Entre el fuego y la calma

El precio de la traición

La noche caía sobre la ciudad con un aire denso, casi palpable. Vielka miraba a través de la ventana del escondite donde se refugiaban, su mente atrapada entre la preocupación por sus hijos. Margarita, sentada en una silla cerca, trataba de tranquilizarla. Sus ojos reflejaban cansancio, pero también determinación.

—Saldremos de esta, Vielka —dijo Margarita, su voz apenas un susurro—. Alfonso no dejará que esto termine mal.

Alfonso irrumpió en la habitación, su rostro marcado por una mezcla de rabia y desesperación. Loreto iba tras él, con un aire resuelto que no dejaba lugar para dudas. En sus manos, llevaba un mapa detallado del lugar donde Camila tenía a los niños.

—Tenemos una oportunidad, pero debemos actuar rápido —dijo Alfonso con un tono autoritario llenó el espacio.

Loreto señaló una entrada secundaria al complejo. —Este es el único punto débil. Camila no esperará que salgamos por aquí.

Margarita, que había estado observando en silencio, alzó la voz. —Eso si no tienen información de nuestra estrategia. Camila siempre está un paso adelante.

Alfonso miró hacia el pasillo, donde uno de sus hombres, Rubén, hablaba en voz baja por teléfono. La sospecha lo atravesó como un rayo.

—Rubén, ¿con quién hablas? —preguntó Alfonso con frialdad.

El hombre se giró con nerviosismo, tratando de mantener la compostura. —Solo asegurándome de que todo esté listo para el contraataque, jefe.

Pero la mirada de Alfonso se endureció. Se acercó, arrancando el teléfono de las manos de Rubén. Lo revisó rápidamente y encontró un mensaje enviado a un número desconocido: “Ya tienen el punto débil. Refuercen la entrada secundaria.”

El silencio que siguió fue sofocante. Rubén retrocedió, pero Alfonso fue más rápido, lo empujó contra la pared y le apuntó con su pistola.

—Eres un maldito traidor —escupió Alfonso, su voz llena de veneno.

—¡Espera! —intervino Vielka, aterrada por lo que veía—. No lo mates aquí. Necesitamos respuestas.

Rubén tartamudeó, pero las palabras se desbordaron. —¡Camila me obligó! Ella dijo que mataría a mi familia si no le daba información.

Alfonso apretó los dientes, pero bajó el arma. —No quiero volver a verte, Rubén. Si sobrevives esta noche, será porque no me importa perseguirte.

Rubén salió corriendo, dejando un rastro de tensión en el aire.

—Esto complica las cosas —dijo Loreto, rompiendo el silencio—. Si Camila sabe que iremos por la entrada secundaria, necesitamos un nuevo plan.

Margarita, que había permanecido callada, se levantó con dificultad. —Déjame ir contigo, Loreto. Puedo distraerlos mientras ustedes buscan a los niños.

—Ni loca —respondió Loreto—. Tú apenas puedes caminar bien.

Pero Margarita insistió, y Vielka se acercó, tocando el brazo de su amiga. —No puedo permitirlo. Ya has hecho suficiente.

Margarita sonrió débilmente. —Si podemos sacarlos de allí, todo valdrá la pena.

Horas después
El equipo de Alfonso se dividió en dos grupos. Alfonso, Vielka y Loreto tomarían una ruta alterna para llegar a los niños, mientras Margarita y Artemio distraerían a los hombres de Camila en la entrada principal.

El caos comenzó al caer la noche. Disparos resonaron en el aire mientras el grupo avanzaba por los pasillos del complejo. Margarita, armada y decidida, lideraba la distracción junto a Artemio. Sin embargo, un francotirador oculto disparó, y Margarita cayó al suelo, su mano aferrándose al costado mientras un charco de sangre se formaba debajo de ella.

—¡Margarita! —gritó Artemio, corriendo hacia ella mientras trataba de protegerla.

A pesar de su dolor, Margarita lo empujó. —¡No te detengas! Sigue distrayéndolos…

Artemio, lleno de rabia, se enfrentó a los hombres de Camila, pero una explosión cercana lo lanzó contra una pared. Quedó inconsciente, gravemente herido.




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