Loreto, que observaba desde un costado, hizo un movimiento rápido, disparando contra los guardias de Camila antes de que pudieran reaccionar. Los dos hombres cayeron al suelo con un ruido seco, dejando a Camila sola frente a Alfonso, Vielka y Loreto. La tensión era insoportable, como si el aire en la habitación se hubiera congelado.
Camila, aunque desarmada, no perdió la compostura. Dio un paso hacia atrás, posicionándose frente a la puerta donde estaban los niños, como si supiera que esto le daba una última ventaja.
—No vas a dispararme, Alfonso —dijo con una sonrisa venenosa—. Sabes que hacerlo confirmará todo lo que dicen de ti. Serás un monstruo ante tus hijos, ante ella.
—No necesito tu permiso para terminar con esto —respondió Alfonso, apuntando con firmeza.
Vielka, llena de rabia y desesperación, dio un paso adelante. —Camila, si alguna vez sentiste algo por Alfonso, si alguna vez tuviste un mínimo de humanidad, deja ir a mis hijos.
Camila giró la cabeza hacia ella con burla. —¿Humanidad? ¿Después de todo lo que me arrebató? Esto no es personal, Vielka. Esto es una lección para todos: nadie le gana a Camila Carrera.
Sin embargo, las palabras de Vielka lograron algo inesperado. Camila vaciló por un instante, y Loreto, aprovechando el momento, se movió con rapidez, lanzándose sobre ella y derribándola al suelo. Alfonso se apresuró a sujetarla, inmovilizándola mientras Loreto buscaba las llaves para liberar a los niños.
—¡Rápido, Loreto! —gritó Vielka, mirando cómo Alfonso mantenía a Camila sometida.
Loreto abrió la puerta y encontró a los niños, temblando de miedo pero ilesos. Vielka los abrazó con lágrimas en los ojos, murmurando palabras de consuelo mientras los levantaba.
—¡Vamos, salgamos de aquí! —dijo Loreto, ayudando a Vielka a cargar a los pequeños.
Alfonso seguía inmovilizando a Camila, su mirada llena de furia. Él sabía que podía acabar con todo con solo apretar el gatillo, pero algo en sus ojos reflejaba una lucha interna.
—Hazlo, Alfonso —dijo Camila con una sonrisa torcida—. Haz lo que siempre has querido hacer.
—No lo hará —intervino Vielka desde la puerta, mirando a Alfonso con una mezcla de súplica y convicción—. Esto termina aquí, pero no de esa manera.
Camila rió con desdén. —Ella te hace debil, Alfonso. Ella va a ser tu condena, si no soy yo sera el siguiente que lo intente
Sin embargo, Alfonso la dejó inconsciente con un golpe rápido, asegurándose de que no pudiera seguir resistiendo. Luego se giró hacia el grupo.
—Tenemos que irnos ahora. Esto no ha terminado —dijo, su voz firme.
Con los niños en brazos y el equipo en alerta, escaparon por el túnel por el que habían llegado. Los disparos aún resonaban afuera, pero los hombres leales a Alfonso lograron contener a las fuerzas de Camila lo suficiente para permitir su salida.
Cuando finalmente llegaron al punto de escape, Vielka abrazó a sus hijos con fuerza, sintiendo una mezcla de alivio y angustia. Artemio seguía hospitalizado, y Margarita luchaba por su vida, pero al menos sus hijos estaban a salvo.
Loreto, con su arma en mano y una mirada decidida, se volvió hacia Alfonso. —Camila no se detendrá hasta destruirte.
—No lo hará —respondió Alfonso, con una expresión sombría—. No después de lo que planeo hacer.
Horas después, el grupo se reunió en un refugio temporal. Margarita seguía bajo observación médica, y Vielka no dejaba de pensar en Artemio, quien luchaba por recuperarse. Alfonso, por su parte, estaba callado, planeando su próximo movimiento.
—¿Y ahora qué? —preguntó Vielka, rompiendo el silencio.
—Que quieres que haga? yo haré lo que tu decidas —le contestó Alfonso, sabiendo que o que seguia tenia que ser por voluntad propia de vielka
—Ahora sacalos del país, lleva a mis hijos junto a su padre a un lugar seguro —respondió Vielka con firmeza—. Camila no podrá tocar a mis hijos ni a Artemio si están lejos.
Loreto asintió. —Yo me quedaré para ayudar con los últimos movimientos.
Vielka miró a Loreto y a Alfonso con gratitud, pero también con una profunda tristeza. Sabía que, aunque sus hijos estarían a salvo, nada volvería a ser igual.
El amanecer llegó como un manto pálido, iluminando el refugio temporal donde Vielka y sus hijos descansaban. El lugar, discreto y bien protegido, había sido elegido por Alfonso para garantizar unas últimas horas de seguridad antes del próximo paso: sacar a Artemio y a los niños del país.
El sonido de un motor afuera alertó a todos. Alfonso entró con paso firme, seguido de Loreto, quien llevaba en sus manos un maletín lleno de documentos falsificados y dinero en efectivo.
—El avión está listo. Salen en dos horas —anunció Alfonso, dejando caer un mapa sobre la mesa—. Artemio será trasladado directamente desde el hospital al aeropuerto, pero debemos movernos rápido. Camila todavía tiene aliados, y no logro tener el control total de la ciudad.
Vielka se giró hacia él, sosteniendo a su hija María en brazos. Su rostro reflejaba el cansancio de días de lucha, pero también una determinación férrea.
—¿Y qué pasa después? —preguntó, su voz temblando ligeramente—. ¿Qué les diré cuando lleguen allá? ¿Cómo sabré que estarán seguros?
Alfonso la miró a los ojos, su expresión endurecida. —Yo me encargaré de que estén seguros. Tendrás contactos en cada punto del trayecto, y una vez que estén instalados, nadie podrá encontrarlos.
El trayecto al aeropuerto fue silencioso, cargado de emociones contenidas. Artemio, aunque pálido y débil, había insistido en ir por sus propios medios para evitar comprometer el plan. Desde el asiento trasero de la camioneta, miraba a Vielka y a sus hijos, sus ojos llenos de desencanto y algo más que ella no lograba descifrar: una distancia que parecía insalvable.
—Te daría las gracias, Vielka —dijo Artemio finalmente, rompiendo el silencio—pero los dos sabemos que nada de esto estaria pasando si tus decisiones hubieran sido otras. No importa lo que haya pasado entre nosotros, siempre serás la madre de nuestros hijos. Y te agradezco que no te hayas vencido para mantenerme con vida .
Editado: 28.11.2024