Aquí tienes el segundo capítulo de tu novela, "Entre las luces de Lisboa", con la extensión y el estilo narrativo solicitados.
El Mercado da Ribeira, rebautizado modernamente como Time Out Market, era un crisol de aromas, sonidos y colores. Para Tomás Oliveira, aquel lugar era un lienzo viviente, un pulso ininterrumpido de la Lisboa más auténtica. Con su cámara, una Canon envejecida pero fiel, colgando despreocupadamente de su hombro, Tomás deambulaba entre los puestos de comida gourmet y las bancadas tradicionales de flores y pescado. Su mirada, siempre ávida de la luz perfecta, danzaba sobre las texturas, los reflejos en las ventanas, la risa de una vendedora, el perfil de un turista absorto. Estaba inmerso en la captura de la esencia lisboeta para su próxima exposición, una serie que prometía ser un homenaje a la vida cotidiana de su amada ciudad. Su espíritu libre se reflejaba en su forma de trabajar: sin prisas, dejando que la historia se revelara a través de su lente. Llevaba una camiseta de lino blanca, arremangada hasta los codos, y unos vaqueros desgastados que acentuaban su figura esbelta y atlética. Una energía tranquila, casi magnética, emanaba de él.
Mientras tanto, a unos pocos metros, Lucía Ferrer se sentía como una partícula en un torbellino. La novedad del lugar, la cacofonía de las voces y el gentío abrumador eran un asalto a sus sentidos, acostumbrados a la pulcritud y el silencio reverente de los museos. Había venido al mercado buscando inspiración, quizás algún objeto artesanal para su nuevo apartamento, pero se encontraba más perdida que fascinada. Sus pasos eran lentos, vacilantes, mientras intentaba abrirse paso entre la multitud compacta que se agolpaba frente a los puestos más populares. Llevaba un café para llevar en una mano, y en la otra, un pequeño bloc de notas donde había esbozado algunas ideas para su trabajo en el museo. Sus ojos, habitualmente concentrados en los detalles más minúsculos del arte, estaban ahora desorientados por la inmensidad de opciones.
De repente, la belleza efímera de un puesto de flores la detuvo en seco. Orquídeas de colores vibrantes, lirios majestuosos y ramilletes de flores silvestres desbordaban cestas de mimbre. Lucía, cautivada por la paleta de colores y la delicadeza de los pétalos, dio un paso lateral para observar más de cerca. No vio al hombre que, en ese preciso instante, giraba para tomar una fotografía de un anciano sonriendo a la cámara.
Un instante después, la colisión fue inevitable. Lucía tropezó con el pie de Tomás. Un jadeo se escapó de sus labios mientras sentía cómo el vaso de café resbalaba de su mano. El líquido caliente, oscuro y fragante, voló por el aire antes de aterrizar en una mancha impactante sobre la camiseta de lino blanca de Tomás.
"¡Oh, no! ¡Dios mío, lo siento muchísimo!" exclamó Lucía, el rostro sonrojado por la vergüenza. Sus ojos, grandes y de un verde intenso, se fijaron en la mancha creciente.
Tomás, sorprendido por el impacto, apenas había tenido tiempo de reaccionar. Miró su camiseta, luego a la mujer frente a él. Tenía el cabello castaño recogido en una coleta desordenada, unos mechones se le escapaban enmarcando un rostro con rasgos delicados y una expresión de pánico genuino. Sus mejillas estaban teñidas de un vivo carmesí. Una risa, un poco ahogada, escapó de los labios de Tomás.
"No te preocupes", dijo, alzando una mano con una sonrisa indulgente, "es solo café. Y la verdad, ya le hacía falta un lavado a esta camiseta". Su voz era cálida, con el acento portugués suave y melódico.
Lucía sintió un alivio inmediato al escuchar su tono. "De verdad, lo siento mucho. ¿Hay algo que pueda hacer? ¿Necesitas servilletas?" Miró a su alrededor, desesperada por encontrar algo con lo que limpiar el desastre.
"Estoy bien, en serio", insistió Tomás, sus ojos claros, casi transparentes, deteniéndose en los de ella. Había algo en su mirada, una mezcla de seriedad y una profundidad que la atrajo. "Un poco de agua y jabón y listo". Se encogió de hombros, restándole importancia.
En ese torpe intercambio de disculpas y miradas, una chispa, innegable y repentina, surgió entre ellos. La energía espontánea y despreocupada de Tomás, su risa fácil y su actitud relajada, contrastaban fuertemente con la inicial reserva y la meticulosidad de Lucía. Era como si dos polos opuestos, destinados a repelerse, se atrajeran con una fuerza insospechada. Lucía notó la intensidad de sus ojos y la calidez de su sonrisa, que parecía iluminar su rostro. Tomás, por su parte, se vio cautivado por la profundidad de la mirada de Lucía, por la forma en que su preocupación se mezclaba con una belleza inesperada, y por la disciplina que adivinó en cada uno de sus movimientos.
El bullicio del mercado, sin embargo, no les concedió el lujo de prolongar el encuentro. La gente los empujaba suavemente, ansiosa por seguir su camino.
"Bueno, de nuevo, lo lamento", dijo Lucía, sintiendo la necesidad de escapar de la intensidad de la situación. Se hizo a un lado, permitiendo que la corriente de gente la arrastrara.
"Sin problema", respondió Tomás, con una última sonrisa. Él también necesitaba seguir su ruta fotográfica.
Se despidieron rápidamente, sus caminos divergiendo entre la multitud. Cada uno se llevó consigo una imagen fugaz del otro. Él, el recuerdo de su mirada penetrante y la dulzura de su expresión, y el sutil rastro de su colonia, una fragancia ligera y elegante que se mezclaba con el aroma a café. Ella, la imagen de su sonrisa desarmante, sus ojos curiosos y la forma en que su risa había disipado su vergüenza. Ninguno de los dos sabía que aquel encuentro accidental en medio del caos del mercado no era un final, sino el preludio inesperado de una historia que apenas comenzaba a escribirse bajo las cambiantes luces de Lisboa. Ambos siguieron sus caminos, sin saber que el destino ya había tejido los hilos que, muy pronto, volverían a unir sus vidas de una manera mucho más profunda.