Entre las nubes del adiós

Capítulo 17

Al llegar al hospital, lo primero que hizo Smith fue ir en busca de Louise; necesitaba conocer a detalle cuál era el estado de salud de su gatita. Su ser estaba en llamas; en aquel momento estaba tan asustado que no podía pensar con cabeza fría.

―Tío ―dijo Louise al verlo. En sus manos tenía los resultados de los exámenes que se le habían realizado a Fadia.

―Ponme, al tanto de la situación ―habló con una tranquilidad que estaba muy lejos de sentir.

Louise lo miró, pero no respondió enseguida; no encontraba las palabras adecuadas para decirle que la situación era tan grave que solo un milagro podría salvar a Fadia. Los exámenes que se realizaron arrojaron resultados para nada alentadores.

―Lo mejor será que lo descubras por ti mismo. ―Le entregó los documentos que había estado revisando.

Sin pensarlo, Smith agarró los exámenes médicos y los revisó; su mundo se detuvo al ver el diagnóstico. La única manera de salvar a Fadia era un trasplante de corazón.

―Padece de… ―No pudo terminar la frase; las palabras no lograban salir de su boca.

―Insuficiencia cardíaca terminal ―terminó la oración Louise por él ―, al parecer nació con esa condición; por su historial clínico pude descubrir que en su último chequeo las noticias no fueron buenas; su médico le informó que solo le quedaban tres meses de vida.

Maldita sea, ¿por qué no pudo darse cuenta antes? Quizás si le hubiera prestado más atención; en aquel momento, las cosas fueran diferentes. Las señales siempre estuvieron a la vista; su palidez, los mareos repentinos y la actitud de desapego que parecía tener hacia la vida, eran evidencias claras de que algo malo le estaba sucediendo.

«Soy un imbécil», se recriminó mentalmente.

―¿Cuál es su estado actual? ―hizo la pregunta que más temía hacer.

―Aunque logramos estabilizar sus signos vitales, es solo cuestión de tiempo para que su corazón se detenga por completo. Siento decirte esto, tío, pero si no le realizamos cuanto antes un trasplante de corazón, la perderemos.

Saber que Fadia se estaba muriendo, dejó en blanco a Smith; su dulce gatita llevaba toda su existencia viviendo en el infierno, esperando que la muerte llegara por ella, mientras aparentaba estar bien. Smith tenía unas ganas enormes de destruir todo a su alrededor; le resultaba injusto que un alma tan pura tuviera que cargar con tal condena. Como médico, sabía muy bien lo difícil que era para los pacientes asimilar que sus vidas tenían una fecha límite. Muchos de los pacientes con enfermedades terminales se dejaban consumir por la oscuridad, dejando que la muerte les ganara la batalla. Sin embargo, ese no era el caso de su gatita; en lugar de enfadarse con el mundo, Fadia decidió abrazar a la muerte y vivir sus últimos días sin remordimientos. Para ella la muerte no simbolizaba el final, sino su anhelada libertad.

―¿Dónde está? ―preguntó con voz débil. Tenía un nudo en la garganta que le estaba asfixiando.

―En cuidados intensivos.

―Iré a verla.

Louise lo vio desaparecer con el corazón roto; sabía que, a pesar de su apariencia tranquila, el interior de su tío en esos momentos era un infierno. Sus demonios internos nuevamente volvían a atormentarlo.

―Espero que en esta ocasión sí que ocurra un milagro ―murmuró para sí misma.

El sonido de los aparatos médicos congeló el corazón de Smith; por segunda vez la muerte quería arrebatarle de su vida a una persona importante. La vida parecía tener solo juegos macabros preparados para él.

―Gatita. ―En esa ocasión su voz se quebró.

Con delicadeza agarró una de sus manos y la llevó hasta sus labios. Sus ojos se humedecieron al ver la sombra de la muerte reflejada en el rostro de Fadia. Su cuerpo estaba frío, casi sin vida; la luz que en el pasado había irradiado de ella se estaba apagando, y no había nada que él pudiera hacer para evitar que la muerte la alcanzara. Si existiera un corazón que pudiera salvarla, no dudaría en tomarlo.

―No puedo aceptar que tengamos que despedirnos de esta manera. Tienes que volver a mí, Fadia, no puedes dejarme; yo aún no me he arrastrado ante ti, para suplicar tu perdón. Por favor, resiste, no sueltes mi mano.

Con su fría mano entre las suyas se derrumbó. Ya no podía seguir negándolo, se había enamorado de Fadia. Las lágrimas empezaron a fluir de sus ojos como lo hacía la lluvia de las nubes.

«Dios, te lo ruego, si me escuchas, ayúdame a salvarla», suplicó desde lo más profundo de su corazón.

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―Son unos incompetentes, ¿cómo pudieron permitir que mi hija se subiera en esa montaña rusa? ―exclamó Azzurra fuera de sí. ―Si Fadia se muere, ustedes dos serán los únicos culpables. ―Se abalanzó sobre Imox con la intención de golpearla, pero su marido la detuvo.

―Detente, mamá, este no es momento para perder la compostura; mi hermana se está debatiendo entre la vida y la muerte en una fría habitación y tú aquí afuera armando un escándalo ―declaró Sofía entre lágrimas.

La culpa la estaba consumiendo; se arrepentía de haberla dejado sola.

―Tú cierra la boca; si tú y tu hermano, no hubieran apoyado la tonta idea de tu hermana de abandonar la casa, nada de esto estuviera sucediendo.




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