La tensión que Javier había inyectado en el ambiente era como un veneno lento. Lucía se volvió más paranoica, constantemente buscando señales de que el director o los colegas la miraban con recelo. El apoyo de Tomás era una bendición, pero también una nueva fuente de ansiedad: ¿podría confiar en él de verdad? ¿Era su amor y su lealtad tan puros como parecían?
Una tarde, Tomás fue convocado a una reunión urgente con Almeida para revisar el progreso del reportaje. Lucía se quedó en el laboratorio, intentando concentrarse, pero sus ojos estaban fijos en la puerta.
Fue entonces cuando la vio. Inês.
La colega de Tomás, la fotógrafa de Oporto que Lucía había visto en el mercado, entró al laboratorio sin llamar. Lucía frunció el ceño.
“Disculpa, Lucía,” dijo Inês con una sonrisa cálida pero un brillo en los ojos que Lucía detestó. “Estoy buscando a Tomás. Me llamó. Dijo que tenía algo muy importante que discutir sobre la exposición.”
El corazón de Lucía dio un vuelco frío. Me llamó. Justo en el momento de su crisis, Tomás había convocado a Inês. El miedo al abandono, la traición que había sufrido con Javier, se disparó.
“Está en la oficina del director,” respondió Lucía, manteniendo su voz neutra, aunque sus manos se crisparon. “Si la llamada era tan importante, ¿por qué no te citó allí?”
Inês se encogió de hombros, su despreocupación era una tortura para la inseguridad de Lucía. “Oh, no. Esto es privado. Parece que Tomás está reconsiderando algunos de los temas de su exposición. Dijo que necesita consejo sobre cómo enfocar la belleza efímera. Y, bueno, él sabe que yo soy la mejor en eso.” Inês soltó una risita cómplice y se dirigió a la puerta de la oficina de Tomás, donde él guardaba sus archivos. “Me dijo que lo esperara aquí, que lo vería después de la reunión con Almeida.”
Lucía se quedó sola, las palabras de Inês resonando en su mente: belleza efímera. La misma frase que Inês había usado para describir las cosas que duraban poco, los amores de paso. ¿Acaso Tomás la veía a ella, a su relación, como una simple musa, una fuente de inspiración dramática para su arte, tan efímera como el rocío matutino?
La traición de Javier había sido profesional; esta duda que Inês sembraba era personal, y dolía más profundamente. Lucía había entregado su confianza, su mayor tesoro, y ahora se enfrentaba al fantasma del viejo patrón: el artista que consume la emoción para su trabajo y luego se aleja.
Tomás salió de la reunión con Almeida, con el semblante cansado pero victorioso. Había logrado apaciguar al director, al menos temporalmente, defendiendo la necesidad de su reportaje fotográfico como parte de la estrategia de marketing del museo.
“¡Lucía!” exclamó, acercándose con alivio y amor. “Lo conseguí. Almeida está a raya por ahora. Vamos, necesito que me abraces un segundo, esta gente me agota.”
Pero Lucía se apartó. Su rostro estaba frío, su mirada dura.
“¿Inês es la inspiración para tu ‘belleza efímera’?” preguntó, la pregunta saliendo como un pedazo de hielo.
Tomás se detuvo en seco, confundido. “¿Inês? ¿Qué dices? Sí, ella está aquí. La llamé. Pero no para eso. La llamé para que me ayudara a conseguir un pase de prensa en el sur. Necesito tomar fotos de las costas del Algarve para un proyecto ajeno al museo. Ella tiene contactos. Lucía, ¿por qué estás pensando en Inês ahora?”
“Porque justo cuando mi exnovio está aquí, amenazándome con mi ruina, y yo te cuento mi vida rota, tú llamas a la colega que te coquetea y hablas de ‘belleza efímera’,” replicó Lucía, la voz subiendo. “¿Soy yo, Tomás? ¿Soy un proyecto fotográfico? ¿Una hermosa pero trágica luz que vas a capturar en tu exposición para luego archivarlo y pasar a la siguiente toma? ¿Estás documentando mi dolor para tu arte, igual que Javier documentó mi error para su ego?”
El paralelismo era brutal, injusto, pero resonaba con el profundo miedo de Lucía. Tomás sintió el golpe en el pecho.
“No,” dijo él, su voz perdiendo la paciencia para ser suave. “No, Lucía. Deja de compararme con tu pasado. Yo te acabo de defender ante el director. Arriesgué mi contrato por ti. ¡Te amo! ¡No te estoy usando!”
“¿Amarme?” Lucía se rió, un sonido roto. “¿O amar la luz dramática de la restauradora española rota que huye de su vida? Inês habló de ‘belleza efímera’. Eso es lo que quieres de mí: la intensidad de un momento, no la permanencia de una vida. Necesito la verdad, Tomás, no tu mejor ángulo.”
La discusión escaló. Tomás, herido por la falta de confianza después de todo lo que había compartido y hecho por ella, se sintió traicionado por su duda. Él no era un hombre de secretos o de medias tintas.
“Tú tienes la verdad, Lucía. La has tenido desde el primer día,” dijo Tomás, la frustración haciéndole daño. “Si después de todo lo que ha pasado, me sigues viendo como el Javier portugués, no hay nada más que pueda hacer. Eres tú la que no quiere la permanencia. Eres tú la que tiene que decidir si vas a seguir huyendo de los hombres que te dan seguridad.”
Las palabras, duras e injustas en su propia frustración, rompieron la barrera final entre ellos. Lucía vio el dolor en sus ojos, pero lo interpretó como la rabia del hombre desenmascarado. El peso de Javier, la presión de Almeida y el miedo a Inês la hicieron tomar la decisión más dolorosa.