El estruendo de los disparos rompió la tranquilidad de la noche como un rugido ensordecedor. Las balas atravesaban los cristales, el humo se filtraba por las puertas rotas, y los gritos de los asistentes llenaban el lujoso salón. El caos reinaba en lo que momentos antes era una velada de celebraciones.
Vielka estaba de pie junto al escenario, inmóvil, mientras sus pensamientos intentaban procesar lo que ocurría. Había recibido un mensaje momentos antes de bajar, un texto breve pero desgarrador: "Sabes lo que tienes que hacer si quieres volver a ver a tus hijos."
Su pecho se contrajo, y un frío punzante la recorrió. Apenas había tenido tiempo de reaccionar cuando la primera explosión sacudió el lugar.
Alfonso entró al salón con una pistola en la mano, seguido de sus hombres de confianza. Su mirada encontró a Vielka inmediatamente, y un miedo atávico lo sacudió. Caminó rápido hacia ella, esquivando muebles volcados y personas agachadas en busca de refugio.
—¡Vielka! —gritó con urgencia, tomando su brazo para sacarla de su estado de shock—. ¡Tenemos que irnos ahora!
—¡Mis hijos! —exclamó ella de inmediato, aferrándose a su brazo como si fuera su única conexión con la realidad—. Alfonso, ¡Camila los tiene!
Él se detuvo en seco, sus ojos buscando los de ella, entendiendo que ella recibió los mismos mensaje y fotografías que el
—Recibí un mensaje… —Vielka buscó su teléfono con manos temblorosas y se lo mostró. Su respiración era errática, y las lágrimas comenzaban a llenar sus ojos—. Ella… Camila… tiene a mis hijos. Esto es por ella.
Alfonso apretó la mandíbula y desvió la mirada hacia la entrada principal, donde sus hombres trataban de contener el ataque. Todo encajaba. El ataque, el mensaje… era una jugada personal, brutal, hecha para destrozarlos a los dos.
—¡Maldita sea! —murmuró, pasando una mano por su rostro. Volvió a mirar a Vielka, que parecía a punto de colapsar—. Escúchame, voy a sacarte de aquí. Luego iremos por los niños, te lo prometo.
—¡No puedo dejar a los demás aquí! —replicó ella, negando con vehemencia—. Margarita, Loreto, Adán… ¡Artemio está aquí! Todo esto es mi culpa. Si algo les pasa…
Alfonso la tomó por los hombros con fuerza, inclinándose hasta que sus ojos quedaron a la altura de los de ella.
—¡Esto no es tu culpa, Vielka! Es Camila. Es su odio enfermizo lo que nos trajo aquí. Pero si no te saco ahora, no tendrás la oportunidad de luchar por ellos.
Ella rompió en llanto, pero su mirada seguía cargada de una fuerza obstinada.
—No puedo irme primero, Alfonso. No puedo. Por favor, tienes que ayudarlos a salir. ¡Tienes que sacarlos a todos!
El sonido de una explosión cercana hizo que ambos se giraran hacia la puerta. La seguridad de Alfonso apenas lograba contener a los atacantes. El humo llenaba el lugar, y el sonido de las balas era ensordecedor. Él sabía que no quedaba tiempo.
—Muy bien, Vielka —dijo, aunque su voz estaba impregnada de desesperación—. Pero tienes que prometerme que si las cosas se salen de control, harás lo que te diga. ¿De acuerdo?
Ella asintió débilmente, aunque ambos sabían que su resolución no flaquearía.
Alfonso se giró hacia uno de sus hombres, que corría hacia ellos cubierto de polvo y sangre.
—¡Prepara los vehículos para evacuar a todos! ¡Necesito una ruta segura hacia el ala trasera ahora mismo!
—Sí, señor. Pero están atacando con todo. Hay varios francotiradores bloqueando las salidas —respondió el hombre, jadeando.
—¡Pues despejen el camino! —rugió Alfonso, su furia apenas contenida.
Cuando volvió a mirar a Vielka, sus ojos estaban llenos de determinación.
—Vamos a salir de aquí. Después iremos por tus hijos. Pero ahora necesito que confíes en mí.
—No puedo… no puedo irme mientras ellos estén aquí —murmuró ella, quebrándose. Sus piernas parecían a punto de ceder—. Si algo les pasa, Alfonso… si algo le pasa a Artemio o a Margarita…
Alfonso sintió un nudo en la garganta. Nunca la había visto así: completamente rota, cargando una culpa que claramente no merecía.
—¡Escucha! —gritó, sacudiéndola ligeramente para que lo mirara—. Todo esto es mi culpa, debi prever esto es mi responsabilidad sacarlos, pero primero tengo que sacarte a ti. ¿Entendido?
—No… —susurró ella, cerrando los ojos con fuerza—. No puedo irme. ¡No sin ellos!
Alfonso apretó los dientes y, sin más preámbulos, la tomó por la cintura y la levantó en brazos.
—¡No hay tiempo para discutir, Vielka! ¡Te guste o no, te voy a sacar viva de aquí!
Ella golpeó su pecho con las manos débiles, su llanto mezclándose con los gritos y los disparos.
—¡Déjame! ¡Déjame ir! —gritó, pero su voz se ahogaba entre sollozos—. ¡Alfonso, no puedo irme! ¡Esto es culpa mía!
—¡Ya basta! —rugió él, con el rostro lleno de angustia. Sus pasos lo llevaban hacia la salida trasera, donde una camioneta blindada esperaba. Pero al escucharla mencionar una vez más a sus hijos, algo dentro de él se rompió.
—Prométeme que si no puedo hacer nada… —murmuró Vielka, su voz un hilo entrecortado—. Prométeme que al menos tú los salvarás. Mis hijos, Alfonso… por favor.
La súplica en sus ojos lo destrozó. No podía prometer lo que ella pedía, no cuando sabía que su propio mundo se estaba desmoronando. Pero asintió, apretando los labios mientras la subía al vehículo.
—Voy a salvarlos. A todos. Pero primero, ¡ponte a salvo!
Mientras el vehículo arrancaba, Alfonso se quedó en la entrada, viendo cómo Vielka se aferraba a la ventana, gritando los nombres de todos los que había dejado atrás. Su figura desapareció entre el humo y el fuego, pero su rostro quedó grabado en su mente: el rostro de una mujer completamente perdida.
Y él sabía que, sin importar lo que pasara, haría cualquier cosa para devolverle a sus hijos.
Editado: 28.11.2024