Entre el fuego y la calma

Las consecuencias de nuestros actos parte I

Era mediodía cuando Camila se reunió en un restaurante apartado con un contacto de confianza. Con voz firme, describió con precisión lo que necesitaba y lo que esperaba recibir. En su mente, ya veía cómo las piezas caerían. Había acumulado una serie de pruebas, una combinación de fotografías y facturas, documentando los lujosos hoteles y restaurantes en los que Vielka y Alfonso se encontraban. Desde hacía semanas, había seguido cada paso de ellos, recopilando pruebas de su relación clandestina. Camila sabía que si jugaba bien sus cartas, no solo destrozaría la vida de Vielka, sino también la de Alfonso.

Esa misma tarde, mientras Vielka se ocupaba de sus asuntos en la oficina, un sobre marrón con su nombre llegó a la recepción del despacho de Artemio. La recepcionista, sin sospechar nada, lo llevó hasta la oficina de su jefe. Artemio, inmerso en los proyectos de la empresa, tomó el sobre y lo abrió sin pensar mucho. Lo que encontró en su interior hizo que el tiempo se congelara: fotografías de Vielka junto a Alfonso en una serie de situaciones comprometedoras. Junto a ellas, copias de facturas de cenas, noches en hoteles, fotografias llegando al departamento y detalles explícitos de encuentros que parecían planificados hasta el último segundo. Artemio se quedó en silencio, con la mente en blanco y el corazón latiendo con una mezcla de incredulidad y rabia.

Apenas podía pensar en lo que significaba, en lo que estaba viendo. Su esposa, la mujer con la que había construido una vida, la madre de sus hijos… estaba traicionándolo. Sintió un vacío profundo, una furia que le nubló la vista. Artemio cerró el sobre, manteniendo las pruebas en su escritorio, y decidió enfrentarse a Vielka al final del día.

Mientras tanto, Margarita y Loreto, amigas cercanas de Vielka, también comenzaron a notar detalles que no encajaban. Loreto, quien conocía a Vielka desde su juventud y había visto de cerca su relación con Alfonso, no podía creer lo que estaba descubriendo. Las pruebas comenzaron a llegar de forma anónima, y tanto ella como Margarita intentaron confrontarla, pero Vielka, hasta ese momento, negaba cualquier pregunta o sospecha, esquivando cada intento de obtener una confesión.

Por otro lado, Camila no estaba dispuesta a dejar que las cosas quedaran ahí. Aquella noche, se presentó en la casa de Alfonso. Sin pedir permiso, ingresó y se dirigió hacia él con una mirada de hierro.

—Alfonso —dijo, su voz tan firme que parecía cortar el aire—. Esta vez, no voy a pasar por alto tus traiciones.

Alfonso, reclinado en su oficina, le dirigió una mirada despreocupada. Sabía que Camila había estado moviéndose entre las sombras, pero no esperaba una confrontación tan directa.

—¿A qué te refieres, Camila? —respondió, con un tono entre curioso y cansado.

Ella dejó caer sobre su escritorio un sobre lleno de pruebas. Alfonso no necesitó ver más de una o dos fotos para entender el mensaje. Con un suspiro, se reclinó en su silla, esperando a que Camila continuara.

—Si crees que pueden salir impune de esto, te equivocas —continuó ella, con los ojos encendidos de una furia contenida—. Si no quieres que termine de destruir la vida de esa mujer, vas a cumplir con mis condiciones, enterate que para esta hora, su esposito y sus mas cercanos ya saben la clase de mujerzuela que es, y con una llamada puedo destruir lo único que le queda, su empresa y reputación.

Alfonso frunció el ceño, reprimiendo la rabia que comenzaba a hervir en su interior.

—¿Qué quieres, Camila? —preguntó, sus palabras cargadas de un veneno que hacía tiempo no sentía.

Ella sonrió con malicia.

—Quiero que me des una posición en el cartel, una posición que me permita tomar decisiones, que me otorgue el respeto que me corresponde —dijo, mirándolo directamente a los ojos—. Y quiero que pongas fin a esa relación. ¿Sabes cuántas puertas puedo cerrarle? Esa empresita que ha construido se irá al suelo, y su reputación quedará destruida.

Alfonso la miró en silencio, intentando contener el desprecio que sentía. Sabía que las amenazas de Camila no eran vacías, y por primera vez, se encontró acorralado. Su orgullo le exigía que la pusiera en su lugar, que no cediera a sus exigencias, pero la furia de Camila y la amenaza latente lo hicieron reconsiderar. Sabía que después de lo que pasó unas noches antes Vielka ya no era suya, sin embargo le debía protegerla de esto, proteger lo que quedaba.

—Acepto —dijo finalmente, con la voz contenida.

Camila sonrió, satisfecha. Sabía que el precio de su venganza sería alto, pero estaba dispuesta a pagarlo. Al salir de la oficina, se giró hacia Alfonso una última vez, su expresión llena de triunfo.

—Nunca dejarás de ser mío, Alfonso —dijo, dejándolo con el peso de sus palabras.




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