Entre Goles y Corazones ( kevin alvarez )

Epílogo: Un Nuevo Comienzo

El viento acariciaba mi rostro mientras caminaba por el campo de entrenamiento, el sol comenzaba a ponerse y todo se sentía como una nueva página lista para ser escrita. El fútbol siempre había sido mi pasión, pero ahora entendía que mi vida no giraba únicamente alrededor de él. Después de todo lo que habíamos logrado con el equipo, la victoria del campeonato, las nuevas oportunidades que se nos presentaban, y el desafío constante de mantenernos a la vanguardia, sentía que ahora estaba lista para enfrentar lo que viniera.

Este viaje no había sido fácil. Hubo momentos de duda, de frustración, de cansancio. Pero también hubo momentos de gloria, de risas, de crecimiento. En el camino, no solo aprendí a ser una mejor jugadora, sino una mejor persona. Y aunque el futuro seguía siendo incierto, sabía que estaba preparada para enfrentarlo. No porque tuviera todas las respuestas, sino porque tenía a las personas adecuadas a mi lado, mi equipo, mi familia, y mi propio corazón guiándome.

Mi mente volvía al momento en que, siendo una niña, soñaba con jugar en las grandes ligas. Jamás imaginé que un día estaría en la cima de mi país, con un trofeo en las manos y un futuro brillante por delante. Sin embargo, no se trataba solo de ese trofeo; se trataba de lo que significaba ese viaje. Los sacrificios, las caídas, los momentos de duda, las decisiones difíciles que tomé junto a mi equipo, esas fueron las cosas que realmente me definieron.

Una de las lecciones más valiosas que había aprendido era que el éxito no llega sin trabajo, sin perseverancia y sin apoyo. No solo me apoyaron mis compañeros de equipo, sino mi familia, y sí, también Kevin. Durante todo este tiempo, ellos fueron el recordatorio constante de que no estaba sola. Y, aunque la presión externa para continuar ganando siempre estaría allí, me di cuenta de que mi verdadera fuerza no dependía de las expectativas ajenas, sino de lo que sentía por dentro.

El teléfono sonó y me sacó de mis pensamientos. Era una llamada importante. Con una mezcla de emoción y nerviosismo, contesté, sabiendo que esta llamada representaba una nueva etapa en mi carrera. Era la confirmación de que había sido seleccionada para representar a la selección nacional en la Copa del Mundo. El sueño de jugar internacionalmente se había hecho realidad.

Había trabajado toda mi vida por esto, pero ahora, al recibir la noticia, no podía evitar sentir que, aunque este logro era significativo, el verdadero desafío apenas comenzaba. Las expectativas eran aún mayores. Jugar en el escenario más grande del fútbol femenino, con mi país sobre mis hombros, era un reto que iba más allá de los trofeos. Era una oportunidad para mostrar al mundo de lo que estaba hecha, no solo como jugadora, sino como persona.

Pero, en ese momento, no pensé solo en la presión. Pensé en lo que significaba: era una oportunidad para crecer, para aprender, para representar con orgullo a todas las mujeres que luchaban por abrirse paso en un deporte históricamente dominado por hombres. Estaba lista para enfrentar este desafío con la misma pasión que me había llevado hasta aquí.

El entrenamiento comenzó, y con cada pase, con cada tiro, me sentía más fuerte. Pero más que nunca, me di cuenta de lo que realmente importaba: el equipo. Había jugadoras que se habían convertido en mis hermanas, en mis amigas, en las personas que entendían mis miedos y mis logros. Y lo más importante: entendían mi lucha. Aunque la fama y la presión de ser las mejores estaban a la vista, siempre había algo que nos unía más allá del fútbol: el respeto, la solidaridad y el deseo de crecer juntas.

El entrenador, siempre riguroso, pero con una visión clara, nos impulsó a seguir trabajando con la misma intensidad y humildad que nos había llevado al campeonato. Pero a medida que avanzábamos, me di cuenta de que, aunque estábamos preparándonos para lo que sería el reto más grande de nuestras vidas, no estábamos solas. El apoyo de las familias, de las personas que nos seguían, de los fanáticos que creían en nosotras, nos daba fuerzas.

Mi mente volvía constantemente a Valeria, mi amiga y compañera de equipo. Juntas, habíamos recorrido un largo camino, desde las pequeñas competiciones locales hasta estar en la selección nacional. Ella siempre estaba ahí, con su sonrisa, sus consejos, y su capacidad para hacerme sentir que, no importa lo que pasara, siempre estaríamos juntas. Esa conexión, esa hermandad, era lo que hacía que cualquier desafío pareciera más alcanzable.

Volver a casa fue un respiro necesario. Mis padres, mi hermano, mi familia en general, siempre fueron el pilar que me sostenía. Ellos veían las horas de sacrificio, las derrotas que dolían, las victorias que celebrábamos con humildad. Y aunque mi vida se había vuelto más pública, más reconocida, siempre volvían a recordarme quién era realmente.

Mis padres siempre me habían enseñado que, sin importar lo lejos que llegara, nunca debía perder la conexión con mis raíces. Nunca debía olvidar de dónde venía ni lo que representaba ser parte de una familia que se apoyaba mutuamente en cada paso del camino. El fútbol podía ser mi vida, pero mi familia era lo que me mantenía real, lo que me daba equilibrio.

Una noche, después de cenar con ellos, mi mamá me abrazó y me dijo algo que se quedó grabado en mi mente para siempre.

-El fútbol es importante, hija, pero nunca olvides que lo más valioso es cómo tratas a los demás y cómo te tratas a ti misma. La victoria más grande es cuando te miras al espejo y sabes que has dado lo mejor de ti, independientemente del resultado.

El camino hacia el Mundial ya había comenzado, y cada día era una mezcla de emociones. El cuerpo se adaptaba al ritmo, la mente se mantenía enfocada, pero mi corazón sabía que este no era solo un reto físico, sino emocional. Durante todo el proceso, era fundamental mantener el equilibrio entre lo que exigían los entrenamientos, las presiones externas, y lo que mi mente necesitaba: descanso, paz y claridad.



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En el texto hay: amor, futbol, america

Editado: 07.02.2025

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