Entre el fuego y la calma

Entre miradas y sospechas

El día transcurría con normalidad para Vielka, o al menos esa era la apariencia que se esforzaba por mantener. La reunión en el elegante restaurante con Mónica, la hermana de Artemio, era estrictamente profesional. La fusión de intereses entre sus empresas demandaba esta interacción, aunque cada encuentro con Mónica venía cargado de silencios incómodos y miradas inquisitivas. Mónica sabía demasiado, o al menos intuía lo suficiente para incomodar a Vielka.

—Gracias por venir, Vielka —dijo Mónica, con esa cortesía que no alcanzaba a ocultar su naturaleza inquisitiva—. Este proyecto puede ser clave para ambas.

—El placer es mío, Mónica. Nuestro trabajo conjunto siempre ha rendido frutos —respondió Vielka con su sonrisa profesional, aunque sabía que esa conversación apenas arañaba la superficie de lo que ambas pensaban.

La reunión fue fluida, pero el aire estaba cargado. Vielka, consciente de cada palabra, cada gesto, sentía que la conversación apenas era un preludio a algo más.

Al finalizar, Vielka se levantó para despedirse. Mientras ajustaba su bolso, sintió un escalofrío: una presencia familiar, imponente. Alfonso acababa de entrar al restaurante. Vestía un traje oscuro que irradiaba poder, y su mirada, tan penetrante como siempre, recorrió el lugar hasta encontrarse con la de ella. Vielka sintió que el tiempo se detenía. Su corazón se aceleró, su cuerpo traicionándola con una descarga de nervios y deseo, mientras flashes de sus momentos juntos invadían su mente.

“No debería estar aquí,” pensó, esforzándose por mantener la compostura.

—¿Todo bien, Vielka? —preguntó Mónica, notando el cambio en su expresión.

—Sí, claro —respondió Vielka, enderezándose con rapidez.

Alfonso no perdió tiempo. Se acercó con paso decidido, su presencia dominando el espacio. Su voz, grave y firme, resonó con la familiaridad de alguien que sabía exactamente el efecto que tenía sobre ella.

—Vielka, qué coincidencia —dijo, extendiendo una mano. El leve roce de sus dedos fue suficiente para despertar memorias que ella se había esforzado por enterrar.

—Alfonso —respondió ella con un tono más formal de lo que pretendía. Sus ojos lo evitaron, pero su corazón seguía martilleando.

Loreto, quien había llegado minutos antes para acompañarla, se colocó estratégicamente al lado de Vielka, como un escudo. Su mirada hacia Alfonso era clara: protectora y alerta.

—Es bueno verte después de tanto tiempo —continuó Alfonso, ignorando la presencia de Loreto.

—Lo mismo digo —respondió Vielka, sintiendo cómo las palabras le raspaban la garganta. Mónica observaba todo, como una espectadora consciente de las emociones que se agitaban bajo la superficie.

El momento se tensó aún más cuando, desde la ventana, Camila vio a los cuatro juntos. Había llegado al restaurante para otra reunión, pero la escena ante sus ojos la paralizó. “Ahí están… todos confabulados,” pensó, sintiendo cómo la rabia comenzaba a hervir en su interior.

Camila imaginó risas burlonas, miradas conspiradoras. En su mente, Vielka, Mónica, Alfonso y hasta Loreto eran parte de un juego perverso en el que ella siempre salía perdiendo.

—Siempre he sido la ciega, ¿verdad? —murmuró entre dientes, apretando el volante de su coche. “Pero esto se acabó.”

Dentro del restaurante, Alfonso finalmente dio un paso atrás, su sonrisa cargada de intenciones que solo él entendía.

—Siempre es un placer cruzarnos —dijo antes de retirarse, dejando a Vielka con el corazón en la garganta y una incomodidad que no lograba ocultar.

Loreto tocó suavemente el brazo de su amiga.

—Tenemos que irnos ya —dijo, con un tono que no permitía discusión.

Mónica, mientras tanto, observaba en silencio, preguntándose cómo se habían llegado a cruzar tantos hilos en un mismo espacio.

Afuera, Camila permanecía en su coche, sus ojos brillando de ira mientras trazaba mentalmente los pasos de su próxima jugada. “Si creen que esto se quedará así, están muy equivocados.”




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