Entre las luces de Lisboa

Capítulo 16: La Gran Decisión

​Tomás dejó la luz de Lisboa atrás, pero se llevó la saudade de Lucía como su equipaje más pesado. El viaje a Madrid no era una cacería romántica; era la última oportunidad para reparar la confianza que se había roto, un acto de fe. Para Lucía, él no solo era un fotógrafo, sino el hombre que tenía el poder de desestabilizar la vida que ella había pasado años reconstruyendo meticulosamente. Él tenía que demostrar que su amor era la permanencia que ella tanto anhelaba.

​Al llegar a Madrid, la ciudad lo golpeó con su frialdad ordenada, un contraste brutal con el caos cálido de Lisboa. Lo primero que hizo fue buscar a Lucía en su antiguo barrio, pero la encontró en un rincón más inesperado. Lucía se había estado refugiando en el lugar que la había traído hasta la ruina: el Museo del Prado, no para trabajar, sino para observar, para recordar la pureza de su arte antes de Javier.

​Tomás la localizó en la cafetería del museo. Lucía estaba revisando documentos relacionados con la restauración de la tabla gótica que Javier había usado para hundirla, una búsqueda obsesiva de pruebas que la liberaran.

​Cuando Tomás se acercó a su mesa, ella levantó la vista y el aire se cortó. El impacto de verlo allí, a miles de kilómetros de su ciudad y su estudio, la golpeó con una fuerza que desmanteló todas sus defensas.

​“Tomás…” Su voz era un hilo fino, incrédula.

​“Aquí estoy, Lucía,” dijo él, su voz grave y calmada. Se sentó sin pedir permiso. “No me voy a ir de aquí hasta que escuches lo que vine a decir.”

​Lucía sintió el pánico burbujear. “No. No puedes estar aquí. Regresa a Lisboa. No quiero tus fotos de mi tragedia. No quiero más inspiración efímera, Tomás.”

​“No vine por una foto,” la interrumpió, sacando de su bolso un pequeño sobre. “Vine por la única obra de arte que me importa. Y quiero que veas esto.”

​Dentro del sobre había una copia impresa de la conversación que había tenido con Inês. No sobre 'belleza efímera', sino sobre los contactos de prensa en el Algarve. Al lado, una copia de los documentos de su propio contrato en el museo de Lisboa, donde había una cláusula que le permitía extender su estadía por tiempo indefinido si el reportaje resultaba exitoso.

​“Inês es una colega de negocios. Me ayudó a abrir una puerta para un futuro trabajo para que, si el museo de Lisboa fallaba, yo pudiera tener una base para quedarme cerca de ti. Lo de la ‘belleza efímera’ era una frase de su propia exposición. Tú proyectaste a Javier en mi honestidad. Y yo, por cobarde, no te di esto para demostrarte que la permanencia era mi plan A,” explicó Tomás, deslizando los papeles hacia ella. “No soy un nómada que usa a la gente. Soy un hombre que se enamoró de una mujer que tuvo miedo de ser amada.”

​Lucía leyó los documentos, sintiendo que la sangre le subía a la cara de vergüenza y alivio. Había sido injusta. Había sacrificado su amor por un fantasma del pasado.

​Ella intentó hablar, pero las palabras se ahogaron. “Yo… yo lo siento, Tomás. Fui una estúpida. Javier me destruyó la habilidad de confiar. Me voy a quedar en Madrid para enfrentarlo y limpiar mi nombre.”

​“Bien. Lo vamos a enfrentar. Juntos,” afirmó Tomás, cerrando la mano sobre los papeles. “Pero no me iré a Lisboa sin ti. No eres la mitad de una historia; eres mi historia completa. La única razón por la que he mejorado como fotógrafo es porque tú me enseñaste a buscar la profundidad, a restaurar lo que está roto. Tú restauraste mi alma, Lucía.”

​Lucía dudó. El miedo todavía la acosaba. Una parte de ella quería saltar a sus brazos, pero la otra se preguntaba si este gran gesto era otro momento intenso y fugaz. Su corazón la traicionaba con un latido acelerado, pero su mente la retenía con la cicatriz del dolor pasado.

​“¿Y si vuelve a fallar, Tomás?” preguntó ella, su voz temblorosa.

​Tomás se levantó, sin perder un ápice de su convicción. “Entonces no te pido que te quedes con este fotógrafo. Te pido que veas al hombre que está dispuesto a arriesgar su carrera, su hogar y su corazón, no por un momento, sino por una vida contigo. Si necesitas una prueba pública de que soy un hombre de palabra, te la daré. Pero necesito que dejes de huir y que confíes en la luz de mi verdad.”

​El desafío estaba planteado. Lucía no pudo responder; solo pudo ver la promesa absoluta en sus ojos. Ella asintió lentamente, no una rendición, sino una apertura cautelosa. El corazón había ganado una pequeña batalla; la guerra contra el miedo estaba a punto de comenzar.




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