El clima en Ciudad S había mejorado apenas, las nubes seguían bajas, pero la lluvia se había detenido, dejando el aire limpio y el suelo brillante.
Bai Ji Ruan salió del complejo deportivo con una bufanda azul oscuro y el cabello todavía húmedo. Tenía pensado volver directo al departamento, pero un coche negro se detuvo frente a él con una suavidad casi calculada.
La ventana del asiento trasero se bajó.
—Sube —dijo una voz conocida.
Ji Ruan se detuvo.
—Presidente Gu… ¿me está siguiendo?
—Si lo estuviera, no te lo diría —respondió el hombre con una leve sonrisa—. Solo pasaba por aquí.
—Justo frente al centro de patinaje, qué coincidencia.
—Las coincidencias son más creíbles si no las cuestionas tanto —replicó con calma—. Vamos, conozco un lugar donde el café no sabe a oficina.
Ji Ruan dudó por unos segundos, pero finalmente abrió la puerta y entró, el interior del coche olía a cuero y a un perfume discreto.
Mientras avanzaban por las calles iluminadas, Gu Lan Shen revisaba algunos mensajes en su teléfono, sin la rigidez de las reuniones.
—¿Siempre trabajas incluso en los trayectos? —preguntó Ruan, curioso.
—Solo cuando los informes son aburridos —dijo Gu Shen, guardando el teléfono— En realidad, estaba pensando en cómo logras mantener el equilibrio después de esos saltos.
—Eso suena más a curiosidad profesional que a trabajo.
—Digamos que admiro la concentración de la gente que puede hacer algo tan difícil parecer fácil.
La sinceridad simple en su tono hizo que Ji Ruan se quedara sin respuesta.
El coche se detuvo frente a un pequeño café en una esquina, de esos con ventanas amplias y luces cálidas. No parecía el tipo de lugar al que un empresario como Gu Lan Shen iría con frecuencia.
Entraron, el aroma a café recién molido y pan tostado llenaba el aire.
Gu Lan Shen saludó al encargado con familiaridad.
—Dos cafés, por favor, el mío sin azúcar, el suyo… —miró a Ji Ruan— ¿dulce, cierto?
—¿Cómo lo sabe?
—Tengo buena memoria para los detalles que importan.
Ji Ruan sonrió con un dejo de sorpresa.
—Eso suena como algo que le diría a todos.
—No —respondió él mientras tomaban asiento junto a la ventana— No tengo tiempo para todos.
El silencio que siguió no fue incómodo, afuera, la gente caminaba con abrigos y bufandas, las luces del tráfico reflejándose en los charcos.
Ji Ruan apoyó la taza entre las manos, disfrutando el calor de esta.
—No pensé que fuera de esos jefes que se mezclan tanto con los patrocinados.
—No lo hago —dijo Shen, con tono tranquilo— Solo contigo.
Ji Ruan lo miró por unos segundos, tratando de descifrar si bromeaba o hablaba en serio.
—Eso suena peligroso, presidente Gu.
—Solo si lo interpretas así —contestó con una media sonrisa— Prefiero pensar que estoy cuidando mi inversión.
—¿Así le dice usted a invitar a alguien a tomar café?
—Depende de la persona. Pero contigo… sí, podría llamarlo así.
El joven soltó una risa suave, sincera.
Gu Lan Shen lo observó un instante. Le gustaba ese sonido: natural, despreocupado. Muy distinto al Ji Ruan que veía en la pista, concentrado y contenido.
—¿Siempre fuiste tan reservado? —preguntó Gu Shen después de un rato.
Ji Ruan bajó la mirada a su taza.
—Supongo que aprendí a serlo, la gente tiende a hablar mucho sin escuchar realmente.
—Eso es cierto —dijo el hombre— Aunque también hay personas que no dicen mucho, pero lo dicen todo con una sola frase.
—¿Como usted?
—No, como tú —respondió él con una leve sonrisa.
Ji Ruan se quedó callado, sorprendido por la naturalidad con que lo decía.
Gu Lan Shen no hablaba con halagos vacíos, y eso lo hacía más difícil de ignorar.
—No sé si intenta hacerme sentir cómodo o incómodo —murmuró el joven.
—¿Cuál de las dos está funcionando?
—No lo sé —respondió, sonriendo sin querer.
Gu Lan Shen apoyó el codo en la mesa y lo miró con una expresión tranquila, casi divertida.
—Entonces seguiré así, parece efectivo.
Ji Ruan negó con la cabeza, pero había una calidez nueva en su mirada.
—No pensé que fuera tan persistente.
—Solo cuando algo me interesa.
La respuesta fue sencilla, pero el tono firme hizo que Ji Ruan desviara la vista hacia la ventana, fingiendo observar la calle.
El silencio volvió, pero esta vez cargado de algo distinto, algo que ninguno quiso romper.
El café se enfriaba entre sus manos, y sin saber por qué, Ji Ruan pensó que aquel momento se sentía más real que cualquier otro en los últimos meses.
Ni la pista de hielo, ni los aplausos, ni las luces. Solo esa charla sencilla con alguien que, de alguna forma, parecía entenderlo sin necesidad de muchas palabras.
Cuando salieron del lugar, el viento era más frío.
Gu Lan Shen se acomodó el abrigo y dijo, sin mirar directamente al joven:
—La próxima vez, tú eliges el lugar.
—¿Habrá próxima vez?
—Si dices que no, igual apareceré —respondió Shen con serenidad.
Ruan sonrió.
—Eso suena a amenaza.
—Entonces considérala una invitación insistente.
El coche arrancó, y mientras las luces de la ciudad se reflejaban en los cristales, Ji Ruan pensó que tal vez no era tan malo dejar que alguien cruzara un poco su barrera de hielo.