Entre el fuego y la calma

La partida del lobo

Alfonso había pasado semanas observando en silencio, evaluando cada movimiento, cada palabra de Camila, cada pieza del tablero que ella intentaba mover en su contra. La situación había llegado a un punto límite, uno en el que sabía que no podía permitir que Camila continuara avanzando, ni que siguiera tejiendo su red de amenazas. A él nadie lo amenazaba sin consecuencias, y menos alguien que, en su momento, había sido un simple arreglo, una esposa destinada a ser trofeo y nada más.

Desde el principio, Alfonso había aceptado a Camila como parte de una estrategia de poder, como un complemento de su rol en el cartel, una figura decorativa que nunca debió haber interferido. Pero su ambición había superado su prudencia, y en su intento de consolidarse, había osado desafiarlo, arrastrando a Vielka en medio de sus planes. Había llegado el momento de mostrarle que el lobo no perdonaba, y que cualquier intento de amenaza tendría un precio que ni ella ni su padre, Don Rómulo, podrían anticipar.

Cada uno de sus movimientos estaba cuidadosamente planeado. Los contactos internos en el cartel sabían que su lealtad seguía siendo hacia él y que cualquier orden que recibieran de Camila sería supervisada por él antes de ejecutarse. Sin embargo, no era suficiente con limitar su alcance; necesitaba despojarla por completo de su poder y del nombre que había utilizado para intentar cimentar su control. Sabía que si permitía que quedara con alguna influencia, tarde o temprano volvería a interferir, y la única forma de evitarlo era sacarla del juego definitivamente.

La primera jugada llegó una tarde, cuando Camila se dirigía a una reunión en la que esperaba consolidar su liderazgo con el apoyo de algunos contactos de su padre. Sin embargo, al entrar en la sala, solo encontró a uno de los hombres de Alfonso, quien le entregó un sobre con una nota de él. La nota era breve, casi fría en su tono:

"Camila, hubieras sido más inteligente si entendieras cuál es tu lugar. Esta es tu primera advertencia: regresa a la posición que te corresponde, o atente a las consecuencias."

Camila apretó los dientes, rabiosa. Sabía que Alfonso no se rendiría fácilmente, pero ella tampoco estaba dispuesta a ceder.

Mientras tanto, Alfonso continuaba adelantándose a cada jugada de ella, pero antes de dar el golpe definitivo, se ocupó de asegurar la protección de Vielka. Había descubierto que Camila tenía una serie de documentos y contactos que planeaba utilizar para destruir la carrera de Vielka y manchar su reputación en su empresa de mercadotecnia. Estos planes eran el núcleo de la amenaza de Camila, quien había dejado claro que no dudaría en arruinar la vida de Vielka si Alfonso intentaba intervenir.

Para contrarrestarlo, Alfonso contactó a sus abogados y a uno de sus socios más leales en el negocio, asegurándose de que cualquier prueba o documento que pudiera implicar a Vielka fuera borrado y que Camila no tuviera acceso a nadie que pudiera manchar el nombre de su ex amante. Cada registro que la relacionaba con Alfonso fue desactivado, y cada persona que podría haber sido usada para exponerla estaba ahora bajo su control. Sabía que proteger a Vielka no era solo cuestión de cuidar su reputación; era también una declaración de su poder, una señal de que nadie más tendría influencia sobre ella.

Con las primeras medidas en marcha, Alfonso centró toda su energía en el movimiento final. En una jugada calculada, se encargó de que algunos de los socios principales de Don Rómulo fueran notificados sobre las recientes "decisiones autónomas" de Camila. Fue astuto en su enfoque, presentándola como alguien inexperta y ambiciosa, una figura que buscaba poner en riesgo los recursos del cartel con el único fin de consolidarse en un puesto que no le correspondía.

El mensaje fue claro: Alfonso ya no la respaldaba, y cualquiera que eligiera aliarse con ella tendría que asumir las consecuencias de sus propios actos.

Don Rómulo, aunque reacio, también comenzó a recibir la presión de estos socios y tuvo que enfrentar la realidad de que su hija había perdido el apoyo del verdadero líder. Sabía que Alfonso no se detendría hasta erradicar cada amenaza, y, aunque le dolía ver a Camila en esa situación, no podía intervenir sin arriesgar la propia estructura que había construido.

La noticia de la ruptura entre Camila y Alfonso se extendió rápidamente, dejando a todos los allegados de ella en una posición vulnerable. Alfonso había conseguido su objetivo: Camila estaba aislada, y su poder se reducía a un mínimo que él podía controlar.

Al final, Alfonso la confrontó en una reunión privada, donde le dejó claro lo que le quedaba. Se encontraron en una sala, rodeados de algunos guardias. Ella aún intentaba mostrar una postura de fortaleza, aunque en sus ojos brillaba la derrota.

—Siempre fuiste una mujer ambiciosa, Camila —dijo Alfonso, mirándola con una calma que la hizo estremecer—. Pero te equivocaste de rival. En lugar de mantenerte en tu lugar, de disfrutar la vida que te tocaba, decidiste enfrentarme. Y ahora estás aquí, sin poder, sin influencia, y sin derecho a utilizar mi nombre.

Camila lo miró, con una mezcla de odio y desesperación.

—¿Y qué esperabas, Alfonso? ¿Que me quedara ahí, en silencio, mientras jugabas conmigo? No soy solo un trofeo. No seré la esposa sumisa que se sienta en el rincón a esperar.

—Entonces prepárate para las consecuencias —replicó Alfonso—. Porque desde hoy, no eres nada. Ni mi esposa ni una figura de respeto. Te despojé de todo el poder que alguna vez tuviste, y ahora sabrás lo que es vivir sin la protección que te brindé. Pudiste tenerlo todo, pero preferiste enfrentarte a mí, y nadie, Camila, nadie amenaza lo que es mío sin consecuencias.

Camila intentó replicar, pero Alfonso se giró y abandonó la sala, dejándola ahí con su propia derrota. Para él, el capítulo estaba cerrado; ella había cometido el error de cruzar el límite, y ahora, despojada de todo, tendría que enfrentarse al vacío que ella misma había provocado.




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