El amanecer apenas asomaba por las ventanas de la casa de Vielka. Las cortinas finas dejaban que la luz matutina tiñera la habitación de tonos suaves y cálidos, marcando el inicio de otro día. Ella se movió con cuidado en la cama, intentando no despertar a Artemio. A su lado, su esposo respiraba profundamente, aún sumido en sus sueños.
En ese instante de calma, Vielka se sentía en paz. Miró a Artemio por un momento, observando la forma en que sus párpados temblaban ligeramente mientras soñaba. Él era su refugio, la estabilidad que había buscado durante tantos años. Mientras le daba un suave beso en la mejilla, pensó en cómo su vida había cambiado desde aquellos días en que Alfonso ocupaba su mente y sus noches. Pero ahora, con la tranquilidad que le daba su matrimonio, sentía cínicamente que había logrado encontrar el equilibrio.
Los sonidos de sus hijos desde la otra habitación la sacaron de sus pensamientos. Javier, el mayor, de apenas cinco años, estaba hablando animadamente con María, de dos, quien respondía con risas y murmullos. Vielka sonrió, se levantó con suavidad y caminó hacia el cuarto de los niños. Al llegar, vio cómo Javier, con sus figuras de acción en mano, hacía reír a su hermana mientras le mostraba un libro de dibujos.
—Buenos días, pequeños madrugadores —dijo Vielka, sonriendo mientras se inclinaba para darles un beso en la frente.
Javier la miró con una sonrisa traviesa. —Mami, hoy quiero que vayamos al parque después de la escuela. Prometiste que iríamos.
—¿De verdad? ¿Ya olvidaste lo que te dije ayer? —bromeó ella, acariciándole el cabello. Él la miró confundido hasta que ella soltó una risa. —Claro que vamos a ir al parque. Después de la escuela iremos todos, ¿te parece?
Javier asintió emocionado y salió corriendo hacia la cocina. Vielka levantó a María, quien la miraba con esos ojos grandes que tanto le recordaban a su propia madre.
Al entrar en la cocina, encontró a Artemio preparando el desayuno. Como siempre, él estaba ocupado haciendo todo lo necesario para que los niños tuvieran una buena mañana antes de ir a la escuela. La imagen de su esposo cocinando, con una sonrisa serena, le dio a Vielka un sentimiento de gratitud. Había encontrado en él la paz y el amor que tanto anhelaba.
—Buenos días, amor —dijo Artemio al verla—. Mira, los panqueques ya están casi listos, aunque alguien aquí ya se los quiere comer antes de tiempo —dijo señalando a Javier, que intentaba tomar uno del plato.
—Papi, pero huelen muy rico —dijo Javier con una sonrisa pícara.
—Vas a tener que esperar un poco más, pequeño impaciente —respondió Artemio, sirviendo jugo para cada uno en la mesa.
Se sentaron todos juntos a desayunar, y la conversación fluyó entre risas y anécdotas. La mesa estaba llena de risas y expresiones de felicidad que le recordaban a Vielka por qué amaba tanto su vida familiar.
Más tarde, mientras los niños estaban en la escuela, Vielka se encontró sola en su oficina, respondiendo correos y revisando propuestas de nuevos clientes. Su empresa de marketing había crecido, y cada día recibía más solicitudes de campañas de todo tipo. Pero mientras intentaba concentrarse, su teléfono sonó. Vio el nombre de Alfonso en la pantalla y sintió una mezcla de sorpresa y ansiedad. Desde hacía tiempo, ambos mantenían una comunicación esporádica y prudente.
Contestó después de unos segundos, tratando de sonar serena.
—Alfonso, ¿cómo estás? —preguntó.
—Vielka, solo quería saber cómo va tu día —respondió él con voz tranquila, pero cargada de una sutil intención.
Ella sonrió, notando el tono amable en su voz. Habían llegado a un punto donde podían hablar sin el peso de sus pasados atormentados.
—Estoy bien, bastante ocupada con el trabajo y los niños. ¿Y tú? —preguntó ella, con una mezcla de interés y prudencia.
—Lo mismo de siempre. Me alegra escuchar tu voz —dijo Alfonso en un tono pausado, como si quisiera alargar la conversación. Luego hizo una pausa—. ¿Te gustaría que nos viéramos hoy? Prometo que será una salida discreta.
Vielka dudó por un momento. Sabía que aceptar podría ser peligroso, pero había algo en Alfonso que siempre lograba atraerla. Él lo notó en el silencio.
—Se que tienes planes con tus hijos, prometo que será rápido, solo necesito verte. No tienes que preocuparte por nada —dijo él, como si intentara calmar las dudas de ella.
Finalmente, ella aceptó. —Está bien, pero tiene que ser breve. Artemio espera que regrese temprano.
—No te preocupes, lo sé. Estaré puntual y nos veremos en el sitio de siempre —respondió Alfonso, antes de despedirse.
La hora del encuentro llegó y vielka agradeció viendose al espejo su atuendo con colores oscuros, no llamaba demasiado la atención, se veía profesional y su encuentro pasaría como algo de negocios; Al llegar al restaurante, lo encontró esperándola en una mesa privada, lejos de las miradas de los demás comensales. Alfonso se levantó al verla, y ella, com siempre notó y gradecio una chispa en sus ojos
—Vielka, estás hermosa —dijo él, acercándose para darle un beso en la mejilla.
—Gracias, Alfonso. Es bueno verte —dijo, intentando sonar tranquila.
Mientras conversaban sobre temas ligeros, Alfonso la miraba con atención, como si quisiera leer más allá de sus palabras.
—Recuerdo la primera vez que salimos, ¿lo recuerdas? —preguntó Alfonso, mirándola con una sonrisa nostálgica.
—Claro que sí. Fue en aquel bar escondido en las montañas —respondió Vielka—. Parecía que era solo para nosotros, como si estuviéramos en otro mundo.
— Me encantaria que el mundo siguiera siendo el mismo de ese instante—Alfonso le tomó la mano por un momento. Su tacto era suave, pero intenso.
Vielka sintió una punzada de nostalgia y culpa. La conexión entre ellos era innegable, pero sabía que su vida estaba en otro lugar ahora.
Él asintió, comprendiendo la distancia que ella necesitaba mantener.
Editado: 23.11.2024