Entre el fuego y la calma

Entr hilos y sombras

La sala de reuniones estaba sumida en una oscuridad espesa, solo iluminada por las lámparas bajas que daban al ambiente un aire clandestino y severo. Alfonso estaba sentado al final de la mesa, con el rostro impasible, aunque por dentro sentía cómo la rabia le ardía bajo la piel. Frente a él, Camila ocupaba la silla a su lado, con el rostro impasible pero los ojos brillantes de satisfacción, como si su presencia y su autoridad en el cartel no fueran ya cuestionables. Él sabía que eso era exactamente lo que ella pretendía, que deseaba marcar su terreno, dejar claro que nadie podía cruzarse en su camino, ni siquiera él.

Y eso solo le aumentaba la rabia.

Había tomado la decisión de no responder las llamadas de Vielka. Sabía que ella estaba sola y sufriendo, pero también sabía que, mientras estuviera en esta guerra de poder dentro del cartel, cualquier conexión con ella sería un riesgo fatal. Lo único que le quedaba a Vielka era su carrera, su prestigio, lo último que él estaba dispuesto a proteger, aunque su instinto le exigiera acudir a su lado. Sin embargo, lo que ahora necesitaba era calma, estrategia y paciencia, para no comprometerla y para saldar sus cuentas en el momento oportuno.

—Debemos tomar una decisión en firme sobre las nuevas rutas, Alfonso —dijo uno de los hombres de confianza de Don Rómulo, quien estaba sentado en el otro extremo de la mesa.

Don Rómulo, el padre de Camila, era un hombre mayor pero con una presencia imponente, el tipo de autoridad que se consolidaba no solo con poder, sino con un respeto construido a lo largo de los años. Alfonso sabía que ese respeto había sido quebrantado desde el momento en que Camila había comenzado a entrometerse en los asuntos de poder dentro del cartel, moviendo hilos para proteger sus propios intereses y desestabilizar a Alfonso. Don Rómulo había accedido, incluso sabiendo el riesgo de desafiarlo, simplemente porque era incapaz de negarle nada a su hija.

—Las nuevas rutas estarán bajo el control directo de mis hombres —dijo Alfonso, su voz imperturbable—. Necesito que todos los movimientos sean supervisados bajo mis condiciones, sin excepciones.

Camila soltó una leve risa, y todos los presentes se giraron hacia ella. Su sonrisa era cínica, un desafío descarado hacia él.

—¿Tus condiciones, Alfonso? Me temo que ya no estamos en un lugar donde solo tus condiciones importen. En este nuevo esquema, las rutas necesitan más que tu vigilancia; necesitan una estructura diferente, y eso incluye a gente de mi confianza.

La tensión en el aire era palpable. Alfonso la miró, su mirada oscura y calculadora. Sabía que Camila lo había presionado hasta el límite, que había lanzado un ataque directo para demostrar que podía destrozarlo si así lo quería. Y lo peor era que, al involucrar a Don Rómulo, ella había ganado una base de poder considerable dentro del cartel. La cuestión de las rutas era solo una excusa. El verdadero mensaje estaba claro: Alfonso ya no tenía el control absoluto, y Camila planeaba ir ganando terreno poco a poco, sin importar las consecuencias.

Pero él también era consciente de algo que Camila tal vez había subestimado. Era el lobo, el hombre que siempre salía a cazar cuando alguien intentaba quitárselo todo, y aunque ahora se sintiera atrapado, planeaba cada movimiento con la precisión de quien solo ataca en el momento justo.

—Las rutas son un tema delicado, Camila —respondió Alfonso, su voz suave, pero con una intensidad contenida que resonó en la sala—. Quiero que sepas que mi supervisión no es negociable. Cualquier paso en falso será tu responsabilidad, no mía. Y créeme, si algo sucede, no dudaré en encargarme de los problemas personalmente.

Camila lo miró con desafío, aunque una chispa de inquietud apareció en sus ojos.

—Me parece justo, Alfonso —dijo, forzando una sonrisa que dejaba ver sus intenciones—. Pero recuerda que no estoy sola. Mi padre también está aquí, y él cree que es hora de que algunas cosas cambien.

Don Rómulo asintió lentamente, evitando la mirada de Alfonso. Aunque el patriarca había sido una figura de respeto en la organización, Alfonso entendía que, en esta ocasión, la influencia de Camila había sido demasiado fuerte incluso para él. El lobo no solía ceder ni mostrarse débil, pero ahora se veía en la obligación de medir cada paso para no poner en riesgo lo que más quería.

—Entonces que así sea —murmuró Alfonso, mirando a Don Rómulo—. Aunque mi control sobre las rutas sigue en pie, estoy dispuesto a aceptar tu presencia, Camila… siempre y cuando sigas las reglas.

La reunión concluyó, y todos comenzaron a levantarse. Alfonso esperó a que Don Rómulo y los otros hombres salieran, dejando solo a Camila en la sala. Se quedó en silencio, mirándola con la expresión impenetrable que usaba en las situaciones más difíciles. Ella lo miró con una sonrisa satisfecha, como si su victoria estuviera asegurada.

—¿Contenta? —preguntó él, su voz baja pero cargada de desprecio.

Camila le sostuvo la mirada, cruzando los brazos con un aire de desafío.

—¿Esperabas que me quedara tranquila mientras te burlabas de mí con esa… esa mujer? No iba a permitir que mi posición quedara en juego solo por tus caprichos, Alfonso. Tú decidiste jugar conmigo, y ahora estoy aquí para recordarte quién manda.

Alfonso sintió que el odio burbujeaba en su interior. Quería vengarse, arrasar con todo lo que ella había construido. Pero sabía que cualquier movimiento brusco pondría en peligro la seguridad de Vielka. Camila estaba demasiado cerca de desatar algo irreversible, y él, aunque rabioso, no podía darse el lujo de exponerla.

—Me subestimas, Camila —dijo, con una sonrisa fría—. Has ganado terreno, sí, pero recuerda quién soy. Yo no perdono, y menos a quienes me traicionan.

Ella soltó una carcajada, un sonido que resonó en el silencio de la sala como un eco de desafío.

—Haz lo que quieras, Alfonso. Pero ten en cuenta que cada paso que des lo tengo controlado. Si haces algo en contra de mí, sabes quién saldrá perdiendo primero… y no soy yo.




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