmente, aunque todos sabían que no eran particularmente cercanas entre sí. A pesar de la falta de química entre ellas, tenían algo en común: Vielka. Margarita, extrovertida y curiosa y Loreto, con su estilo sereno y observador, formaban un dúo interesante cuando se trataba de cuidar a su amiga.
Vielka las recibió con un abrazo a cada una, agradecida de que ambas pudieran asistir. Para ella, su presencia era esencial en ese día especial, pues cada una había sido un pilar en momentos difíciles, aunque de maneras muy distintas.
—¡Qué hermosa está la decoración! —exclamó Margarita, mirando a su alrededor con una sonrisa.
—Sí, parece un cuento de hadas. María está rodeada de todo lo que una niña podría desear —añadió Loreto, quien se mostraba especialmente observadora, no solo de los detalles, sino de la actitud de Vielka.
Después de intercambiar saludos y pequeños comentarios, los tres se acomodaron cerca de la mesa central, desde donde observaban cómo los niños jugaban y los padres conversaban en pequeños grupos. Margarita y Loreto, entre risas y comentarios sobre la decoración, notaron algo en Vielka. Aunque estaba radiante, había un cambio en su energía, algo que no terminaban de identificar.
—Vielka, tienes una… energía distinta —dijo Loreto, dándole una mirada de complicidad—. Te ves feliz, aunque, no sé… algo diferente.
—¿Diferente? —preguntó Vielka, sonriendo con un tono despreocupado—. Supongo que la maternidad siempre trae algo nuevo.
—Sí, pero no me refiero solo a eso —respondió Margarita, lanzando una mirada rápida a Loreto—. Hay algo en tu forma de estar, en tu mirada.
Vielka intentó evadir el comentario con una risa, pero sintió que sus amigas comenzaban a sospechar. Desde que había vuelto a encontrarse con Alfonso, había hecho todo lo posible por ocultar sus verdaderos sentimientos y mantener la apariencia de que su vida familiar era perfecta. Sin embargo, era consciente de que había cambiado, y sus amigas parecían ser las primeras en notarlo.
Antes de que pudieran profundizar en el tema, una risa de María, que jugaba con su padre en el otro extremo del jardín, captó su atención. Artemio la lanzaba suavemente al aire y ella reía con esa risa pura e inocente que solo tienen los niños. Era una imagen de felicidad, de familia perfecta. Margarita y Loreto intercambiaron una mirada, admirando la dedicación de Artemio.
—Artemio parece estar en la cima del mundo —comentó Loreto, mirándolo con una leve sonrisa—. Tu vida debe estar bastante bien, ¿no, Vielka?
Vielka esbozó una sonrisa, agradecida por el comentario, pero sintió el peso de su propio dilema. Antes de que pudiera responder, Loreto continuó.
—Y entonces, cuéntanos, Vielka. Además de la maternidad, ¿qué hay de nuevo en tu vida? —preguntó con un tono curioso, dándole una mirada penetrante.
Vielka sintió cómo la pregunta iba más allá de la simple curiosidad. Sabía que Loreto podía percibir que había algo que ella no compartía, pero no estaba dispuesta a revelar nada.
—La verdad, no mucho. El trabajo sigue siendo un reto, y la vida familiar me mantiene ocupada —respondió con una sonrisa serena.
Sin embargo, Loreto no parecía satisfecha con la respuesta y continuó observándola, como si intentara leer entre líneas. Margarita, por su parte, también notaba la tensión en el ambiente, y decidió cambiar de tema para aliviar la incomodidad.
—Bueno, hablando de temas recientes, me encontré con Camila en una fiesta —comentó Loreto, observando la reacción de Vielka al mencionar el nombre de la esposa de Alfonso—. No sé si la recuerdas, ya sabes, bellisima, inalcanzable… mas bien insoportable.
Vielka mantuvo su expresión, aunque el nombre de Camila hizo que sintiera un leve escalofrío.
—Ah, sí, claro. Camila… —respondió, intentando parecer despreocupada, aunque sabía que cualquier detalle adicional podría delatarla.
Margarita, quien hasta ahora había estado observando en silencio, levantó una ceja y miró a Loreto con curiosidad. Desde hacía un tiempo, había sentido una sensación extraña respecto a Vielka, una mezcla de inquietud y duda, y el nombre de Camila no ayudaba.
—Camila, la plastica esta esposa del narco este… perdon empresario ¿verdad? —comentó Margarita, con una voz que intentaba sonar casual, pero su mirada denotaba interés.
Loreto volteo los ojos y asintió, observando a Vielka de reojo.
—Sí. Hablé con ella en una fiesta. Fue una conversación interesante, la verdad. Ella parecía… cómo decirlo… especialmente interesada en saber sobre algunas cosas que tú y yo conocemos, Vielka —dijo, dejando el comentario en el aire, como si quisiera provocar una reacción.
Editado: 23.11.2024