Entre el fuego y la calma

El precio de la traición parte II

Alfonso, Vielka y Loreto se resguardaban detrás de un muro improvisado mientras evaluaban su próximo movimiento. La entrada principal del complejo era un campo de guerra, y las noticias del frente eran desoladoras: Margarita estaba gravemente herida, y Artemio había sido trasladado de emergencia al hospital después de protegerla.

Loreto, con una mirada feroz, levantó la cabeza para calcular la distancia hacia la siguiente posición segura. —No podemos quedarnos aquí. Camila ya sabe que estamos cerca, y no tardará en reforzar su guardia.

—Margarita y Artemio hicieron todo esto para que pudiéramos avanzar, —dijo Vielka, con un nudo en la garganta. Su desesperación era palpable.

Alfonso observó el panorama, su mente trabajando a toda velocidad. —Esto no salió como planeamos. Retroceder es nuestra única opción. Si intentamos avanzar ahora, estamos muertos.

Vielka lo miró incrédula. —¿TENEMOS QUE SALIR? ¡Tenemos que ir por mis hijosí!

—No los estoy abandonando —respondió Alfonso con dureza—. Pero si seguimos como estamos, no los rescatamos ni a ellos ni a nosotros. Necesitamos reagruparnos y pensar.

El regreso al refugio
Tras un tenso retroceso, el grupo logró salir del complejo, aunque las heridas emocionales y físicas pesaban sobre ellos. Margarita había sido trasladada por el equipo médico de Alfonso a un hospital clandestino, mientras Artemio se encontraba bajo cuidado crítico en una clínica segura. Loreto permanecía en silencio, su determinación oculta bajo una expresión endurecida.

Ya en el refugio, Alfonso desplegó un mapa en la mesa central. La sala estaba iluminada por una tenue luz amarilla, suficiente para mostrar el cansancio en sus rostros.

—Esto no se trata solo de un rescate —dijo Alfonso, su tono lleno de rabia contenida—. Camila lo convirtió en una declaración de guerra. Sabe que atacar a los niños no es solo un golpe contra ti, Vielka, sino también contra mí.

Loreto cruzó los brazos, tomando asiento frente al mapa. —Si vamos a localizar a Camila y sacarlos de ahí, necesitamos más información. Margarita mencionó algo antes de salir: ella vio a uno de los guardias usando un radio diferente al resto. Eso podría ser una pista.

Alfonso asintió. —Voy a mandar a uno de mis hombres de confianza a interceptar las comunicaciones. Pero primero, necesito saber quiénes son leales y quiénes no. Rubén no fue el único que filtró información.

Horas después, uno de los hombres de Alfonso, conocido como "El Chato", llegó al refugio con una mirada nerviosa. Era alguien en quien Alfonso había confiado por años, pero algo en su actitud levantó sospechas.

—Traigo noticias —dijo El Chato, evitando el contacto visual. —Las comunicaciones indican que Camila se movió a otro lugar. Pero antes de irse, dejó una trampa en el complejo.

Alfonso lo miró fijamente, cruzando los brazos. —¿Cómo sabes eso?

—Tengo... mis contactos —respondió El Chato, tartamudeando ligeramente.

Loreto, que observaba la escena con ojos agudos, se levantó lentamente. —Es curioso, porque las comunicaciones que interceptamos no mencionan ningún movimiento reciente.

El Chato retrocedió un paso, pero Alfonso lo acorraló. —¿Qué estás ocultando, Chato?

El hombre sudaba. —¡Camila me tiene agarrado! Si no hago lo que pide, me mata.

—Ya me cansé de estas excusas —dijo Alfonso, presionándolo contra la pared. —Tienes una oportunidad para redimirte. ¿Dónde está Camila?

El Chato vaciló antes de soltar: —Se movió al rancho "Las Aguilas", en el límite del estado. Es un lugar más seguro para ella. Tiene todo controlado allí.

Alfonso lo soltó con brusquedad. —Si esto es mentira, serás el siguiente.

El nuevo plan
Vielka estaba sentada al final de la sala, temblando mientras trataba de asimilar la información. La desesperación de no saber cómo estaban sus hijos la consumía. Loreto se acercó y puso una mano en su hombro.

—Vamos a sacarlos, Vielka. Lo prometo.

Alfonso desplegó otro mapa, marcando el rancho señalado por El Chato. —Este lugar es un fortín. Tiene una sola entrada principal y varios puntos de vigilancia. Pero si lo hacemos bien, podemos entrar por las alcantarillas y salir con los niños antes de que sepan qué pasó.

—¿Cómo vamos a infiltrarnos sin que nos maten en el proceso? —preguntó Loreto.

—Camila no espera que ataquemos de inmediato. Eso nos da una pequeña ventaja —dijo Alfonso—. Vamos a usar su confianza en su sistema contra ella.

Loreto asintió, inclinándose sobre el mapa. —Necesitamos distracciones en la entrada y en el perímetro. Yo me encargo de una.

—Ni hablar —intervino Vielka—. No puedo perder a más personas por mi culpa.

—No se trata de ti, Vielka. Se trata de esos niños —respondió Loreto con firmeza.

Preparativos finales
Mientras Loreto y Alfonso organizaban los detalles, Vielka se retiró a una esquina del refugio, donde finalmente se permitió llorar. La imagen de sus hijos atrapados en manos de Camila era una tortura constante. Margarita, aún en el hospital, había insistido en que siguieran adelante sin ella, pero Vielka no podía evitar sentirse culpable.

Alfonso se acercó. —Sé que esto es más de lo que esperabas. Pero quiero que sepas algo: no voy a fallar.

Vielka lo miró, sus ojos llenos de lágrimas. —No puedo soportar la idea de perderlos, Alfonso.

—No los perderás —dijo él, con una convicción feroz—. Camila va a pagar por esto, pero primero vamos a sacarlos a salvo.

La determinación en las palabras de Alfonso fue lo único que logró calmarla, aunque solo por un momento. Sabía que la batalla aún estaba lejos de terminar.




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