Dos días habían pasado desde aquel entrenamiento conjunto, y aunque traté de enfocarme por completo en el partido contra Tigres, mi mente seguía viajando de vez en cuando hacia la conversación con Kevin. No era la primera vez que alguien me hacía un cumplido o intentaba acercarse, pero había algo en él, en su forma de hablar y de mirarme, que hacía que pareciera distinto.
La mañana del partido llegó, y el ambiente en el vestidor era una mezcla de emoción y nerviosismo. Las voces de mis compañeras llenaban el espacio mientras se ajustaban las espinilleras, se ataban los botines y repasaban mentalmente la estrategia. Yo estaba sentada en mi rincón habitual, con los audífonos puestos, dejando que la música me envolviera. Era mi forma de concentrarme, de bloquear cualquier distracción.
-¿Lista, Vale? -preguntó Daniela, nuestra capitana, tocándome el hombro.
Asentí con una sonrisa.
-Siempre.
El partido fue intenso desde el silbatazo inicial. Tigres no era un rival fácil, pero nosotras tampoco. Cada pase, cada intercepción, cada carrera era una batalla en sí misma. En el minuto 67, logré interceptar un pase en el mediocampo y conduje el balón hacia el área rival. Mi mente estaba completamente enfocada en ese instante: el campo se abría frente a mí, y todo lo que podía escuchar era el sonido del balón golpeando el césped.
Con un toque preciso, disparé hacia el arco. El balón se coló en la esquina superior derecha, fuera del alcance de la portera. La explosión de alegría fue inmediata, tanto en mis compañeras como en la afición. Pero para mí, todo se reducía a esa sensación indescriptible de haber hecho algo bien, de haber cumplido con mi rol en el equipo.
Ganamos 2-1, y al final del partido, mientras abrazaba a mis compañeras y agradecía al público, mi mirada se cruzó con alguien en las gradas. Kevin estaba allí, de pie, aplaudiendo con una sonrisa que parecía más grande de lo habitual.
No sabía qué hacía ahí ni por qué, pero verlo me hizo sentir algo extraño, una chispa que no estaba segura de poder describir.
Días después
El lunes siguiente, regresé a los entrenamientos con el equipo. Había una sensación de alivio en el ambiente después de nuestra victoria, pero yo no podía dejar de pensar en la figura de Kevin en las gradas. Cuando salí al campo, mi duda no tardó en resolverse. Él estaba allí, sentado en una banca al lado de la cancha.
-¿Viniste a espiar nuestro entrenamiento? -pregunté, acercándome con una sonrisa divertida.
-Algo así. -Él se encogió de hombros-. Aunque creo que ya sé que no necesitas mi ayuda para nada. Ese gol fue impresionante.
-Gracias -respondí, tratando de ocultar lo que sus palabras provocaban en mí-. ¿Y tú? ¿No deberías estar entrenando con tu equipo?
-Tenía sesión de gimnasio temprano. Ahora estoy libre. Pensé en venir a verte jugar.
La sinceridad en su voz me tomó por sorpresa. No había doble sentido, ni intento de halagarme de más. Solo estaba siendo directo.
-¿Y qué te pareció? -pregunté, cruzándome de brazos.
-Definitivamente no me gustaría enfrentarte en un partido.
Reí suavemente, sorprendida de lo fácil que era hablar con él.
-Si sigues viniendo, tal vez te invite a jugar. Aunque tendrías que seguir mi ritmo.
-¿Es un reto? -preguntó, alzando una ceja.
-Tal vez.
Desde ese día, Kevin y yo comenzamos a hablar más. A veces, se quedaba después de sus entrenamientos para platicar conmigo mientras practicaba tiros o simplemente para observar. Otros días, coincidíamos en el gimnasio o en los pasillos del club. Poco a poco, nuestras conversaciones dejaron de ser sobre fútbol y empezaron a abarcar cosas más personales: su familia, sus sueños, mis miedos, mis metas.
Había algo en Kevin que me hacía sentir cómoda, como si pudiera bajar la guardia por un momento sin preocuparme de nada más.
Una tarde especial
Un par de semanas después, Kevin me invitó a tomar un café después del entrenamiento. Dudé por un instante, pero acepté. Sabía que estábamos cruzando una línea que podría complicar las cosas, pero algo dentro de mí quería saber hasta dónde podría llevarnos esta amistad... o lo que fuera que estaba naciendo entre nosotros.
Nos encontramos en un pequeño café cerca de Coapa, un lugar tranquilo y acogedor. Mientras bebíamos nuestras tazas, nuestras conversaciones fluyeron con naturalidad.
-¿Siempre supiste que querías ser futbolista? -preguntó Kevin, mirándome con curiosidad.
-Siempre. Desde que tenía memoria. Aunque no siempre fue fácil. Muchos me dijeron que no lo lograría, que el fútbol no era para mujeres.
-Pero aquí estás -dijo, admirándome-. Les demostraste que estaban equivocados.
-Sí. Pero a veces siento que el fútbol me lo exige todo. No sé si me queda espacio para algo más.
Kevin se quedó en silencio por un momento, como si estuviera eligiendo sus palabras con cuidado.
-A veces, encontrar el equilibrio es lo más difícil. Pero no tienes que renunciar a todo para seguir tus sueños.
Sus palabras resonaron más de lo que esperaba. Tal vez porque, en el fondo, sabía que había verdad en ellas.
Esa noche, mientras escribía en mi libreta, anoté algo diferente:
"Kevin no solo es un buen jugador. Es alguien que entiende lo que significa amar el fútbol y todo lo que conlleva. No sé a dónde nos llevará esto, pero por primera vez en mucho tiempo, siento que no estoy sola."