El campeonato estaba más cerca que nunca. Cada victoria, cada entrenamiento, cada sacrificio nos había llevado hasta este punto, y no pensaba dejar que nada ni nadie nos detuviera ahora. Pero el miedo también estaba presente. Sabíamos que los últimos partidos serían los más difíciles, y el nerviosismo comenzaba a invadirnos a todas. A pesar de eso, había algo en el aire, algo que nos mantenía unidas, algo que nos impulsaba a seguir adelante.
La noche antes del gran partido
El día anterior al partido contra Monterrey, el más importante de la temporada, me senté sola en la habitación del hotel. Estaba nerviosa, sí, pero sobre todo sentía una calma interior que no había experimentado antes. Pensé en todo lo que habíamos pasado para llegar hasta allí, y sentí que no podía dar un paso atrás.
Miré el teléfono y vi los mensajes de mis compañeras de equipo, las palabras de aliento de mi familia y, para mi sorpresa, también un mensaje de Kevin. Aunque nuestra relación seguía siendo un tema complejo, sabía que él seguía apoyándome a su manera. Pensé en responderle, pero sabía que ahora no era el momento adecuado. Este partido era mi enfoque, mi propósito. Lo demás, por ahora, podía esperar.
Tomé una respiración profunda y decidí enviar un mensaje a Valeria. Ella siempre había sido mi soporte en los momentos difíciles.
"Mañana es el gran día. Estoy lista para darlo todo, pero no sé si esto es suficiente. Me siento como si el peso del mundo estuviera sobre mis hombros."
Valeria respondió en segundos, como siempre lo hacía, con esa confianza que yo tanto necesitaba.
"Valeria, ¿tú tienes dudas? A ver, por favor. Nosotras hemos llegado tan lejos por una razón: porque somos imparables juntas. No hay nada que no podamos lograr. Lo sabes, ¿verdad?"
Esas palabras me dieron justo lo que necesitaba. Valeria tenía razón. Teníamos que confiar en nosotras mismas, en el trabajo que habíamos hecho, en todo lo que habíamos superado.
Esa noche, mientras intentaba dormir, sabía que lo que viniera no dependería solo de mí. Sería el esfuerzo de cada una de mis compañeras, el trabajo colectivo lo que marcaría la diferencia. Lo único que podía controlar era mi actitud en el campo. Estaba lista para darlo todo.
El día del partido
El día del partido llegó, y el ambiente en el vestuario estaba cargado de tensión. Monterrey era un equipo imparable, con jugadoras que se destacaban por su habilidad técnica, su velocidad y su capacidad para atacar en cualquier momento. Habían sido campeonas varias veces, y sabíamos que derrotarlas sería una tarea monumental. Pero lo que nos diferenciaba, lo que nos daba esperanza, era la fuerza de nuestra unidad.
El entrenador, como siempre, nos dio una charla motivacional antes de salir al campo.
-Este partido es el que hemos estado esperando. El que definirá el resto de nuestra temporada. No es solo sobre el campeonato. Es sobre lo que hemos construido, sobre lo que somos como equipo. Jueguen como siempre lo han hecho, pero sobre todo, disfruten el juego. Ustedes son las mejores, y lo demostrarán hoy.
Cuando salimos al campo, el rugido del público era ensordecedor. La tensión era palpable, y todos los ojos estaban puestos en nosotras. Sabíamos que todo lo que habíamos trabajado, cada sacrificio, cada entrenamiento, se definiría en los siguientes 90 minutos.
El primer tiempo: lucha y resiliencia
El pitido inicial marcó el comienzo de una batalla que nunca olvidaríamos. Desde el primer minuto, Monterrey nos presionó con su juego ofensivo imparable. Las jugadoras más experimentadas del equipo rival, como su delantera estrella, nos desbordaban con facilidad. Pero no nos rendimos.
Cada una de nosotras estaba comprometida a luchar hasta el final. Mi rol en el campo era claro: crear oportunidades, organizar el juego y mantener el control del balón. A pesar de la presión constante, logré conectar un pase largo con Daniela, quien se encontraba bien posicionada en el borde del área. Sin pensarlo, disparó, pero la portera de Monterrey detuvo el balón con una gran intervención.
Lo bueno de ese primer tiempo fue que, a pesar de la presión, nuestra defensa se mantenía sólida. Valentina, nuestra portera, hizo varias paradas que nos permitieron mantener el marcador en cero. La línea defensiva estuvo firme, bloqueando cada intento de Monterrey de perforar nuestra portería.
Sin embargo, a medida que avanzaba el tiempo, sentía que la frustración comenzaba a calar en el equipo. Monterrey nos presionaba con todo lo que tenía, y parecía que no íbamos a lograr romper su defensa. Fue en esos momentos cuando más valoré la unidad del equipo. A pesar de la tensión, todas sabíamos lo que teníamos que hacer. Y lo hicimos. El primer tiempo terminó sin goles, pero con la sensación de que todo podía pasar.
El descanso: palabras de aliento y estrategia
En el descanso, nos reunimos rápidamente en el vestuario. Algunas de nosotras respiraban con dificultad, el cansancio era evidente, pero las palabras del entrenador nos dieron la motivación que necesitábamos.
-Chicas, este es el momento de mantener la calma. Ustedes están jugando bien. Las oportunidades llegarán. Tienen que creer en lo que están haciendo. No dejen que la presión de Monterrey les haga perder la concentración. ¡Vamos a salir con todo en el segundo tiempo!
Valeria, siempre con su energía, nos miró a todas con una sonrisa confiada.
-Lo que sea que haya pasado en ese primer tiempo, ya está. Es nuestro momento ahora. Vamos a salir a ganar. Juntas.
Sus palabras me hicieron sentir que estábamos listas. Salimos al campo con una nueva determinación. Sabíamos que la segunda mitad sería nuestra oportunidad para marcar la diferencia.
El segundo tiempo: la oportunidad
El segundo tiempo comenzó con una nueva actitud. Monterrey siguió presionando, pero nosotras comenzamos a jugar con más calma, con más control. El balón comenzó a moverse con mayor fluidez entre nosotras. En el minuto 63, un pase corto de Valeria me dejó frente a la portera rival. Vi el espacio y no dudé ni un segundo. Con un toque preciso, logré colocar el balón en la esquina inferior derecha del arco. ¡Gol!