De todo lo que había llegado a esperar Fadia de su estancia en Florencia, encontrarse con Smith en el hotel donde se hospedaba no estaba entre su lista. Los encuentros inesperados entre ellos estaban empezando a volverse bastante habituales. A pesar de no ser la primera vez que se veían, ella no podía dejar de sentirse nerviosa; cuando estaba con Smith, se sentía como una niña indefensa. Su mirada la hacía sentir desnuda, era una sensación difícil de explicar, quizás estaba loca, pero cada vez que sus ojos se cruzaban, tenía la leve sensación de que Smith podía ver todo lo que ocultaba en su interior. Para tranquilizar sus nervios, cerró los ojos. Lo que al principio le pareció una buena idea terminó siendo un completo desastre: el sutil y hechizante aroma de Smith se filtró por su nariz hasta llegar a lo más profundo de su ser. Estaba jodida, su olor se había grabado en su interior para siempre.
«Necesito mantener el control sobre mis emociones», se recordó mentalmente. Si no lograba manejar lo que Smith le hacía sentir, estaba segura de que colapsaría antes de que su tiempo acabara.
A su lado, Smith la contemplaba con interés y curiosidad; la palidez de su rostro y la delgadez de su cuerpo eran un claro signo de que su salud no estaba bien. Aunque deseaba saber qué tipo de problema era el que la aquejaba, por respeto a su privacidad decidió guardar silencio. Como médico sabía muy bien que para los pacientes no era fácil hablar de sus problemas de salud.
―Ya que nos hemos vuelto a encontrar, quiero aprovechar para pedirte disculpas por el comportamiento de mi sobrina. Sé que en ocasiones Louise puede resultar ser bastante asfixiante.
Sorprendida por sus palabras, abrió los ojos; por un segundo se había olvidado de dónde estaba.
―Oh, no tienes porqué disculparte, Louise me cayó muy bien, es una chica bastante alegre y divertida.
Smith inclinó la cabeza y la miró directo a los ojos. Estaban tan cerca el uno del otro que Fadia sintió un enorme impulso de retroceder.
«Cálmate, no es un depredador que está por atacar».
―¿Hablas en serio o solo lo dices para quedar bien? ―Aunque podía ver que sus palabras eran sinceras, dijo aquello para provocarla.
―Realmente es lo que pienso, pasar tiempo con Louise fue muy refrescante para mí ―declaró de manera atropellada.
Tenerlo tan cerca le estaba dificultando ordenar las palabras en su mente.
Su torpeza al hablar lo hizo sonreír; la gatita tartamudeaba cuando estaba nerviosa.
―No, no son… sonrías.
¡Cielos! Su corazón estaba latiendo tan fuerte que lo estaba sintiendo en su garganta.
―No entiendo. ¿Por qué no debería sonreír? ―preguntó haciéndose el tonto.
―P-p-por qué si sigues sonriendo pro-provocarás que mi corazón se detenga.
Smith no tuvo tiempo de preguntarle qué quería decir; las puertas del ascensor se abrieron en ese momento y Fadia aprovechó la ocasión para escapar.
¡Ahhh! Gritó mentalmente: «Soy una tonta, ¿cómo pude decir algo así?», se lamentó.
―Espera, el restaurante está a la izquierda ―expresó Smith al ver que estaba tomando el camino equivocado.
Fadia se cubrió el rostro con una mano antes de cambiar su rumbo. Por lo visto, cuando estaba con Smith lo único que podía hacer eran puras tonterías.
Al notar su vergüenza, Smith esbozó una sonrisa; la gatita era bastante divertida.
―Estoy deseando poder conocerte mejor, Fadia ―murmuró para sí mismo antes de seguirla.
Smith logró alcanzarla antes de que entrara al restaurante.
―Si nos sentamos junto a la ventana, podrás ver la maravillosa arquitectura de la ciudad ―le sugirió a la vez que la tomaba del brazo.
Fadia lo siguió en silencio. Mientras seguían al camarero, Fadia pudo ver cómo las mujeres que se encontraban en el restaurante devoraban a Smith con la mirada. El descaro de las féminas del lugar le parecía de mal gusto.
Una vez que llegaron a su mesa, Smith, como todo un caballero, la ayudó a tomar asiento.
―Gracias ―dijo cuando se sentaba.
Fadia estaba por tomar la carta para leerla cuando Smith se ofreció a elegir el desayuno para ella.
―Lo dejo en tus manos entonces.
―Buena elección, ¿tienes alguna restricción con la comida?
Ella iba a decir que sí, pero cambió de opinión; por un día iba a actuar como si fuera una persona completamente sana.
―No.
Mientras Smith pedía el desayuno, ella apreciaba la majestuosidad de la ciudad; desde su mesa se podía apreciar la plaza.
―Tenías razón, las vistas desde aquí son espléndidas.
―Me alegra que te guste. ¿Tienes algún plan para hoy? ―preguntó de manera casual cuando agarraba su taza de café.
Ella asintió.
―Planeo visitar la galería de la academia; estoy deseando ver el David de Miguel Ángel.
―Veo que eres una apasionada por el arte.
―¿Cómo lo supiste?