El reloj marcaba las 9:15 a.m. cuando Vielka entró al consultorio de su psicóloga, Laura. El lugar era acogedor, con un sofá beige rodeado de plantas y una luz cálida que filtraba por las ventanas. Era su tercera sesión desde que había decidido tomar en serio el proceso de terapia, y ya sentía que ese espacio le ofrecía algo que había estado buscando por años: claridad.
Laura la recibió con una sonrisa tranquila y un gesto que le invitaba a sentarse. Con su libreta en mano y el aire sereno que la caracterizaba, esperó a que Vielka comenzara a hablar.
—Hoy quiero hablar de Artemio —dijo Vielka, después de un suspiro profundo—. De lo que siento por él ahora… y de lo que sentí antes.
Laura asintió, animándola a continuar.
—Lo he estado observando mucho últimamente —comenzó Vielka, mientras jugueteaba con la pulsera en su muñeca—. Es tan... consistente. Tan calmado. A veces lo veo con los niños, y me sorprende la manera en que maneja todo. Siempre tan objetivo, tan sereno, como si nunca lo alcanzaran las emociones negativas que yo siento tan fácilmente.
—¿Cómo te hace sentir verlo así? —preguntó Laura con suavidad.
—Me da paz —admitió Vielka, con una sonrisa leve—. Me tranquiliza saber que, aunque yo he cometido errores enormes, él está ahí para nuestros hijos, ofreciéndoles esa estabilidad que yo perdí en algún punto.
Vielka hizo una pausa, como buscando las palabras correctas para expresar lo que sentía.
—A veces, me pregunto por qué esa paz no fue suficiente para mí. Artemio siempre me ofreció un hogar seguro, un lugar donde podía respirar sin miedo. Pero también me sentía atrapada, como si esa calma fuera demasiado monótona, demasiado predecible. Es horrible decirlo, pero creo que buscaba algo más… algo que no supe valorar en su momento.
Laura la miró atentamente, dejando que la reflexión fluyera.
—Dices que te daba paz, pero que también te hacía sentir atrapada. ¿Cómo crees que ambas cosas pueden coexistir?
—Creo que es porque soy... complicada —respondió Vielka, soltando una risa amarga—. Por un lado, deseaba desesperadamente esa tranquilidad, pero por otro, me aburría. Me faltaba algo que me hiciera sentir viva, como lo que sentía con Alfonso. Pero con Alfonso, siempre había peligro, un vacío constante. Con Artemio, todo era tan estable que a veces me preguntaba si yo misma no estaba diseñada para esa estabilidad.
—¿Crees que eso tiene que ver con tus expectativas o con cómo manejabas tus emociones? —preguntó Laura, inclinándose ligeramente hacia adelante.
Vielka se quedó en silencio un momento, procesando la pregunta.
—Ambas cosas, supongo. Con Artemio, me sentía como si todo estuviera planificado, estructurado. Y yo... necesitaba algo que rompiera esa estructura. No sabía cómo encontrar satisfacción en la rutina. Pero ahora que lo veo desde la distancia, entiendo cuánto valor tiene eso. Verlo con los niños, escucharlo hablar de sus planes, verlo llevar una vida tan ordenada… me hace sentir agradecida.
Laura asintió, tomando notas.
—Parece que estás redescubriendo algo en Artemio.
—Sí. No sé si podría llamarlo amor romántico, pero hay mucho respeto, admiración incluso. Me sorprende su capacidad de seguir adelante, de no hundirse en la rabia o el resentimiento. Si fuera yo en su lugar, creo que no podría manejarlo con tanta dignidad.
—Y sin embargo, aquí estás, intentando entenderte, procesar lo que pasó y buscar soluciones para ti misma —señaló Laura—. Eso también es una forma de dignidad, Vielka.
Vielka sonrió, aunque sus ojos mostraban una leve melancolía.
—Hay algo más —continuó después de un momento—. Pienso mucho en cómo todo esto se desató. Fue como si Alfonso reapareciera justo cuando yo estaba más vulnerable, aburrida, un poco desconectada de Artemio y de mí misma. Él llegó con esa intensidad suya, con el caos que siempre lo rodea, y yo caí como si no hubiera aprendido nada.
—¿Qué crees que buscabas en Alfonso en ese momento? —preguntó Laura.
—Adrenalina, tal vez. O tal vez quería sentirme deseada de una manera que Artemio no podía darme. Alfonso siempre supo cómo hacerme sentir importante, pero era una importancia peligrosa, adictiva, como un espejismo. Con Artemio, nunca tuve que dudar de mi valor, pero tampoco sentía esa chispa constante. Es como si confundiera paz con aburrimiento, y caos con pasión.
Laura tomó notas rápidas antes de hablar.
—Lo que describes es común en relaciones donde los opuestos se encuentran. Por un lado, tienes a Artemio, quien representa la estabilidad y la constancia. Por otro, tienes a Alfonso, quien simboliza lo impredecible, lo apasionado, pero también lo arriesgado. La clave está en entender qué necesitas realmente para sentirte plena.
—Creo que estoy empezando a entenderlo —dijo Vielka, con voz más firme—. Artemio y yo no estamos juntos ahora, y probablemente nunca volvamos a estarlo, pero verlo ser un buen padre, tan sereno y tan sensato, me llena de gratitud. Me duele haber dañado esa relación, pero también sé que, aunque él no lo diga, está mejor sin mí.
Laura la observó por un momento antes de hablar.
—¿Te sientes en paz con esa conclusión?
Vielka asintió lentamente.
—Sí. Por primera vez en mucho tiempo, me siento en paz al aceptarlo. No me siento desesperada por intentar recuperar lo que rompí, porque sé que sería egoísta de mi parte. Estoy aprendiendo a encontrar esa paz dentro de mí misma, sin depender de nadie más para sentirme completa.
Laura sonrió, cerrando su libreta por un momento.
—Ese es un gran paso, Vielka. Es un camino largo, pero estás avanzando.
La sesión terminó con esa nota positiva, y mientras Vielka salía del consultorio, sintió una calma que no había sentido en años. En su corazón, aún había lugar para la nostalgia y el arrepentimiento, pero también había espacio para la gratitud y la esperanza.
Al llegar a casa, decidió no encender la televisión ni sumergirse en las distracciones habituales. En cambio, sacó una libreta y comenzó a escribir. Hizo una lista de las cosas que admiraba de Artemio, no porque quisiera volver con él, sino porque reconocer sus virtudes la ayudaba a redescubrir lo que valoraba en las personas.
Editado: 23.11.2024