Por una fracción de segundo, Smith se olvidó de todo lo que lo rodeaba y lo atormentaba y se centró solo en besar a Fadia. La chica sin duda era alguien especial; lo estaba desestabilizando y haciendo romper todas sus reglas. Desde que su esposa quedó en coma, juró vivir el resto de su vida honrando su memoria; no obstante, la gatita que se aferraba a él, como si fuera su ancla, estaba a un paso de atraparlo bajo su hechizo.
Smith estaba por sucumbir a sus encantos, pero inesperadamente la imagen de su esposa en el hospital apareció en su cabeza, dispersando la bruma que nublaba su mente.
«¿Qué demonios estoy haciendo?» Mientras su esposa se marchitaba en la camilla de un hospital, él se besuqueaba en un lugar público con una chica que tenía la misma edad que su sobrina. Molesto consigo mismo, se separó de Fadia; aquello no podía continuar, necesitaba recobrar la cordura y la única manera de lograrlo era rompiendo todo contacto con la gatita que lo había hipnotizado. No comprendía en qué había estado pensando para dejar que aquel estúpido juego llegara tan lejos. Desde que Gemma sufrió aquel fatídico accidente, su vida no volvió a ser la misma; si aceptaba a una mujer en su cama, era solo por un par de horas y para calmar su apetito animal. Su corazón estaba cerrado; si veía algún indicio en su amante de turno de querer algo más que un simple encuentro casual, entonces pasaba de ella. Una vez juró en el altar amar y honrar a su esposa hasta el día de su muerte y eso era justo lo que había estado haciendo durante todos esos años. Hacía más de dos años que había decidido no volver a meter a ninguna otra mujer en su cama. Los encuentros casuales siempre le dejaban un mal sabor de boca; luego de saciar su apetito sexual, se sentía vacío y sucio. Por más feo que se escuchara, tenía que admitir que a lo largo de los años las mujeres se habían convertido para él en un medio para alcanzar un objetivo.
―Smith. ―Fadia lo miraba confundida mientras intentaba llevar aire a sus pulmones.
―Creo que lo mejor será que no volvamos a vernos ―soltó de manera abrupta, dejándola pasmada.
―¡Qué!
La incredulidad podía verse reflejada claramente en su rostro; Smith había pasado de manipularla para que no rompiera con su trato a dejarla de manera inesperada.
―Lo que escuchaste, por un momento me dejé llevar por la curiosidad que despiertas en mí, pero ya he regresado a mis cabales.
―No te entiendo ―pronunció con un hilo de voz.
El cambio de actitud de Smith era algo que no comprendía: de ser amable y cálido con ella, pasó a ser un hombre frío y distante.
―Si ese es el caso, entonces permíteme explicarme, jamás me involucraría con una mujer que podría ser mi sobrina. Fue divertido tontear contigo; sin embargo, una niña como tú, nunca estará a la altura de mis expectativas. Me gusta que mis amantes sean más maduras y atractivas, dos cualidades que obviamente tú no posees.
El inestable corazón de Fadia se fragmentó en mil pedazos, convirtiéndose casi en cenizas. Las hirientes palabras de Smith la lanzaron sin contemplación de las nubes al suelo en un segundo. El golpe fue tan duro que sintió que el último brote de esperanza que luchaba por crecer en su interior se apagaba.
Era una completa estúpida; todo ese tiempo lo único que había estado haciendo Smith era jugar con ella, su amabilidad solo fue una farsa y ella, como una tonta, se dejó envolver. Reuniendo el coraje y toda la fuerza que le quedaba, levantó su mano y lo abofeteó. Por el impacto, el rostro de Smith terminó girando.
―Gracias por enseñarme que en este mundo existen seres humanos tan podridos por dentro como tú, que son capaces de jugar con seres inferiores a ellos ―temblando de rabia, dio un paso hacia él―. Espero que nuestros caminos jamás se vuelvan a cruzar ―agregó, mirándole a los ojos.
El interior de Smith se estremeció al ver la determinación en su mirada; Fadia estaba hablando en serio.
―Fadia… —La agarró del brazo, necesitaba que lo escuchara. Se arrepentía de lo que había hecho.
―Quítame las manos de encima, tu contacto me produce repugnancia ―se zafó de su agarre y se puso en marcha.
Un fuerte dolor atravesó su pecho y la visión se le nubló; necesitaba llegar a un lugar seguro antes de perder el conocimiento. Intentó dar un paso más, pero no lo logró; sus piernas parecían no querer sostenerla.
«No puedo desmayarme aquí» fue el último pensamiento coherente que tuvo antes de perder por completo la conciencia.
―¡Fadia! ―gritó Smith cuando vio que su cuerpo se desplomaba.
Luc, quien estaba a unos pocos metros de distancia, no dudó en correr hacia ella. Por suerte, llegó a tiempo para atraparla.
―Te tengo ―susurró.
Estaba por salir del lugar cuando Smith lo alcanzó, interrumpiendo su marcha.
―¿A dónde crees que vas? ¿Dámela?
Fadia estaba inconsciente; no podía dejar que aquel desconocido se la llevara con él; podía ser peligroso.
―Retírate de mi camino, me estás haciendo perder el tiempo. ―Le urgía llevar a Fadia al hotel y llamar a un médico para que la atendiera.
―No me escuchaste, te dije que me la dieras.
―Lo lamento, pero eso es algo que no sucederá; además, por si no te has dado cuenta aún, es de una persona de la que estás hablando, no de un objeto. Ahora suéltame, necesito que un médico la revise.