Bianca se despertó esa mañana como todas. Revisó su teléfono desde la cama y, luego de chequear que no hubiese ningún correo urgente del trabajo, se levantó para ir a desayunar. La pandemia había traído diferentes cambios en su vida, algunos más agradables, otros amargos. Y Bianca no sabía dónde ubicar el trabajo desde casa. Tenía cosas buenas como despertarse un poco más tarde, no tener que viajar una hora y media hasta la oficina o poder estar en pijama mientras realizaba las tareas del día. El lado malo era la falta de socialización y el cansancio mental que le producía estar 24 horas dentro del mismo departamento.
Tal y como hacía cuando llegaba a la oficina, Bianca encendió la cafetera y fue en busca de su taza. No solía tener objetos favoritos, pero con su taza era recelosa. Tenía la extraña mañía de desayunar y merendar con la misma taza de porcelana que su madre le había traído de su último viaje a Jujuy. No era la gran cosa, pero a Bianca le gustaban las formas que tenía grabadas en su dorso; y por alguna razón, sentía que el sabor era delicioso.
Arrastró los pies hasta el comedor, abrió la puerta del modular y buscó con la mirada en cada rincón. No había rastros de la taza. Bianca se enderezó, algo molesta, y comenzó a buscar en otros estantes. Ella estaba segura de que la había guardado luego de la merienda del día anterior. Atravesó el estrecho comedor e ingresó en la cocina con la idea de que quizás seguiría en el escurreplatos de plástico que había comprado en una oferta.
No encontrar la taza fue una sorpresa para Bianca. La taza debía estar dentro del departamento, pues nadie había entrado o salido.
Como se hacía tarde y pronto tendría que conectarse en la computadora, Bianca decidió tomar otra taza y servir el café recién hecho en ella.
Esa mañana el café no tuvo el mismo sabor. No importó cuántas veces Bianca se levantó de su silla para ponerle azúcar; seguía amargo.
Cuando terminó el horario laboral, Bianca se pasó el resto del día buscando la taza en toda la casa. Pero nunca la encontró. Resignada, decidió abandonar la búsqueda cuando el sol se puso en el oeste y esperar al día siguiente.
Sin embargo, al otro día, Bianca se levantó con la misma sensación incómoda. Había dejado la taza usada sobre la mesada para no perder tiempo buscándola. Sin embargo, cuando llegó a la cocina, notó que esta que había usado el día anterior tampoco estaba. La buscó en el modular creyendo que quizás la había guardado y lo había olvidado. Pero no había rastros de ella.
Esa mañana tuvo que servir su café en una taza de té, porque como Bianca no solía tener muchas visitas, nunca había tenido la necesidad de comprar más vajillas.
A Bianca le resultaba inverosímil cómo el café podía tener otro sabor dependiendo del recipiente en el que se lo bebía. En la taza de té, el café parecía más suave. Era como si alguien le hubiese quitado todas las propiedades de la cafeína y las hubiese reemplazado por somníferos. Bianca luchó toda la mañana por no quedarse dormida delante de la computadora.
El tercer día que Bianca despertó, lo hizo con una sensación extraña en su cuerpo. Cuando llegó a la cocina para preparar su café, notó que todas las tazas de té habían desaparecido. Bianca comenzó a sacar todos los platos, las bandejas, las cacerolas de sus lugares en busca de sus preciadas tazas. Revolvió la basura, creyendo que se habían caído allí. También revisó dentro de la heladera pensando que quizás las había dejado con café fresco dentro. Se le cruzó la loca idea de que las había metido en el horno creyendo que se trataban de ollas o sartenes, pero tampoco las encontró.
Como los días anteriores, Bianca tuvo que arreglárselas para beber su estimable café. Esta vez, y sin poder hacer mucho al respecto, tuvo que utilizar un cuenco de sopa. El sabor, algo salado, le quitó las ganas de acabarlo. Pero al menos, a diferencia del día anterior, había logrado ganar la energía suficiente para hacer su labor lo más eficiente posible.
Al otro día, cuando Bianca despertó, notó que no solo las tazas habían desaparecido. Todos sus platos, sus cubiertos, sus vasos, se habían esfumado. No importaba cuántas veces abría y cerraba las puertas del modular; siempre encontraba los estantes vacíos.
Con el mal humor a flor de piel, Bianca decidió tomar su café directamente del cuenco de vidrio de la cafetera. Era grande e incómodo, pero fue lo único que se le ocurrió esa mañana. Trabajó mal. El café estaba demasiado fuerte y cada vez que apoyaba el recipiente en su escritorio tenía que tener cuidado para no volcarlo.
Bianca se fue a dormir con la idea de que nada más podría desaparecer. Ya se habían llevado sus tazas, sus vasos, sus tenedores, sus utensilios de cocina, sus platos. No había nada más.
Pero para su sorpresa, esa mañana también había desaparecido algo. Su querida cafetera se había esfumado y, por más que buscó, no la encontró por ningún lado.
Esa vez no dejaría que su mañana se viera afectada por toda esa situación. Agarró su teléfono y pidió un café a través de esas nuevas aplicaciones que Bianca poco entendía.
El chico con su desayuno llegó unos minutos tarde. Para ese entonces, Bianca ya estaba sentada delante de la computadora, respondiendo email tras email. De todas maneras lo recibió con una sonrisa; estaba empecinada con que nada arruinaría ese día, y hasta le dio una generosa propina.
El café de la tienda era demasiado dulce para su gusto, pero con el precio que Bianca había pagado, se lo terminó intentando no pensar en su sabor.
Fue al otro día que su teléfono desapareció.
Lo que había comenzado como un simple desvanecimiento, empezaba a tomar fuerza a su alrededor. Bianca había querido ignorar las continuas desapariciones de sus objetos, pero había llegado demasiado lejos. Se acercó a la pequeña mesa de cristal que había cerca de la entrada y agarró el teléfono fijo, aquel que utilizaba solo para emergencias y para recibir llamadas por parte de sus padres. Marcó el número de su móvil y esperó, pacientemente, que el celular sonara. Los segundos se volvieron largos minutos y Bianca seguía sin escuchar la melodía de su teléfono. Ella estaba segura de que lo había dejado con el sonido activado.