La tarde caía sobre la ciudad S con un tono ámbar que teñía los edificios altos y las calles congestionadas, desde su ventana, Ji Ruan observaba cómo el sol se disolvía entre las luces artificiales que comenzaban a encenderse.
Aún llevaba el cabello húmedo tras la ducha, y el vapor del té recién hecho llenaba su pequeño apartamento con un aroma dulce a jazmín.
Su gato, un felino blanco de ojos grises, dormía sobre el sofá, completamente ajeno al mundo.
Ji Ruan disfrutaba de esos minutos de silencio, la pista de hielo había estado abarrotada ese día, y su cuerpo todavía guardaba el eco del frío sobre su piel. Se sentía cansado, pero también en paz,
por fin, un momento solo para respirar.
O eso pensó, hasta que el timbre sonó.
Levantó la vista, sorprendido, no esperaba visitas, muy pocos sabían su dirección, y no era de los que recibían gente en casa, caminó hacia la puerta con cautela, secándose las manos con una toalla.
Al abrir, su respiración se detuvo por un segundo.
Gu Lan Shen estaba de pie en el umbral.
El hombre vestía un abrigo oscuro de corte impecable. Su porte era tan sereno que, por un momento, la presencia misma pareció cambiar el aire del pasillo. Tenía la expresión tranquila de quien sabe exactamente lo que hace, aunque sus ojos —negros y profundos— parecían observar cada detalle con atención casi silenciosa.
—Buenas tardes —saludó con voz baja, cortés, pero segura—. Espero no estar interrumpiendo.
Ji Ruan lo miró, atónito.
— Señor Gu… ¿qué hace aquí?
El presidente del Grupo Gu sonrió apenas, esa media sonrisa tan contenida que parecía más un gesto calculado que espontáneo.
—Tu entrenador me dio esta dirección, dijo que preferirías recibir los documentos del patrocinio en persona antes del evento de invierno. —Levantó una carpeta de cuero negro, delgada pero elegante—. Pensé que sería más fácil entregarlos directamente.
Ji Ruan parpadeó, tratando de procesarlo.
—Mi entrenador… —repitió en voz baja, antes de soltar un suspiro breve—. Ya veo.
Dio un paso atrás y, con una ligera inclinación, dijo—: Pase, por favor.
Gu Lan Shen entró con la calma de quien no necesita ser invitado dos veces, dejó el abrigo sobre el respaldo de una silla y observó el entorno con curiosidad moderada, el apartamento era pequeño, ordenado, pero acogedor.
Las paredes claras, una repisa con trofeos de patinaje, algunos libros, una planta cerca de la ventana. Todo reflejaba una vida sencilla, cuidadosamente cuidada.
—No esperaba que vivieras en un lugar así —comentó con tono neutro—. Es… tranquilo.
—Es suficiente para mí —respondió Ji Ruan, cerrando la puerta— No necesito más.
—Eso suena a algo que dice alguien que ha aprendido a estar solo —observó Gu Lan Shen, girando apenas el rostro hacia él.
Ji Ruan lo miró de reojo.
—¿Y eso está mal?
—No —contestó el hombre, tomando asiento sin esperar una invitación formal— Solo es… inusual.
Su voz no tenía juicio, solo una nota de curiosidad que lo desarmaba sin motivo aparente.
El gato, molesto por la interrupción de su siesta, se levantó y se acercó a inspeccionar al visitante.
Gu Lan Shen bajó la mirada y, con una calma natural, extendió una mano. El animal olfateó un instante antes de dejarse acariciar.
—Incluso tu gato parece más selectivo que la mayoría de la gente que conozco —comentó con una sonrisa ligera.
—No le gustan los desconocidos —dijo Ji Ruan.
—Entonces me consideraré afortunado, dijo Gu Lan Shen mientras acariciaba al gato.
El silencio que siguió fue cómodo, pero cargado, Ji Ruan notó que el corazón le latía con fuerza, algo que le parecía absurdo.
No era la primera vez que veía a Gu Lan Shen, pero había algo distinto en tenerlo allí, tan cerca, sentado en su salón como si fuera lo más natural del mundo.
—¿Quiere té? —preguntó, intentando sonar casual.
—Acepto —Gu Lan Shen asintió y observó cómo el joven se movía hacia la cocina, sus gestos eran fluidos, silenciosos, casi elegantes.
Mientras Ji Ruan preparaba otra taza, el empresario recorrió con la vista los pequeños detalles del apartamento: un calendario con fechas de competencias, una foto vieja enmarcada de un niño sobre hielo, la medalla colgada en una pared, todo tenía una historia, una que aún desconocia.
Ji Ruan regresó con la taza humeante y la colocó frente a él.
—Es té de jazmín —dijo con suavidad.
—Perfecto. —Gu Lan Shen sostuvo la taza entre las manos, aspirando el aroma—. No es común que alguien prepare té así de forma tan… cuidadosa.
—No me gusta apresurar las cosas —replicó Ji Ruan, mirando el vapor elevarse—. El té sabe mejor si tiene tiempo.
—Eso también podría decirse de las personas, dijo Gu Lan Shen mientras lo miraba.
Ji Ruan levantó la vista, sorprendido por el comentario.
Gu Lan Shen sostenía la mirada, sin intención de retirarla.
Por un instante, el tiempo pareció ralentizarse.
El empresario sonrió apenas, desviando la mirada hacia la taza.
—Disculpa, a veces hablo más de la cuenta.
—No lo parece —dijo Ji Ruan, con una pequeña sonrisa.
Ambos bebieron en silencio, el sonido del tráfico lejano se filtraba por la ventana, pero dentro, el ambiente parecía detenido.
Gu Lan Shen apoyó la taza sobre la mesa, con la precisión de alguien acostumbrado al control.
—Antes de que lo olvide. —Sacó una pequeña caja de su abrigo y la dejó sobre el escritorio—. Es un obsequio de la empresa, un detalle para los patinadores principales.
Ji Ruan la abrió con curiosidad, dentro había un pin plateado en forma de copo de nieve, brillaba con reflejos suaves bajo la luz cálida.
—Es hermoso —murmuró, casi para sí mismo.
—Espero que lo use en la competencia. —Su tono fue amable, sin la rigidez habitual que mostraba en público—. Le dará suerte.
—No creo en la suerte —respondió Ji Ruan—. Pero… me gusta. Gracias.