Entre las luces de Lisboa

Capítulo 14: Separación

​La decisión de Lucía de regresar a España fue tan impulsiva como inevitable. En su mente herida y asediada, el laboratorio ya no era un refugio, sino una jaula. Cada pincelada se sentía como un reproche, cada mirada de Tomás, una pregunta sin respuesta. La semilla de la duda que Inês había plantado, abonada por el miedo a Javier y la amenaza de Almeida, germinó en una certeza aterradora: si se quedaba, la intensidad de Tomás la consumiría, y él la dejaría. Prefería ser ella quien cortara el lazo, antes de que él la convirtiera en una entrada más en su catálogo de 'belleza efímera'.

​Tomás la vio empacar con una parálisis que lo consumía. No hubo súplicas, solo un silencio denso y amargo. Sabía que no podía detenerla. Ella había tomado la decisión de huir, y cualquier intento de persuasión solo reafirmaría su creencia de que él quería controlar su vida, tal como Javier lo había hecho.

​“No te vayas así, Lucía,” le dijo finalmente, su voz apenas un susurro que luchaba contra el estruendo de los recuerdos. Estaba apoyado en el marco de la puerta del laboratorio, observando cómo ella doblaba su bata de trabajo. “Si te vas ahora, le estás dando la razón a Javier. Estás confirmando que la ‘restauradora inestable’ no puede terminar el trabajo.”

​Lucía cerró su maleta de herramientas, el sonido del cierre siendo el epitafio de su breve romance. No lo miró. “No le estoy dando la razón a nadie. Estoy salvando mi cordura. Lo que pasa aquí es demasiado… real. Yo no estoy hecha para tu intensidad, Tomás. Prefiero la soledad conocida de Madrid a la incertidumbre contigo.”

​“¿Incertidumbre? ¡Te di mi verdad! ¡Te defendí de ese miserable! ¿Qué más necesitas?” Su voz se elevó, teñida de un dolor crudo.

​Ella se giró entonces, sus ojos verdes fríos y distantes. “Necesito permanencia, Tomás. Y tu vida es movimiento. Tu arte es capturar la luz y luego seguir buscando la siguiente. Yo no quiero ser tu próxima toma espectacular. Quiero ser la obra maestra inacabada que terminas conmigo. Y tú no puedes prometerme eso.”

​Lucía agarró su maleta y su bolso, dando un último vistazo a los lienzos en penumbra que la habían traído hasta Lisboa. Luego, pasó junto a Tomás sin tocarlo, sin un adiós.

​Tomás se quedó quieto, sintiendo el vacío que ella dejaba, un hueco frío en el lugar donde antes había estado el sol. Solo se movió cuando oyó el portazo del taxi que se llevaba a Lucía hacia el aeropuerto. Fue a la mesa de trabajo de ella. Encontró solo su cuaderno de notas, meticulosamente ordenado, y, a un lado, la antigua caja de música que ella siempre llevaba. La abrió. Sonó una melodía dulce y melancólica, un valse español.

​Tomás se desplomó en la silla. Lisboa, su ciudad, siempre tan vibrante y llena de luz, se había vuelto instantáneamente gris. Lucía no solo se había llevado una parte de su corazón, sino su luz.

​Horas más tarde, recibió una llamada de Inês. “Tomás, ¿estás bien? Me enteré por el conserje. Lucía se fue a Madrid, ¿verdad? Javier le dijo al director que ella se iría antes de que pudiera terminar. El tipo la persiguió.”

​La voz de Inês era genuinamente preocupada, no coqueta. Tomás se dio cuenta del error de Lucía, de cuán profundamente su pasado había distorsionado su percepción de la realidad. Inês no era una rival; era una colega. Lucía había huido de una sombra que solo existía en su mente atormentada.

​El dolor se convirtió en una determinación amarga. Lucía había roto el vínculo, pero él se negaba a romper la promesa que se habían hecho bajo la luz del fado.




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