A través de la ventana, la reina de hielo contemplaba las nubes grises que danzaban en el cielo, anunciando la llegada de una tormenta. A los ojos de cualquier persona soñadora, aquel clima resultaría algo deprimente, pero para ella era todo lo contrario. Después de una tormenta siempre quedaba la calma.
El sonido de unos pasos a su espalda revelaron la presencia de Vlad.
—¿Qué te tomó tanto tiempo? —No necesitaba verlo para saber que se estaba mordiendo el labio inferior.
Vlad, apretó su labio con los dientes y suspiró. Su Koroleva era una mujer que parecía tener el sentido del tiempo distorsionado.
—Por si te interesa saberlo, estoy bien —soltó con sarcasmo.
—Es evidente que saliste ileso de tu misión, de lo contrario no estarías parloteando como un loro.
Su comentario hizo a Vlad poner sus ojos en blanco.
—Si no es mucho pedir, la reina podría decirme por qué quería verme con tanta urgencia —se acercó al bar y se sirvió un trago.
—Comunícate con el cuervo que está vigilando a Dabir, dile que lo atrape en cuanto intente viajar a Florencia y que lo traiga ante mí.
Ella conocía muy bien los planes del hombre, por ello lo detendría antes de que hiciera una estupidez.
—Los deseos de mi reina son órdenes para mí —Vlad vació el contenido de la copa antes de salir de la habitación, dejándola nuevamente sola.
«Va a ser interesante ver qué camino eliges, Smith», un rayo iluminó el cielo y la lluvia comenzó a caer.
―Hemos llegado a nuestra última parada ―recalcó Imox una vez que Luc detuvo el auto frente al parque de atracciones más grande de la Toscana.
Para cumplir el sueño de Fadia, tuvieron que hacer un viaje de más de una hora desde Florencia a la Toscana. Por su valentía, la chica se ganó su respeto; no todo el mundo tenía la capacidad de recibir a la muerte con los brazos abiertos como Fadia.
Fadia, que hasta ese momento había permanecido con los ojos cerrados, levantó los párpados con lentitud. El viaje en auto la agotó más de lo esperado.
―Solo dilo y nos marcharemos de regreso a Florencia ―dijo Luc en un último intento de hacerla cambiar de opinión.
Su pálido rostro y su respiración acelerada eran signos claros de que el largo viaje la había fatigado.
Los labios de Fadia se curvaron con una pequeña sonrisa.
―Luc, agradezco tu preocupación por mí; sin embargo, no pienso retroceder. A pesar de estar respirando, nunca me he sentido viva; por ello, solo por una vez en mi vida quiero cumplir uno de mis deseos.
Ella se subiría en la montaña rusa y le daría a esa niña interior que siempre había estado prisionera un regalo de despedida.
―Pero…
Imox lo interrumpió.
―Ya la escuchaste, Luc, para de insistir y déjala seguir el camino que ha elegido tomar.
―Es mi elección, Luc, así que sin importar lo que suceda hoy, espero que puedas proseguir con tu vida sin sentir culpa.
Luc no dijo nada más; en su lugar salió del auto y le abrió la puerta.
―Espera ―soltó Imox deteniéndola.
―¿Qué sucede?
―Necesitamos hacer algo con tu rostro. Si dejamos que entres con ese aspecto al parque, es posible que no puedas lograr tu objetivo.
Luego de verse en el espejo, Fadia entendió a lo que Imox se refería; su rostro pálido y los surcos negros que adornaban sus ojos eran una clara evidencia de que su salud no estaba en óptimas condiciones.
―Tienes razón, pero ¿qué hacemos?
―Tú no te preocupes, deja todo en mis manos. ―Sin darle tiempo a hablar, agarró su bolso y sacó su estuche de maquillaje y se puso manos a la obra. ―Listo ―dijo cuando su trabajo había terminado.
Al verse en el espejo, Fadia no se reconoció; ahora entendía por qué decían que el maquillaje hacía milagros. Veinte minutos después, los tres estaban listos para subirse a la montaña rusa.
Mientras esperaban en la fila, Fadia rememoró toda su existencia. Durante todos sus veintisiete años, lo único que había hecho era vivir prisionera en un cuerpo débil; no obstante, en el último mes todo había cambiado. Por primera vez en su vida, logró abrir sus alas y conoció a personas cuyas huellas perdurarían por toda la eternidad en su espíritu.
―No sé si mi corazón seguirá latiendo cuando la montaña se detenga, pero si no logro sobrevivir, quiero que ambos sepan, que estoy muy feliz de haberlos conocido; de no ser por ustedes dos, no creo que hubiera podido resistir tanto. Pasar tiempo con ustedes, sin duda alguna, ha sido de las mejores cosas que me han pasado en la vida.
―Servirte también ha sido todo un honor para mí ―expresó Luc haciendo una leve reverencia.
―Me siento honrada por pasar tiempo contigo; tu valentía y fortaleza son dignas de admirar. ―Era la primera vez que Imox se encariñaba tanto con un encargo.
―Les deseo a ambos una vida llena de felicidad ―dijo antes de subir a la atracción.
Cuando los vagones empezaron a ponerse en marcha, miró al cielo y pensó en lo bonito que era; las nubes blancas se posaban en lo alto libres de todo lo que amenazaba a la humanidad. Su corazón empezó a latir con fuerza, como si presintiera que su final había llegado.