Los días siguientes pasaron con la misma intensidad que siempre acompaña nuestra vida en el fútbol: entrenamientos, análisis de partidos, y largas sesiones en el gimnasio. Sin embargo, algo había cambiado. Kevin y yo seguíamos encontrándonos en los pasillos del club, en las canchas, o incluso en el estacionamiento. Nuestras conversaciones, que habían comenzado siendo casuales y espontáneas, ahora parecían inevitables.
No podía evitar sonreír cada vez que lo veía. Había algo en su energía, en su forma de ser, que me hacía sentir más ligera, como si el peso de las expectativas y la presión se desvaneciera, al menos por un rato.
Esa tarde, después de nuestro entrenamiento, estaba en la cancha practicando tiros libres. Había sido un día complicado; no lograba conectar bien los disparos y sentía que mi técnica estaba fallando. Frustrada, pateé el balón con más fuerza de la necesaria, enviándolo fuera del campo.
-¿Quieres ayuda? -preguntó una voz familiar detrás de mí.
Me giré para encontrarme con Kevin, quien llevaba un balón bajo el brazo y esa sonrisa que parecía desarmarme cada vez que la veía.
-No estoy segura de que alguien pueda ayudarme hoy -respondí, suspirando.
Él caminó hacia mí, dejando el balón en el suelo.
-Déjame intentarlo.
Se posicionó detrás del balón y, con un toque preciso, lo envió directo al ángulo superior derecho de la portería. Lo miré, sorprendida, mientras él se encogía de hombros con falsa modestia.
-Tu turno -dijo, con una sonrisa desafiante.
Me coloqué frente al balón y traté de imitar su movimiento. Mi disparo fue bueno, pero no tan preciso como el suyo. Kevin se acercó, señalando con la mano mi postura.
-Estás inclinando demasiado el cuerpo hacia adelante. Intenta mantenerte más erguida y golpea el balón con el empeine, justo aquí.
Asentí, agradecida por el consejo, y lo intenté de nuevo. Esta vez, el balón voló con más potencia y precisión, golpeando el travesaño antes de entrar en la portería.
-¡Eso fue perfecto! -exclamó Kevin, levantando una mano para chocar la mía.
Sonreí, sintiéndome un poco más animada.
-Gracias. Tal vez no eres tan malo como pensaba.
Él rio, sacudiendo la cabeza.
-¿Pensabas que era malo? Eso duele, Valeria.
Pasamos el resto de la tarde practicando y bromeando. A medida que el sol comenzaba a ocultarse, sentí que el tiempo había pasado demasiado rápido. Kevin se sentó en el césped, observando el horizonte mientras el cielo se teñía de colores cálidos.
-¿Sabes? -dijo después de un rato-. A veces pienso que, por mucho que amemos el fútbol, necesitamos algo más. Algo que nos recuerde por qué lo hacemos, algo que nos dé equilibrio.
Me senté a su lado, reflexionando sobre sus palabras.
-¿Y tú ya lo encontraste? -pregunté en voz baja.
Kevin me miró, y por un momento, el mundo pareció detenerse.
-Tal vez.
Un rumor inesperado
Al día siguiente, mientras estaba en el gimnasio con mis compañeras, escuché murmullos en el vestidor. Algunas de las chicas hablaban en voz baja, pero sus miradas de reojo me decían que el tema era yo.
-¿Ya escuchaste? -preguntó una de ellas a Daniela-. Dicen que Valeria y Kevin Álvarez están saliendo.
-¿De verdad? -respondió Daniela, levantando una ceja-. No lo creo. Ella nunca ha sido de distraerse con esas cosas.
Me quedé en silencio, fingiendo no haber escuchado, pero por dentro sentí una mezcla de incomodidad y nerviosismo. ¿Cómo habían llegado a esa conclusión? ¿Acaso alguien nos había visto juntos?
Durante la práctica, traté de concentrarme, pero no podía evitar sentirme observada. Al terminar, Daniela se acercó a mí con una sonrisa comprensiva.
-Oye, Vale. No quiero meterme en tus cosas, pero si necesitas hablar de algo, aquí estoy.
-No hay nada de qué hablar -respondí rápidamente-. Kevin y yo solo somos amigos.
Daniela asintió, aunque no parecía del todo convencida.
Una conversación pendiente
Esa noche, después del entrenamiento, decidí hablar con Kevin. Lo encontré en la cancha, practicando centros con algunos compañeros. Cuando terminó, me acerqué.
-¿Podemos hablar?
Kevin me miró con curiosidad, pero asintió de inmediato. Nos alejamos un poco, buscando un lugar más tranquilo.
-¿Todo bien? -preguntó, con un tono de preocupación.
-Sí, solo que... -dudé, tratando de encontrar las palabras adecuadas-. Algunas de las chicas del equipo han estado hablando. Parece que hay rumores sobre nosotros.
Kevin arqueó una ceja, como si la idea lo divirtiera más de lo que debería.
-¿Y eso te molesta?
-No es eso. Solo que no quiero que la gente malinterprete las cosas. Tú y yo somos...
Me detuve, dándome cuenta de que no sabía cómo terminar la frase. ¿Qué éramos exactamente?
Kevin dio un paso hacia mí, su expresión más seria ahora.
-¿Y si no quiero que lo malinterpreten?
Lo miré, sorprendida por su respuesta.
-¿Qué quieres decir?
-Quiero decir que no me importa lo que digan los demás, Valeria. Me importa lo que tú pienses, lo que tú sientas.
Mis pensamientos comenzaron a correr en todas direcciones, pero antes de que pudiera responder, Kevin continuó:
-Sé que esto puede complicar las cosas, pero no puedo fingir que no siento algo por ti.
Sus palabras me dejaron sin aliento. Por primera vez, alguien había puesto en palabras lo que yo misma no había querido admitir.
-Kevin, yo...
No sabía qué decir. Una parte de mí quería corresponder, pero la otra no podía ignorar las posibles consecuencias.
-No tienes que decir nada ahora -dijo él, suavemente-. Solo quería que lo supieras.
Esa noche, mientras me acostaba, sentí que algo había cambiado. No solo entre Kevin y yo, sino dentro de mí.