Entre el fuego y la calma

Castillos rotos

Vielka manejaban sin rumbo fijo, con las pocas pertenencias que había alcanzado a recoger en una pequeña maleta. La noche la envolvía, y el silencio de las calles era un eco de su propio vacío. Su mente volvía una y otra vez a la escena en casa, al dolor en el rostro de Artemio, a los ojos de sus hijos que no vería esa noche, ni quién sabía cuánto tiempo más. Cada paso parecía llevarla a un lugar que no conocía, a una soledad que no había experimentado antes.

Finalmente, después de manejar por horas, se dirigió al único sitio en el que podía refugiarse: el apartamento de Margarita. Su amiga de toda la vida, su último refugio. Al llegar, tocó la puerta con manos temblorosas, intentando calmar el nudo en su garganta, intentando no romperse.

Margarita abrió, mirándola en silencio por un momento. Sin decir palabra, la dejó pasar. Vielka sintió el alivio de ese pequeño gesto, pero también supo que la compasión de Margarita no sería eterna. Se sentaron en el pequeño sofá, y fue Margarita quien rompió el silencio, su voz cargada de una sinceridad dura, pero también de un cariño verdadero.

—Vielka… ya lo sé todo. Me llegó la misma información que le llegó a Artemio. —Sus palabras no eran acusatorias, pero tampoco contenían la suavidad de la comprensión.

Vielka bajó la cabeza, sintiendo que el último pedazo de su vida se desplomaba.

—No tienes idea de cuánto lo lamento, Margarita. No tengo excusas, no tengo… nada. —Las palabras salieron en un susurro, como si cualquier ruido más fuerte pudiera romperla en pedazos—. Perdí todo, y no sé cómo llegué a esto.

Margarita la miró con una mezcla de compasión y firmeza.

—Ahora sí la regaste en grande, Vielka. No solo a ti misma, sino a todos los que te querían, a todos los que confiaban en ti. No voy a decirte lo que ya sabes, que esto fue una mala decisión tras otra. Pero estoy aquí, y voy a ayudarte a levantarte, porque sé que puedes hacerlo. —Sus palabras eran duras, pero era el tipo de dureza que buscaba reconstruir lo que quedaba.

El silencio volvió a instalarse entre ellas, y Margarita se levantó para preparar una taza de té, dándole a Vielka unos minutos de soledad. Vielka tomó el teléfono, tratando de llamar a Alfonso. Una, dos, tres veces. La línea sonaba sin respuesta, cada tono un recordatorio de que él también había desaparecido. Intentó enviarle un mensaje, pero no recibió respuesta.

Alfonso era una sombra en su vida ahora, una figura inalcanzable. Y en el silencio de esa ausencia, comenzaron a resonar todas las preguntas que había esquivado durante años.

¿Por qué había sido tan difícil resistirse a él? ¿Qué había buscado en sus brazos? Intentó comprender, pero lo único que sentía era un abismo de desorientación. Alfonso había sido pasión, aventura, una chispa de fuego que le recordaba los días en los que se sentía libre. Pero ahora, esa chispa había consumido todo, y se encontraba en la oscuridad, con las cenizas de lo que alguna vez había construido.

—¿Y qué piensas hacer ahora? —preguntó Margarita, interrumpiendo sus pensamientos mientras le ofrecía la taza de té.

Vielka no supo qué responder. La palabra "perdón" flotaba en su mente, pero sentía que había perdido el derecho a pedirlo.

—No lo sé, Margarita —admitió al fin—. No sé quién soy sin todo lo que tenía. Perdí mi matrimonio, mis hijos, y hasta él… Alfonso también desapareció, supongo que tambien su esposa se enteró y está con ella. Es como si, al final, nada de lo que hice tuviera sentido.

Margarita suspiró y la miró con ojos serenos.

—Quizá ese es el primer paso, Vielka. Tal vez necesitas enfrentar esa sensación de vacío para poder reconstruirte. No puedes basar tu vida en ilusiones. El amor verdadero no es solo fuego y pasión. Es calma, es seguridad, es compromiso. Lo que viviste con Alfonso fue una parte de ti, pero no era toda tu vida. Ahora, necesitas encontrarte a ti misma en medio de este caos.

Las palabras de Margarita comenzaron a hacer eco en su mente. Era como si, por primera vez, viera su relación con Alfonso desde otra perspectiva. Había buscado en él algo que no entendía del todo, una sensación de escape de una vida que le parecía monótona. Pero, ¿acaso había sido verdadera esa aventura? ¿O solo una forma de llenar un vacío que nunca quiso enfrentar?

Esa noche, mientras trataba de dormir en el sofá de Margarita, las preguntas seguían golpeando su mente. En su búsqueda de una vida más emocionante, había puesto en riesgo lo único que le daba estabilidad. Y ahora, mientras enfrentaba el dolor de perderlo todo, comenzaba a comprender que el verdadero amor no siempre era pasión desbordante; el verdadero amor también era calma, era permanecer, era construir.

Pasaron los días, y Vielka comenzó a adaptarse a su nueva realidad. Margarita la apoyaba en lo que podía, dándole espacio y palabras de aliento cuando lo necesitaba. La indiferencia de Alfonso seguía doliendo, pero de alguna forma, esa ausencia le permitió ver las cosas con mayor claridad. En su mente, comenzaban a delinearse pequeños fragmentos de comprensión. Quizá, después de todo, Alfonso siempre había sido una ilusión, un espejismo en el que proyectaba sus deseos, pero no una realidad.

Margarita la observaba en silencio, esperando que la introspección la ayudara a encontrar las respuestas que tanto buscaba.

—Tal vez nunca entendí qué significaba realmente amar —dijo un día Vielka, mientras observaba la luz de la mañana filtrarse por la ventana—. Con Alfonso… siempre era todo o nada, pasión o vacío. Con Artemio… era estabilidad, pero nunca me permití valorarla.

Margarita sonrió levemente.

—El amor verdadero no siempre es ese torbellino de emociones, Vielka. A veces, el amor verdadero es justamente la calma, la seguridad. Quizás, en tu búsqueda de algo más, perdiste de vista lo que realmente importaba.

Las palabras de Margarita hicieron eco en el corazón de Vielka, resonando como una revelación que nunca había querido aceptar. Había confundido el amor con la intensidad, la emoción con la estabilidad. Y en su afán de escapar de la rutina, había sacrificado el amor que realmente la sostenía.




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