Al entrar a la galería de arte, los ojos de Fadia se iluminaron como dos luceros; solo le bastó una mirada a uno de los cuadros que se hallaban en la exposición, para entender el concepto que su creador quería mostrarle al mundo. El famoso artista francés impregnaba en sus cuadros un realismo que la tenía impresionada.
―Estoy feliz de poder apreciar un trabajo tan magnífico ―comentó mientras admiraba una de las pinturas.
Sofía la observó de reojo; sabía que su hermana era una apasionada por el arte. Desde pequeña, Fadia mostró un gran interés en la pintura, la escultura y todo lo que estuviera relacionado con la disciplina de la creación de obras; se encerraba durante horas en la biblioteca de la mansión, y se sumergía en las páginas de los libros.
―Dado tu interés por el arte y la historia, serías una muy buena crítica de arte; tus conocimientos sobre el tema son impresionantes.
―Sé que solo lo dices porque eres mi hermana.
―Sabes que soy una persona muy imparcial; nunca digo nada que no sea cierto.
Fadia sonrió; esa personalidad sin filtros de su hermana a lo largo de los años la había metido en un par de problemas.
―Dejemos de hablar y centrémonos en admirar los cuadros. ―Se puso en marcha, dejando a Sofía atrás.
No deseaba pensar en cosas que sabía que nunca podría realizar; los sueños para ella estaban prohibidos. Su vida tenía un límite y hacerse falsas ilusiones complicaría aún más su existencia.
―Hermana, sé que te has resignado a tu destino; sin embargo, ruego al cielo, que encuentres un motivo para seguir luchando ―murmuró Sofía entre dientes con melancolía.
Quizás era una tonta, pero en su corazón algo le decía que en aquel viaje ocurriría un milagro. Fadia aún era muy joven y se merecía experimentar todas las emociones de una persona de su edad.
Cuanto más contemplaba las pinturas, más entendía Fadia el sentimiento del artista. “Entre las nubes del adiós”, era un nombre muy acertado para la exposición, un nombre que transmitía a la perfección los sentimientos del artista.
―¿Crees que el pintor de estas obras sea un hombre feliz? ―le preguntó a Sofía sin apartar los ojos de la pintura que tenía frente a ella.
En el cuadro, una loba aullaba de manera desesperada mientras sus cachorros eran arrastrados por la fuerte corriente de un río.
El interrogante de Fadia la tomó por sorpresa; por lo visto, su hermana estaba viviendo aquella exposición de manera muy intensa.
―Todos llevamos por dentro demonios que nos atormentan, hermanita. La vida no está solo llena de felicidad; el dolor y muchas más emociones también hacen parte de ella.
―Tienes razón.
Ella no era la única persona en el mundo que se estaba muriendo; en la tierra existían más individuos como ella que vivían a la espera de su último aliento.
―Estar vivo en sí, ya representa un reto… ―Sofía no terminó la frase; su teléfono móvil eligió ese momento para empezar a vibrar. ―Lo siento, debo responder esta llamada ―dijo luego de ver de quién se trataba.
―Ve tranquila, yo seguiré apreciando las pinturas.
Sofía dudó por un momento si dejarla o no sola, pero al final decidió hacerlo.
―No vayas a ningún lugar sin mi, de acuerdo.
Fadia asintió para tranquilizarla. Quedarse sola por unos segundos no era el fin del mundo.
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El ceño de Smith se arrugó al leer el mensaje de Louise; su sobrina estaba retrasada, por lo que le pedía que mientras ella llegaba fuera viendo la exposición.
«Esta niña me pide salir para no llegar a tiempo». La puntualidad y su sobrina parecían no llevarse bien.
Mientras merodeaba por la galería, se fijó en la chica que parecía estar hipnotizada por una de las pinturas. Era como si, aparte del cuadro, no le importara nada más. Lleno de interés, decidió acercarse a la chica y averiguar qué tenía de especial aquella pintura, para que estuviera tan absorta contemplándola. Cuidándose de no hacer ruido, se situó a su lado; no deseaba que su intromisión la asustara.
¡Qué demonios! Desde cuándo le importaba si alguien se incomodaba o no con su presencia. Realmente necesitaba tomarse un descanso; tanto trabajo estaba atrofiando su mente.
Sofía no podía apartar los ojos del cuadro que tenía frente a ella; por extraño que pareciera, sentía que aquella pintura representaba a la perfección su situación. La mujer descalza, parada al borde del acantilado, rodeada de espesas nubes grises, miraba con resignación al horizonte mientras su largo cabello y vestido se mecían con el viento. A pesar de su inminente partida, se veía en paz, como si aceptar su destino hubiera liberado su alma.
―Aprendiste a soltar todo lo que no te dejaba continuar con tu camino, ¿verdad? ―expresó en voz alta sus pensamientos.
―No sabía que los cuadros podían escucharnos ―comentó Smith a su lado.
La valoración de la chica le parecía bastante acertada, lo que le hacía suponer que su situación y la de la mujer de la pintura tenían alguna relación.
―¡Ohhh! ―gimió sobresaltada.