Entre las luces de Lisboa

Capítulo 12: El Regreso del Pasado

​El beso compartido bajo la furia de la tormenta había liberado algo fundamental entre Lucía y Tomás, un río caudaloso de emoción que ahora fluía sin miedo. Los días siguientes fueron una luna de miel clandestina en el museo. Sus manos se buscaban, las miradas se detenían, y el trabajo se convirtió en un pretexto para la cercanía. Lucía se había abierto a la posibilidad de un futuro sin la pesada losa de su pasado español.

​Esa paz duró exactamente cuarenta y ocho horas.

​La mañana del tercer día, Lucía estaba en la recepción del museo recogiendo un paquete de materiales químicos importados de Italia. Al darse la vuelta, su corazón se detuvo. Justo allí, junto al mostrador de seguridad, con una sonrisa demasiado pulcra y una chaqueta de lino inmaculada, estaba Javier; su exnovio, su antiguo colega, y el arquitecto de su ruina profesional.

​Su presencia en Lisboa era un puñetazo en el estómago.

​“Lucía,” dijo Javier, acercándose con el paso tranquilo y posesivo que ella recordaba con escalofríos. Estaba actuando el papel del amante arrepentido y preocupado. “Qué bien te ves. Me preocupaba que no pudieras salir adelante después de... todo.”

​Lucía se obligó a mantenerse firme, sintiendo la adrenalina inundar su cuerpo. “¿Qué haces aquí, Javier? Pensé que la distancia de tres países era suficiente para ti.”

​“No seas dramática,” contestó él, mirando a su alrededor con una superioridad disimulada. “Estoy de viaje profesional. Resulta que un importante coleccionista portugués está interesado en una consultoría sobre conservación moderna. Pero, honestamente, vine por ti. Lo que pasó fue terrible, Lucía. Y creo que ambos fuimos culpables de la presión. Te extrañé.”

​La palabra culpa en su boca sonó hueca. Lucía sabía que él no había venido por ella, sino por su propia necesidad de control. El hecho de que un coleccionista lo hubiera traído a Lisboa significaba que Javier podía moverse en los mismos círculos que ella, amenazando su recién adquirida paz.

​“No me extrañaste, Javier. Extrañaste tener a alguien a quien culpar,” le espetó Lucía, su voz baja y acerada. “Estoy bien. Estoy trabajando. Y te prohíbo que vuelvas a contactarme.”

​Javier sonrió, una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. “Lo entiendo. Estás a la defensiva. Pero no estoy aquí solo por el pasado. De hecho, he oído cosas en los pasillos de aquí. Parece que el director Almeida no está muy contento con tu ‘fase de consolidación’. Y con la reputación de tu... negligencia en Madrid, Lucía, tienes que ser impecable.”

​La amenaza era clara: él la desprestigiaría si ella no cedía. La aparición de Javier no era un intento de reconquista romántica, sino un ataque estratégico para recuperar su poder sobre ella, o destruirla si no podía controlarla.

​Lucía lo despidió con frialdad y subió al laboratorio, temblando. Tomás estaba allí, inmerso en la edición de sus fotos. Ella apenas pudo articular las palabras: “Javier está aquí. En Lisboa. Ha venido a por mí.”

​Tomás dejó su equipo de inmediato. La rabia pura en sus ojos no era celos, sino protección animal. “¿Dónde está? Lo sacaré de aquí.”

​“No,” Lucía lo detuvo, aferrándose a su brazo. “No puedes. Es su método: te hace parecer irracional. Él ya ha hablado con Almeida. Quiere que el museo dude de mí. Me está chantajeando con mi pasado. Me dijo que me 'extrañaba', pero lo que quiere es ver mi proyecto fallar.”

​La oscuridad del pasado de Lucía había invadido su refugio. Tomás la abrazó con fuerza, jurándole que nada de lo que Javier pudiera decir importaba, que su luz era real y que él estaba de su lado. Pero la semilla de la duda, sembrada por la maldad de Javier y el miedo de Lucía, ya estaba latente.




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