Todo había ido de mal en peor. Después de la crisis sanitaria, la inestabilidad social, ambiental y económica se incrementó. Los ciudadanos no aprendieron las consecuencias de jugar con la naturaleza. Los bosques siguieron siendo desmontados. Los animales no tuvieron a dónde más huir; muchos de ellos fueron aniquilados por cazadores insensatos a los que no les importó que las especies se extinguieran. Los ríos siguieron siendo contaminados con plásticos y químicos, que terminaron en los océanos. Los animales marinos huyeron de las costas e intentaron refugiarse en mar abierto, donde muchos fueron cazados por barcos ilegales que lo único que querían era ganar dinero con su carne. El calor aumentó y los glaciares desaparecieron. El nivel del mar incrementó considerablemente; muchas islas y ciudades quedaron bajo el agua. Venecia, Yakarta, Tokio, San Petersburgo. Las inundaciones dejaron miles de muertos en todo el planeta. El sol empezó a calentar con más potencia, y comenzó a escasear el agua potable. En las zonas más secas del planeta desaparecieron todas las especies que no se adaptaron al sofocante calor. Las plantas comenzaron a morir y la comida a agotarse.
Las naciones comenzaron a pelear entre ellas. Las más poderosas se adueñaron de los últimos recursos, mientras que las más débiles sufrieron las consecuencias de la escasez y el cambio climático con más violencia. Pero eso no fue lo peor; en pocos años, los recursos comenzaron a desaparecer en los países más pudientes. Y así comenzó la guerra.
La primera fue en el 2049 entre dos de las naciones más importantes del mundo. La guerra duró unos pocos meses y para lo único que sirvió fue para recordarle a la gente que la paz había sido una simulación frágil. Un tratado de paz de dudosa estabilidad dio por finalizado el conflicto, pero cualquier analista político afirmaría que no duraría mucho. Las naciones intentaron volver a juntarse para tomar las riendas de la situación; sin embargo, ya era demasiado tarde. El planeta ya no soportaba la contaminación, la sobrepoblación y el poco respeto por la naturaleza.
La segunda guerra comenzó en el año 2078 y fue de las más grandes de los últimos tiempos. Participaron casi todas las naciones del mundo. Hubo batallas en América, África, Europa, Asia y Oceanía. Cada país exigía sus derechos y se aliaba con otras naciones con el fin de lograr sus objetivos. Pronto las armas y tanques quedaron obsoletos. Aquellos países que disponían de equipo nuclear lo comenzaron a usar. La población comenzó a sufrir las consecuencias de tener líderes ignorantes, que lo único que deseaban era conquistar territorio para tener más recursos y poder.
La guerra culminó en el año 2088, luego de que el planeta fuera destruido por la radioactividad. Algunos de los ciudadanos que habían sobrevivido a la guerra, el hambre y las pestes, se refugiaron en cuevas, túneles y búnkeres que había bajo la tierra. Otros tuvieron que quedarse en el exterior. En un mundo devastado por la guerra. Las ciudades habían sido destruidas hasta sus cimientos. Ya no había verde, todo parecía ser un desierto sin arena. Una capa de polvo radiactivo se mantuvo en el aire por años y no se podía beber agua de ciertos ríos porque significaban una muerte inminente. Familias enteras quedaron separadas para siempre. Los afortunados, que habían logrado escapar de la radiación en el interior de la tierra, habían bloqueado los accesos con grandes paredones de concreto y nunca más tuvieron acceso al exterior. Muchos de los que no lograron encontrar refugio murieron al cabo de unos meses. El sol estaba bloqueado por una niebla amarronada que no dejaba crecer alimentos y el calor era insoportable. Pero algunos lograron sobrevivir.
Los más inteligentes, o los más capacitados, se las arreglaron para fabricar trajes de plástico capaces de soportar la radiación. Inventaron máscaras que se conectaban a una mochila transparente en la que había una planta; de esa manera podían obtener oxígeno fresco. Al principio, los sobrevivientes se mataron entre ellos por conseguir las pocas plantas que habían logrado soportar la radiación y la falta de sol. Pero cuando las personas comenzaron a organizarse, formaron pequeñas comunidades a lo largo y ancho del planeta para garantizar su supervivencia. Crearon casas hechas con residuos y comenzaron a cultivar alimentos que habían aguantado las condiciones hostiles.
Al cabo de seis años, la neblina provocada por los gases radioactivos comenzó a ceder. Y todos los sobrevivientes que se encontraban en el exterior volvieron a ver el sol. La vegetación comenzó a germinar de nuevo y, pese a que el agua seguía teniendo restos químicos y radioactivos, los organismos de las plantas, los animales y los humanos se adaptaron.
En diez años, las cosas se volvieron más normales en la superficie. Se estimó que la población que quedó en el exterior era de cien mil personas, distribuidas en diferentes zonas del planeta. Eso ayudó a que las plantas pudieran volver a crecer y, como consecuencia, que los animales que habían logrado sobrevivir regresaran.
Cuando los individuos quisieron volver a tomar contacto con las personas del interior, no obtuvieron respuesta. Aquellos que habían sido encerrados más de diez años antes no se atrevieron a salir. Y nunca más volvieron a saber de ellos.