Entre las luces de Lisboa

Capítulo 18: El Perdón

​Tras la declaración de Tomás en el Prado, la sala se vació, dejando a Lucía y a él envueltos en la serena luz que se filtraba por las grandes ventanas. El beso que compartieron fue la confirmación de que la desconfianza se había desvanecido, sustituida por una alianza inquebrantable. Lucía se había perdonado a sí misma por su miedo, entendiendo que la vulnerabilidad que sentía con Tomás no era debilidad, sino la prueba de un amor verdadero.

​“Te perdono, Tomás,” le dijo ella, tomando su rostro entre sus manos, “no por las palabras, sino por no haberte rendido a mi huida. Gracias por no ser el hombre que yo temía.”

​“No hay nada que perdonar, Lucía,” replicó él, sonriendo con una liberación que le iluminaba los ojos. “Solo tenemos que empezar de nuevo. Pero el primer paso es que dejes de huir de este miserable.”

​El momento de la verdad llegó pocas horas después. Tomás, utilizando los contactos que había cultivado con la prensa, se aseguró de que la noticia de la propuesta y la insinuación de un chantaje profesional a Lucía llegaran a los oídos correctos.

​Esa tarde, Lucía y Tomás se encontraron con Javier en un café elegante cerca del barrio de Salamanca. Javier llegó confiado, sin saber que el juego había terminado.

​“Lucía, me alegra que hayas vuelto a entrar en razón,” dijo Javier, ignorando a Tomás con una arrogancia estudiada. “Supongo que mi presencia en Lisboa te hizo darte cuenta de que sin mi apoyo, tu carrera…”

​Tomás lo interrumpió, deslizando sobre la mesa una carpeta. “El juego ha terminado, Javier. Ya no tienes ninguna influencia sobre Lucía, ni en Lisboa ni en Madrid. Tienes dos opciones.”

​Javier abrió la carpeta y su rostro se descompuso al ver lo que contenía: una serie de documentos que Lucía, con el apoyo de Tomás, había logrado reunir, y que probaban que Javier había magnificado y falsificado los informes de la restauración fallida para culparla. Además, había un recorte de periódico con el titular sobre la emotiva declaración en el Prado y el apoyo profesional a Lucía Ferrer.

​“Esto es difamación,” bufó Javier, intentando recuperar su compostura.

​“No, es la verdad. Y tienes dos opciones,” insistió Tomás, hablando con la calma glacial de alguien que sabe que ha ganado. “Opción uno: te sientas con el director del Prado, a quien ya hemos contactado discretamente, y confiesas tu chantaje y manipulación de los informes para dañar la carrera de Lucía. Ella obtiene una declaración pública de apoyo y su nombre queda limpio.”

​“¿Y si no lo hago?” preguntó Javier, apretando la mandíbula.

​“Opción dos,” continuó Tomás, inclinándose sobre la mesa. “Publico esta carpeta. La historia no será solo la de un error de restauración, sino la de un colega celoso que arruinó la vida de una restauradora prometedora. Tu Capítulo 18: El Perdón

​Tras la declaración de Tomás en el Prado, la sala se vació, dejando a Lucía y a él envueltos en la serena luz que se filtraba por las grandes ventanas. El beso que compartieron fue la confirmación de que la desconfianza se había desvanecido, sustituida por una alianza inquebrantable. Lucía se había perdonado a sí misma por su miedo, entendiendo que la vulnerabilidad que sentía con Tomás no era debilidad, sino la prueba de un amor verdadero.

​“Te perdono, Tomás,” le dijo ella, tomando su rostro entre sus manos, “no por las palabras, sino por no haberte rendido a mi huida. Gracias por no ser el hombre que yo temía.”

​“No hay nada que perdonar, Lucía,” replicó él, sonriendo con una liberación que le iluminaba los ojos. “Solo tenemos que empezar de nuevo. Pero el primer paso es que dejes de huir de este miserable.”

​El momento de la verdad llegó pocas horas después. Tomás, utilizando los contactos que había cultivado con la prensa, se aseguró de que la noticia de la propuesta y la insinuación de un chantaje profesional a Lucía llegaran a los oídos correctos.

​Esa tarde, Lucía y Tomás se encontraron con Javier en un café elegante cerca del barrio de Salamanca. Javier llegó confiado, sin saber que el juego había terminado.

​“Lucía, me alegra que hayas vuelto a entrar en razón,” dijo Javier, ignorando a Tomás con una arrogancia estudiada. “Supongo que mi presencia en Lisboa te hizo darte cuenta de que sin mi apoyo, tu carrera…”

​Tomás lo interrumpió, deslizando sobre la mesa una carpeta. “El juego ha terminado, Javier. Ya no tienes ninguna influencia sobre Lucía, ni en Lisboa ni en Madrid. Tienes dos opciones.”

​Javier abrió la carpeta y su rostro se descompuso al ver lo que contenía: una serie de documentos que Lucía, con el apoyo de Tomás, había logrado reunir, y que probaban que Javier había magnificado y falsificado los informes de la restauración fallida para culparla. Además, había un recorte de periódico con el titular sobre la emotiva declaración en el Prado y el apoyo profesional a Lucía Ferrer.

​“Esto es difamación,” bufó Javier, intentando recuperar su compostura.

​“No, es la verdad. Y tienes dos opciones,” insistió Tomás, hablando con la calma glacial de alguien que sabe que ha ganado. “Opción uno: te sientas con el director del Prado, a quien ya hemos contactado discretamente, y confiesas tu chantaje y manipulación de los informes para dañar la carrera de Lucía. Ella obtiene una declaración pública de apoyo y su nombre queda limpio.”




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