En la vida no todo lo que se deseaba se podía tener y eso Fadia lo sabía muy bien. Durante el último mes su mundo había cambiado de manera trascendental; estar alejada de su familia le ayudó a aclarar su mente. Obtener su libertad fue fundamental para tomar las riendas de su vida; ahora solo ella tenía en sus manos el poder de tomar sus propias decisiones. Incluso su desafortunada fugaz historia de amor con Smith le dejó una gran lección: en este mundo no era recomendable aferrarte a nadie; los seres humanos solían cambiar de parecer de manera inesperada.
―No debo seguir pensando en él ―murmuró en voz alta antes de salir de la cama.
Aquel día era uno muy especial para ella; estaba por cumplir un sueño que tenía desde niña, un deseo que podría costarle su vida. Pese a la insistencia de Luc de que reconsiderara su decisión, ella decidió proseguir con sus planes. Después de todo, sin importar el camino que eligiera, la muerte siempre la estaría acompañando en su recorrido, esperando la oportunidad perfecta para arrebatarle su existencia. Eliminando todos los pensamientos deprimentes de su mente, entró al cuarto de baño. Se ducharía y se vestiría con sus mejores prendas para danzar con la muerte.
De reojo, Imox observó a Luc; el hombre se notaba bastante tenso, su preocupación por Fadia era digna de admirar. Con elegancia dejó sobre la mesa la revista que había estado leyendo y centró toda su atención en él.
―¿Por cuánto tiempo más planeas seguir de pie observando el horizonte? ―Pese a lo bueno que era en el combate, Luc poseía un corazón bastante noble; su esposa era una mujer muy afortunada por tenerlo a su lado.
―Sigo pensando que es una locura dejar que Fadia siga adelante con sus planes ―declaró sin mirarla.
―Es su vida, Luc, además es una mujer adulta y está en todo su derecho de elegir el camino que desea tomar; nosotros solo somos simples espectadores dentro de su historia, no tenemos ningún derecho a intervenir en sus decisiones.
Luc apretó sus manos en puños; él no estaba de acuerdo con Imox. Para él lo más importante siempre sería salvar una vida.
―No entiendo cómo puedes mantenerte tan tranquila, cuando eres consciente de que lo que está por hacer es casi un suicidio ―exclamó; sus emociones estaban a flor de piel y mantenerse tranquilo le resultaba casi imposible.
Con elegancia, Imox se levantó del sofá y se acercó a él. Si Fadia no sobrevivía, sabía que Luc viviría toda su vida, atormentado por la culpa.
―Entiende algo, Luc, la muerte es algo con lo que todos tarde o temprano nos tendremos que enfrentar, así que deja de atormentarte y permite que las aguas del río sigan su cauce; nunca se sabe qué puede suceder durante su recorrido.
―Veo que has aprendido muy bien de tu ama; te has vuelto igual de insensible que ella.
Los labios de Imox se curvaron con una sonrisa carente de emoción.
―Pese a lo que tú y los demás piensan, tengo sentimientos; sin embargo, a diferencia tuya, he aprendido a aceptar que en la vida, las cosas no siempre resultarán como nosotros lo deseamos. Cuando entiendas que no podemos tener el control sobre todo lo que nos rodea, entonces dejarás de sentirte culpable.
―Fadia está por cometer un error ―insistió.
―Si ese es el caso, entonces que sea lo que tenga que ser ―dijo, mirándole a los ojos.
La habitación se quedó en silencio; ambos ya habían dicho lo que tenían que decir.
―Así que estaban aquí, pensaba que me habían dejado sola ―soltó Fadia al ver a la pareja juntos en el balcón.
―Pensábamos que seguías dormida, por eso hemos salido; no queríamos interrumpir tu sueño.
La capacidad que tenía Imox para mentir con tanta naturalidad no dejaba de asombrar a Luc.
―Hace rato que desperté. ―Lo cierto era que apenas había podido conciliar el sueño; el extraño sueño que tuvo le arrebató por completo la oportunidad de descansar.
―¿Deseas que te pida el desayuno? ―habló Luc.
―No, desayunaré afuera; quiero ver la plaza mientras disfruto de un buen café.
Aunque consumir cafeína no era lo más recomendable dada su condición médica, Imox se mantuvo en silencio; había decidido no intervenir en su vida.
―Antes de marcharnos, permíteme revisarte y suministrarte los medicamentos.
―Está bien, solo date prisa; hay muchos lugares que quiero visitar antes de hacer nuestra última parada.
―Seré rápida.
Mientras Imox se encargaba de atender a Fadia, Luc se cuestionaba si ocultarle a Dabir lo que estaba ocurriendo había sido lo correcto.
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Franklin estuvo a poco de escupir el trago de whisky que acababa de beber. Le costaba creer que lo que sus oídos acababan de escuchar fuera cierto.
―¿Qué acabas de decir? ―quería estar seguro de que no había escuchado mal.
―Necesito que encuentres a una mujer ―volvió a repetir Smith.
Estaba tan desesperado por encontrar a su gatita, que decidió pedirle a Franklin que lo ayudara a dar con su paradero. Su amigo era la persona indicada para llevar a cabo la tarea. Desde que Fadia desapareció de su vida, no podía dormir por las noches. El vacío que sentía en su interior con el pasar de las horas se acrecentaba cada vez más; ya ni siquiera el trabajo le proporcionaba la paz de antes. Fadia había estropeado su vida y la única manera de volver a colocar todo en su lugar era encontrándola.